JUEVES FLAMENCOS
Ciclo: Jueves Flamencos de la Fundación Cajasol / Espectáculo: 'In situ', de Antonio Molina alias El Choro / Baile: El Choro / Guitarra: Juan Campallo / Cante: Antonio el Pulga y Niño de Gines / Vientos: Fran Roca / Lugar y fecha: Teatro Cajasol, de Sevilla. 24 de octubre de 2024
CALIFICACIÓN: ****
Después de constatar cómo los ideales de la regresión dancística se desvanecían en la Bienal de Sevilla, la capital hispalense ha acogido con entusiasmo a El Choro, bailaor onubense que es símbolo de categorización flamenca y de fomento cultural, tanto buscando la inspiración en la exhumación de coreografías, pasos y recursos del pasado cuanto aportando a esos principios creatividad y felicidad imaginada.
Y a tal señor los honores del atrás, músicos sólidos, con gran experiencia en compañías y con muchos escenarios, algo que se palpa en el acompañamiento al baile, al que secundan con profusión y atendiendo a la dirección efectiva de El Choro, fiel a su lema de ofrecer calidad y flamenquería en lo que propone a un público que, desde el inicio, apreció un trabajo hecho con conocimiento de fondo, meticulosidad en los detalles, desarrollo artístico y técnico de los movimientos, profundidad y transmisión.
En los fandangos de Huelva de entrada, El Choro ofreció una representación de elevada calidad, donde brilló su férrea habilidad y aportando experiencia y rigor a fin de poner luz y alegría a un baile en el que las variaciones fueron óptimas, con altura en las llamadas, selecto en el dominio de los compases y con el cuerpo absolutamente bien colocado.
Llama al crítico la atención un segundo baile, el taranto, en el que el onubense nos situó ante esa capacidad creativa de representar una nueva manera de visualizar el cuerpo, con movimientos no forzados, aunque sí impulsados por ideas que proceden del pasado pero que se barruntan originales, sobresaliendo por su destreza y presencia escénica, por la evolución tan comunicativa de sus evoluciones y por el mensaje de que los analistas han de mimar ese camino de rigor, el único posible para poder seguir interpretando con altura la esencialidad jonda. El Choro tenía como objetivo elevar el taranto en calidad, y así lo hizo.
Tras los tangos del cuarteto musical, asistimos al lenguaje sin palabras con el que El Choro envolvió de nuevo al auditorio con suma capacidad transmisora desde el proscenio. Fue por seguiriyas, donde el ritmo del lenguaje corporal, la masculinidad en el dominio del braceo y la percusión de los pies, argumentaron la tan demandada trama espacio-temporal, explorando las posibilidades de nuevos movimientos y formas corpóreas para ir un paso más allá en su vocabulario expresivo.
A Juan Campallo le sonaba la guitarra a gloria escoltado por Fran Roca, en tanto que el bailaor onubense lograba en la clausura por alegrías equilibrar las variaciones más tradicionales, con inventivas fórmulas de composición que no rompen las líneas clásicas, sino que las crea, con lo que nos situaba ante todo un reto, porque sin perder lo mollar del estilo, fue aportando dosis iguales de contención y dinamismo, construyendo un discurso muy vivaz e insondable, con la intensidad emocional y la cadencia musical que requiere el icono sonoro de Cádiz con la coda de las bulerías, pero de igual modo con precisión, expresividad e improvisación en los diálogos.
Enhorabuena, pues, a El Choro, porque con este montaje de alta cultura ilumina y excita a los espectadores que se acercan al baile flamenco por su pasión, pero también por cumplir con los principios de ofrecer una creación de danza y movimiento elaborada con buen gusto, garbo y calidad jonda.
En definitiva, por revivir el baile de hondura, no rebuscado, sino de belleza creativa. No de mera perfección técnica, sino de profundidad intelectual. No sólo de integridad espiritual, sino de absoluta imaginación. No únicamente como cimiento del baile gitano, sino como incitador de intensa emoción. Y no se alcanza ese nivel sólo por dar respuesta al estímulo del cante cabal de El Pulga y Niño de Gines, sino por provocar esa alteración de ánimo que consigue atrapar al personal y arrancarle las más sentidas ovaciones.
El Choro es, a este tenor, un decisivo exponente del baile de hombre, identificado por su exquisita colocación, su virtuosismo en el movimiento alternante del braceo, la fijeza de su cabeza, sus variaciones tan exigentes en el zapateado, los diferentes pasos y técnicas de movilidad, y la destreza, por último, que tiene para crear movimientos y posiciones en sus varoniles desplazamientos.