LUCÍA LA PIÑONA
Espectáculo: Estreno absoluto de 'Lucía en vivo', de Lucía la Piñona / Idea original: Lucía la Piñona / Guitarra: Ramón Amador Hijo / Bajo eléctrico: Juanfe Pérez / Batería: Javier Rabadán / Cante: Manuel Pajares / Dirección escénica: Alberto Velasco / Iluminación: Benito Jiménez / Sonido: Rafael Naranjo / Dirección artística: Lucía la Piñona y Sara Arguijo / Producción ejecutiva: Endirecto.FT / Lugar y fecha: Centro Social Blas Infante. 24 de febrero de 2025
CALIFICACIÓN: *
Confieso, de entrada, que la mayoría de los procesos performativos me aburren. Cuando asisto a la propuesta creativa de un artista no le doy relevancia a la presencia del público, ni cómo evoluciona el hecho escénico hacia el espectador activo. Tampoco me afecta la participación de los asistentes, y menos aún el bucle de retroalimentación, las relaciones interpersonales o el contagio.
Lo verdaderamente importante de un espectáculo serio, como es el Festival de Jerez, es la identidad cultural del protagonista. La transgresión, la rebeldía o la violación de las tradiciones, es compromiso del artista preocupado por su propia evolución. Sin duda. Pero invitar al espectador a realizar una acción a fin de cambiar los roles, se puede interpretar como entretenimiento para la calle o inquietud investigadora, pero también como el rompimiento con lo establecido, marcar una pauta para indagar las posibilidades del arte dejando atrás cánones caducos y, en suma, conformar una comunidad efímera que comparta una experiencia a fin de desafiar a las artes clásicas.
Esperaba, pues, el montaje de una gran bailaora, porque La Piñona lo es, y muy buena, y no la exploración del cuerpo y sus posibilidades de movimiento, actividad que siempre se ha reservado a las academias de baile, donde se enseña a sentir y pensar el cuerpo como medio de expresión, con el que se comunicarán emociones, sentimientos e ideas.
Y en ese último aspecto, la bailaora jimenata busca más la emancipación entre el humo escénico y el aporte de rock andaluz del bajo eléctrico y la batería, que la autonomía corporal, la liberación, el mover el cuerpo de manera libre y sin restricciones, aunque con energía y precisión, y desplegando la riqueza de los acompañantes con más diálogo que réplica, pero sin dejar de prestar atención a los detalles.
Utiliza para ello su afianzada técnica y flamenquería, pero no las pone a disposición de la hondura, sino a merced de la performance callejera, hasta intentar ganar el reto de implicar al público amigo y facilón, lo que ratifica la propia protagonista cuando argumenta que lo que presenta es un concierto de baile en el que el objetivo no es bailar al ritmo del cante o el toque, "sino que sea el cuerpo el que cante o resuene a través del movimiento".
No estamos, por tanto, ante el baile en concierto donde la coreografía está sujeta a unas pautas como la combinación rítmica de movimientos corporales. Antes bien, 'Lucía en vivo' se representa en una muy incómoda sala teatral, pero dejando de lado el formato convencional. Y convierte el proscenio en un espacio alternativo donde potenciar -que no enriquecer- la experiencia del espectador, en aras sobre todo de convertirlo en un terreno fértil para la experimentación, proporcionando a los acompañantes la libertad de explorar nuevas formas de conexión con la audiencia y de reinterpretar en parte las narrativas tradicionales en un contexto contemporáneo.
Desde esta perspectiva, lo que propone Lucía la Piñona no resulta convincente al crítico, dado que el contacto directo con el público y la acción de reciprocidad entre ambos, le impide concentrarse en su baile. Y eso que tuvo momentos como la seguiriya, los tangos aguajirados o la bulería, donde muestra un proceso creativo, en tanto que la petenera, la videollamada con el padre o la canción que ella interpreta, 'Con golpes de pecho', de Vicente Fernández, aportan tanto como las luces de discoteca para el bis de la rumba 'Yo te lo digo cantando', de El Luis. Es decir, menos que nada para una bailaora de sus características. Es -a ver si me sale- como si la intención de despojarse de todo artificio tradicional acabase resultando artificioso.
Estamos, por consiguiente, ante una performance orientada a involucrar a las distintas disciplinas -cante, toque, baile y percusión- en una sola pieza, pero completamente libre y nada convencional. Es lo que llamaríamos arte experimental, una provocación que estimamos efímera, pues no se puede expresar del mismo modo dos veces.
La experiencia del artista y el espectador cambian, por tanto, en cada representación. Se rompe el formalismo escénico, plan de acción que a lo que parece sólo los flamencos son capaces de marcar. Y salíamos del nada cómodo auditorio pensando, pues, en haber asistido a un desafío a las artes clásicas de lo jondo. ¿Se imagina el lector ver una ópera donde el público forme parte de ella?