CRÓNICA
Grabadora de corte

Eugenia de Beer, la mujer con nombre pero sin rostro que enseñó a montar al infante Baltasar Carlos que retrató Velázquez

No se le ha puesto cara, pero formó parte de las mujeres excepcionales que destacaron en la Corte. Suyos fueron los grabados que enseñaron a montar al pequeño Baltasar Carlos, al que dibujó Velázquez como gran esperanza (truncada) de la monarquía

Eugenia de Beer, la mujer con nombre pero sin rostro que enseñó a montar al infante Baltasar Carlos que retrató Velázquez
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El pequeño Baltasar Carlos debía garantizar la continuidad dinástica de los Austrias y por eso, como ya ocurriera con su padre Felipe IV y con su abuelo Felipe III, el gran pintor de la corte española, Diego de Silva y Velázquez, recibió el encargo de retratarle. Apenas tenía 6 años y ya montaba a caballo. El equino era un claro símbolo de la monarquía, del trono de una España en cuyo imperio seguía sin ponerse el sol. En el lienzo el animal se mostraba en corveta, doblado de brazos y apoyándose sobre las patas traseras. El infante, por su parte, se acompañaba de varios símbolos de poder como la banda, la bengala que sostenía con su mano derecha y una pequeña espada atada a su cintura, en clara referencia todos ellos a las responsabilidades militares que habría de afrontar el futuro monarca. El cuadro, terminado en 1635 (hace ahora 390 años) y conservado actualmente en el Museo Nacional del Prado, se encuentra envuelto en una hermosa e intensa luz que anunciaba un futuro halagüeño para el joven heredero al trono.

Baltasar Carlos era el único de los hijos de Felipe IV que había sobrevivido a un trágico destino. Su madre, Isabel de Borbón, había padecido la pérdida de cinco hijas (solo sobrevivió la infanta María Teresa, futura reina de Francia por su matrimonio con Luis XIV), de modo que todas las esperanzas de continuidad de la corona descansaban sobre los débiles hombros del pequeño infante. Era costumbre por aquel entonces que los herederos reales aprendieran el noble arte de la caza, fueran diestros en el manejo de las armas y, especialmente, en la monta a caballo. Esta última con varias modalidades entre las que destacaba la llamada «a jineta». Consistía en llevar los estribos cortos y las piernas dobladas en posición completamente vertical desde las rodillas. Esta disciplina requería de gran habilidad y precisión y por ello exigía que el futuro rey tuviera a su alcance todas las herramientas posibles para poder adquirir las habilidades que su cargo le exigiría en el futuro.

El príncipe Baltasar Carlos, a caballo. Pintado por Velázquez en 1635.
El príncipe Baltasar Carlos, a caballo. Pintado por Velázquez en 1635.

Fue entonces como apareció en la vida del joven príncipe una gran desconocida, la grabadora más brillante del siglo XVII: María Eugenia de Beer. Era hija de Cornelio de Beer, pintor de temas religiosos y naturalezas muertas, además de editor de estampas de origen flamenco al que se sitúa en Madrid ya en 1618; y de Ana de Conce, natural de Breda. Desconocemos con exactitud la fecha de su nacimiento, pero pudo ser sobre el año 1622. Posiblemente aprendiera el oficio de manos de su padre, como era muy habitual en la época, y como hicieron artistas de la talla de la escultora de corte Luisa Roldán, conocida popularmente como La Roldana, o la pintora sevillana Josefa de Óbidos.

A pesar de que tenemos noticias documentales de la existencia de María Eugenia en 1640 gracias a la publicación de varios de sus grabados, parece que el Cuaderno de aves para el príncipe Baltasar Carlos fue uno sus primeros trabajos. Lo realizó entre 1637 y 1639, cuando contaba unos 15 o 16 años. Se trata de un conjunto de 23 estampas de calidad exquisita en las que se reproducen distintos tipos de aves que María Eugenia pudo copiar de grabados de Ornitología. Este ejemplar, adquirido en 1981, pertenece hoy a la colección del Banco de España y es el único que se conserva de la etapa de juventud de la artista, cuando todavía era una aprendiz en el taller de su padre, Cornelio.

De 1640 datan sus grabados en la cubierta del libro de fray Francisco de Rojas titulado Tomo segundo de los Opprobios q. en el árbol de la Cruz oyo Xpo. qdo. dixo las siete palabras y del Sumo Sacramento de la Fe, del jesuita Francisco Aguado. En el primero se muestran en la portada, enmarcados en óvalos, los retratos del rey Felipe IV (de la Casa Imperial de los Austrias), de Baltasar Carlos (como Príncipe de la Paz) y del conde duque de Olivares (de la Casa Real de Guzmán), unidos los tres por una rama de árbol.

Ya en 1641 realizó el retrato que aparece en la portada de los Discursos espirituales del Ilustrísimo Señor Don Juan de Palafox y Mendoza, donde se muestra el rostro de la reina Isabel de Borbón flanqueada por sus santas patronas Isabel de Hungría e Isabel de Portugal.

