Abril de 1960. Hasta la mesa de Juan Arias, funcionario del Cuerpo General de Policía en Sevilla, llega la denuncia de una aristócrata que asegura que había sido estafada al adquirir un cuadro de Velázquez, un bodegón, que había resultado ser falso. Al poco, el policía recibe una orden procedente de altísimas instancias, desde la Dirección General de Seguridad, en Madrid, para que investigue a fondo y personalmente aquel caso.
Arias, que estaba destinado en el Gabinete Regional de Identificación -lo que hoy sería la Policía Científica, aunque mucho más rudimentaria- tira de conocimiento y de sus contactos en el submundo delincuencial de la capital andaluza e interroga, entre otros, a un viejo conocido, Eduardo Olaya, un pintor de gran talento que había pasado por la comisaría por delitos comunes y que había puesto sus extraordinarias dotes al servicio de una trama de falsificación de obras de arte.
Arias tira del hilo de Olaya y descubre no solo que aquel 'velázquez' no lo era, tal y como había denunciado la aristócrata, sino que, además, la obra en cuestión colgaba de las paredes del Palacio del Pardo, la residencia oficial del dictador Francisco Franco, el Generalísimo.
Que las pesquisas de Arias llevasen hasta el Pardo y hasta el mismísimo jefe del Estado a punto estuvo de costarle muy caro al policía. Recibió otra orden directa, dejar el caso de forma inmediata y solo la intercesión de sus jefes en Sevilla le salvó de acabar sin placa, sin pistola y sin empleo.
De aquella historia, Arias no contó ni una palabra en su casa. Era un padre reservado y un policía extremadamente discreto.
Tuvieron que pasar más de treinta años para que su hijo Juan Carlos le escuchara por primera vez hablar de Olaya y del extraño caso del 'velázquez' falsificado, la aristócrata sevillana y el palacio del Pardo.
Lo cuenta, en primera persona, el hijo del policía, que encontró en la investigación privada su vocación y que hace unos meses recopiló toda la historia, la de su padre y la de la trama de falsificadores, en un libro, El falsificador de Franco, en el que ajusta cuentas con quienes silenciaron a su progenitor y le coloca en el lugar que, a su juicio, le corresponde, reconociendo unos méritos que le robaron.
Relata Arias, el hijo, que llevaba unos años como detective privado cuando Arias, el padre, le habló de aquel falsificador al que tan de cerca había conocido y cuyo talento admiraba. Le dijo que había sido otra víctima del sistema, condenado a una «muerte civil» que le arruinó la vida por un régimen obsesionado en tapar un escándalo que salpicaba directamente a la esposa de Franco. Porque fue ella, Carmen Polo, la que, al parecer, terminó comprando el bodegón falso.
Al hijo aquella revelación se le quedó grabada y fue tomando cuerpo en su cabeza una idea: desenterrar aquel caso y retomar la investigación en el punto en el que su padre la dejó. O, más bien, en el punto en el que le obligaron a dejarla.
Indagó en lo que él llama Operación Sevilla y descubrió que Olaya no era más que «el último eslabón» de una cadena mucho mayor, un peón en un tablero en el que quien movía las piezas era el anticuario sevillano Andrés Moro, para el que copiaba las obras que luego vendía a aristócratas como aquella que denunció la estafa con el falso 'velázquez'.
También descubrió conexiones internacionales de aquella trama a través de Stanley Moss, un marchante neoyorquino que colocó a grandes millonarios americanos muchas de aquellas falsificaciones excepcionales que (no) firmaba Olaya, al que en Sevilla conocían como la Baronesa por su condición sexual (era gay). Y en su investigación, en la que denuncia que le pusieron innumerables trabas: «Había pasado mucho tiempo, pero seguían tapándolo todo».
Su insistencia dio resultados y, explica, aquel 'velázquez' falso que lo empezó todo no era más que la punta del iceberg de una organización perfectamente engrasada y especializada en grandes pintores, especialmente el Greco, en el que Olaya era un maestro haciendo copias que acabaron colgadas en colecciones privadas y en museos de todo el mundo, algunos de gran renombre.
Como el Meadows de Dallas, en Texas, al que algunos llaman el Prado de América por la gran cantidad de obras de artistas españoles que atesora y que proceden, en su mayoría, de la colección que reunió Algur H. Meadows, un rico empresario del petróleo que frecuentó España en la etapa franquista en busca de yacimientos de crudo que explotar y que acabó enamorado de la pintura española.
Según Arias, el hijo, en manos de Meadows terminaron algunas de las falsificaciones de Olaya, incluida una Anunciación atribuida durante décadas a El Greco y que la pinacoteca estadounidense ya ha reconocido como una falsificación.
Pero este falso 'greco' no sería el único que salió del taller de Olaya y que vendió la trama del anticuario Moro. El detective sevillano sostiene que la Baronesa pintó cerca de 400 obras (todas falsificaciones) y que el 80%de las mismas eran copias de cuadros de El Greco.
Arias dice tener pruebas de que el Prado compró numerosas obras a Moss y defiende que algunas de las falsificaciones de Olaya podrían estar en su colección, aunque no es el único gran museo que contaría con estas copias. Cita, igualmente, al Museo Thyssen o al Museo Estatal de Atenas e insiste en que «nadie le ha desmentido» todo lo que averiguó en el nombre... de su padre.