CULTURA
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Rota y sus macetas con rostro humano: un homenaje a la gente corriente

El escultor jerezano Julio Malvido es el autor de un proyecto que refuerza la identidad de un municipio marcado por la presencia norteamericana y el turismo

Macetas con los rostros de vecinos de Rota, obra del escultor Julio Malvido.
Macetas con los rostros de vecinos de Rota, obra del escultor Julio Malvido.CATA ZAMBRANO
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Cada vez se hace más raro encontrar los nombres de los moradores de un edificio en sus buzones. Vamos dejando un reguero de información personal cuando navegamos por las redes virtuales pero nos mostramos más recelosos a la hora de desvelar nuestra identidad en el portero automático del bloque en el que vivimos. Donde antes ponía "Familia Martínez Contreras" hoy sólo pone 3ºD. Por seguridad, por pudor o por dejadez. En Rota (Cádiz), en cambio, se ha impuesto desde hace pocos años una tendencia que va justo en el sentido contrario a la despersonalización del espacio público. Muchas casas del centro de la localidad muestran en sus fachadas, no los nombres, sino los rostros modelados en barro de sus habitantes.

El escultor jerezano Julio Malvido se ofreció hace ocho años a inmortalizar la cara de Juan Ramón, propietario del hostal 7 Escalones, que convenció a otros vecinos de la calle Luis Vázquez para que se sumaran a la iniciativa. No hay dos iguales. Cada tiesto reproduce unos rasgos que singularizan la pieza. La planta (cactus, geranios, suculentas...) remata la personalidad irrepetible de cada obra. Expuestas en las calles de Rota hay ya más de un centenar. La mayoría se concentra en el entorno del Castillo de Luna. Pero ya empiezan a verse también maceteros con rostros fuera del casco histórico, por ejemplo, en la calle Écija, una perpendicular al paseo marítimo de la Playa de la Costilla.

Rota alberga desde los años 50 del siglo pasado una base naval permanente de EEUU. Esa convivencia con los norteamericanos (actualmente en torno a 7.000, entre militares y allegados) durante más de medio siglo viene dejando una impronta identificable en su historia, su cultura y su gastronomía. Los roteños presumen de tener más pizzerías por habitante que ninguna otra ciudad del mundo. Y se precian también de haber sido, en los años 60 y los 70, la puerta de entrada de la mejor música americana, gracias a los discos que llegaban a la base y que era imposible encontrar en la España de entonces, como relata la realizadora Vanesa Benítez Zamora en el documental Rota n 'Roll (2018).

Pero ni la presencia exótica de los marines y sus cadillacs circulando por las calles estrechas de un pueblo de mayetos (hortelanos) y pescadores ni la presión creciente del turismo le han arrebatado a este municipio sus reconocibles señas de identidad. Al menos de momento. El colectivo Intervenciones, formado por varios artistas y activistas locales, ha llenado las cornisas de algunos edificios de pequeñas calabazas de cerámica para reivindicar la exuberancia de sus huertas, como recuerda la delegada municipal de Cultura, Encarna Niño. De este grupo fue también la idea de rotular un callejón del casco histórico con el sugerente mandato de "Bésame en este esquina", convertido desde entonces en el mejor photocall para románticos analógicos o digitales, que luego fue trasladado a un recodo del Paseo Marítimo. Hay también una ruta literaria que permite leer a los poetas locales, incluidos Felipe Benítez Reyes o Luis García Montero (roteño de adopción como su esposa, la desaparecida Almudena Grandes) en las letras impresas sobre azulejos colocados en diversas esquinas.

Los artistas locales, más o menos consagrados, tienen también cita obligada en las exposiciones que llenan la agenda de las salas municipales, donde es fácil encontrar alguno de los paisajes de cal y arena de uno de sus pintores más reconocidos y reconocibles: Tosar Granados, "constructor de un mundo de azoteas y de páramos", en palabras de Benítez Reyes.

Como las acciones artísticas de los activistas de Intervenciones, la iniciativa de Julio Malvido es también una contribución a la renovación de la imagen y los atractivos de la localidad sin las perversiones del efecto homogeneizador que impone a veces el turismo. El vendedor de cupones de la calle Charco, el encargado de la tienda de música o el párroco de la Iglesia de la O están ya inmortalizados con su rostro en una de las macetas que destacan sobre el blanco de las fachadas. Julio Malvido sigue recibiendo encargos. Si la maceta va a exhibirse en la calle, no cobra por ella. Si es para el uso del cliente, sí. Su hijo le ayuda con el modelado cuando se acumulan los pedidos. En el patio de su casa de Punta Candor cuelgan también decenas de maceteros con rostros de familiares y amigos, como en un enorme álbum tridimensional por el que sería fácil hacer una reconstrucción de la trayectoria profesional, artística y familiar del escultor.