A CABALLO, HASTA HACIENDO EL PINO

Ese mismo año, María Eugenia contrajo matrimonio con Nicolás Merstraten, de quien tuvo un único hijo. Aún le dio tiempo a llevar a cabo el magnífico conjunto de 29 grabados de su Cuaderno de ejercicios de la gineta al príncipe Baltasar Carlos, obra del secretario de Estado de Felipe IV, Gregorio de Tapia y Salcedo, fechado en 1643 y conservados 20 de ellos en la Biblioteca del Palacio Real de Madrid.

Una de las ilustraciones de Eugenia de Beer para las florituras del joven heredero.
Una de las ilustraciones de Eugenia de Beer para las florituras del joven heredero.

Ocho años antes había pintado Velázquez al jovencísimo heredero al trono, pero ahora, con 14 años, el príncipe debía manejar con destreza y soltura el caballo y dominar el mayor número de modalidades posibles sobre un equino. Por eso, el cuaderno se antojó probablemente como esencial para explicar a Baltasar Carlos cómo dominar al animal. En ese ejemplar se pueden observar algunos grabados especialmente divertidos en los que se muestra al jinete boca abajo y ¡hasta haciendo el pino!

Las últimas obras de María Eugenia de Beer antes de abandonar el oficio fueron los retratos de Diego de Narbona (1642), el del propio Gregorio de Tapia (1644), otro del príncipe heredero en la portada de Instituciones políticas al Serenísimo Señor D. Baltasar Carlos del caballero de Santiago Diego de Tovar Valderrama o el del jesuita Alfonso Rodríguez, incluido en Vida, hechos, y doctrina del venerable hermano Alonso Rodríguez, datado en 1652. Por estas fechas parece que María Eugenia se trasladó a Francia y quizá, más tarde, a Flandes para seguir a su esposo en sus responsabilidades políticas, aunque aún quedan muchas lagunas importantes por esclarecer de la vida y la obra de una mujer excepcional.

María Eugenia de Beer fue la primera grabadora en la corte española del siglo XVII. Además, firmaba siempre sus obras y se convirtió en una figura artística indiscutible para los reyes. Casi todos los ejemplares en los que se muestra su producción se conservan en la Biblioteca Nacional de España, muchos de ellos muy vinculados a la esperanza de la monarquía: el príncipe Baltasar Carlos.

Ilustración del cuaderno de ejercicios a caballo ilustrado por Eugenia de Beer para el príncipe Baltasar Carlos.
Ilustración del cuaderno de ejercicios a caballo ilustrado por Eugenia de Beer para el príncipe Baltasar Carlos.

Desgraciadamente, el esplendor del reinado que anunciaba el retrato ecuestre de Velázquez jamás llegó a cristalizar. Tras realizar María Eugenia el retrato de Gregorio de Tapia, en 1644, falleció Isabel de Borbón y el joven príncipe se quedó huérfano. Su padre volvería a casarse con una sobrina suya, Mariana de Austria (madre del futuro Carlos II), pero Baltasar Carlos no viviría para verlo. Antes de morir, le comprometieron con María Ana, hija del archiduque Fernando II de Austria y juró, como heredero a la corona, gobernar los reinos de Aragón y de Navarra. Llegados de nuevo a Zaragoza desde Pamplona, el príncipe enfermó, parece ser de viruela, aunque algunos defienden que pudo haber muerto de una enfermedad venérea.

LA MOMIA DEL FRAILE

En cualquier caso, y con la intención de evitar el fatal desenlace, Felipe IV puso la vida de su hijo en manos de su confesora espiritual y consejera María de Jesús de Ágreda en lugar de en los médicos reales. La religiosa concepcionista, que aconsejaba al monarca en aspectos financieros, militares y políticos, le instó esta vez, confiando en los poderes curativos del religioso franciscano Diego de Alcalá —fallecido casi dos siglos antes—, que ordenara traer su momia desde la localidad madrileña de Alcalá de Henares hasta Zaragoza. La momia se conserva actualmente en una urna en la Catedral Magistral de la ciudad y se le atribuía entonces el poder de sanación de todo tipo de males. Había sido empleada por reyes como Enrique IV o el propio Felipe II para salvar de enfermedades a sus herederos, la princesa Juana o el príncipe Carlos respectivamente, y en este caso ocurrió algo semejante con la intención de que se obrara el milagro.

Ya agonizante, Baltasar Carlos tuvo que soportar que el cadáver del fraile fuera introducido en su lecho para espantar a la parca en una escena tan macabra como desoladora. Sin embargo, nada de esto pudo evitarse y el heredero legítimo al trono falleció el 9 de octubre de 1646. Solo tres años antes perfeccionaba sus dotes como caballista de la mano de la magnífica obra de María Eugenia de Beer y se dejaba retratar por el más excelso pintor español de todos los tiempos. No en vano la simbología del arte de la equitación siempre hizo referencia a una continuidad dinástica que, en el caso de Baltasar Carlos, se truncó definitivamente con tan solo 17 años.