Un viernes del mes de agosto, a las 10 de la mañana, recibe la visita de Desmond y Eva, irlandés y sevillana, dos veraneantes que quieren sendas macetas con sus rostros para colgarlas en el patio de la casa que tienen en Higuera de la Sierra (Sevilla). El artista toma fotos de ambos y realiza un primer molde cubriendo con vendas de escayola sus caras. Esta primera parte del proceso apenas lleva unos 20 minutos. Más adelante, el escultor modelará los rostros a partir del vaciado de escayola y con la ayuda de las fotografías tomadas. Después tendrá que hornear las piezas y darles color.

El escultor Julio Malvido entrega a una vecina la maceta que reproduce su rostro.
El escultor Julio Malvido entrega a una vecina la maceta que reproduce su rostro.CATA ZAMBRANO

La historia de este proyecto es también un ejemplo de serendipia, pues la primera maceta surgió de un busto modelado y malogrado cuando el artista fue a posarlo boca arriba en la mesa del taller con el barro todavía húmedo. La pieza se aplanó por detrás y, dado que no había manera de que recuperara la forma buscada, a Julio se le ocurrió reutilizarla como maceta de pared. Pero no sería hasta varios años después cuando fraguó este homenaje a la gente corriente de Rota, una suerte de paseo de la fama local y efímera que la ciudad ha acogido con enorme naturalidad. Incluso algunos concejales de la corporación municipal tienen ya su maceta con rostro en el mismo formato.

Es el cliente el que elige qué planta coloca en la maceta, aportándole el toque de exotismo, de surrealismo incluso, que convierte la obra en un poderoso reclamo para los ojos de los curiosos que pasean ahora por las calles de Rota intentando encontrar parecidos entre los rostros de barro y la mujer que barre la acera o el camarero que te sirve un café con leche en la terraza de El Castillito o del bar La Concha. Los jardineros municipales riegan y cuidan de que las plantas sobrevivan a los rigores del calor o del viento. Y, contra pronóstico, apenas ha habido que lamentar hasta la fecha actos de vandalismo contra ninguna de las piezas colgadas de paredes casi siempre bien encaladas.

Caras y paisajes

La investigadora Blanca Jiménez de Cea ha llegado a comparar el trabajo de Julio Malvido con el proyecto que la cineasta Agnes Vardá y el fotógrafo Jean René (JR) realizaron a partir de los rostros de la gente común con la que se cruzaban durante un viaje por la Francia rural. Tomaron fotos de personajes anónimos para después reproducir las imágenes en grandes formatos y empapelar con ellas sus domicilios o talleres. Aquel proyecto se recogió en el documental Visages Villages (2017) y es ya un clásico del cine de autor europeo.

Retratar a la gente común es en sí mismo una corriente en el arte universal. Y en Rota se ha convertido en una suerte de conjuro contra la pérdida de la identidad en los procesos de turistificación. En la Plaza de la Merced hay otra instalación con la misma vocación (en este caso son mujeres): se trata de pequeñas piezas de cerámica con perfiles silueteados en negro que recuerdan a los antiguos camafeos. El grupo Vendaval es el autor de este manifiesto que reivindica el papel de la mujer y la democratización del arte.

Antes de que los rostros modelados por Julio Malvido inundaran los muros de las casas, las macetas y las flores ya eran habituales en las calles Mina, Charco o Prim. En esta última viven Dolores y su marido, Pepe. Una docena de macetas adorna su fachada. Dos de ellas reproducen las caras del matrimonio, fácilmente reconocibles. Y una tercera retrata una suerte de diosa egipcia de cuyo nombre Dolores no se acuerda en el momento de atendernos.

De Australia a la base americana

Julio Malvido vivió de adolescente con su familia exiliada en Australia, después de que su padre, que había desempeñado algunas actividades sindicales, se viera acosado en España por las autoridades del tardofranquismo. El aprendizaje forzoso del inglés le abrió muchas puertas laborales a su regreso tres años después, en plena transición española. Trabajó primero en una bodega de Jerez y, más tarde, entró de telefonista en la base norteamericana, donde ejerció también de bibliotecario y llegó a formar parte del comité de empresa. Un expediente de regulación de empleo y una depresión cuando apenas tenía 45 años le llevaron a buscar terapia ocupacional en la Facultad de Bellas Artes de Sevilla, donde completó la formación que había recibido de joven y se graduó en Grabado, Diseño y Escultura.

Cada año Julio Malvido expone en Rota sus pinturas en muestras individuales o colectivas. Su taller abarrotado de herramientas, de lienzos y de esculturas es el reflejo de una vida inquieta y enormemente creativa. Su último proyecto, el que transforma en macetas los rostros de sus vecinos, es el que más alegrías le está dando en esta etapa de su vida, tras haber convertido una ocurrencia en una asentada tradición.