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Arquitectura

Las casitas blancas de Lanzarote e Ibiza: cómo la construcción más pobre del mundo se convirtió en un símbolo de lujo y felicidad

La exposición 'Lanzarote. Arquitectura [in]édita' en la Fundación César Manrique y el libro 'Habitar la Isla Blanca. Interpretaciones de la arquitectura ibicenca' explican cómo la severa arquitectura popular se convirtió en una imagen de alegría estival

Una vivienda tradicional en El Golfo, al oeste de Lanzarote.
Una vivienda tradicional en El Golfo, al oeste de Lanzarote.A. Ruiz
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Las palabras "casita blanca" llevan en internet a una lista casi interminable de alojamientos turísticos que parecen hermanados en todos los mares del mundo, desde la costa de Perú hasta las islas griegas. En Corfú, por ejemplo, la casita blanca es The Durrell White House y fue, como su nombre indica, el lugar que alojó a Gerald y Lawrence Durrell en su infancia griega en los años 20. En Marbella, la casita blanca que aparece en Tripadvisor tiene un sol pintado sobre la pared de un patio; la de Fuerteventura es un bungaló en Corralejo. En Ibiza, La Casita Blanca es un apartotel de los años 70 y en Sicilia la Casa Bianca Piccola es una casa de pueblo que está entre montañas, con el Mediterráneo a 10 kilómetros. Las palabras "casita blanca" han calado en nuestro mundo como un emblema de felicidad despojada, pegada a la tierra y el mar.

La historia de la casita blanca como idea se entiende a través de una exposición que se puede ver este año en Lanzarote, Lanzarote. Arquitectura [in]édita (Fundación César Manrique, hasta el 25 de septiembre) y de un libro que apareció hace algunos meses, Habitar la Isla Blanca. Interpretaciones de la arquitectura ibicenca, de Antonio Pizza (Ediciones Asimétricas). Los ejemplos podrían haber sido el Cabo de Gata y Portbou o, quizá, Tabarca y Vejer de la Frontera, pero son Lanzarote e Ibiza los lugares que explican el modelo en su esencia: tierras ásperas, ventosas, pobres durante siglos e idealizadas nuestro mundo. Tierras de mar, obviamente.

Para saber más

"Hay un filón de arquitecturas contemporáneas que evocan esta idea de la casita blanca porque tratan de tema muy actuales como el paisaje y la eficiencia energética", explica Antonio Pizza, arquitecto y profesor en la Universitat de Barcelona. "Y hay muchos casos por todo el Mediterráneo que son variaciones de un tema en común. Lo que varían son los materiales y los emplazamientos. El tema común es la adecuación al lugar".

En el caso de Ibiza, Pizza explica que la primera idea que hay que tener en cuenta es que la casita blanca no es una construcción marinera sino de interior, porque el mar fue durante siglos una fuente de amenazas y problemas y no un lugar de gozo veraniego: el salitre desgastaba los materiales, las incursiones piratas eran un peligro recurrente y los días de tramontana eran aterradores... "En la costa no había mucho más que algunas casetas para guardar los aparejos. La casa popular ibicenca estaba relacionada con la agricultura, no con la pesca".

¿Y cómo eran esas casas a las que hoy evocan decenas de alojamientos turísticos? "Tendían a fortificarse. Estaban muy cerradas al exterior y tenían muros muy gruesos para defenderse del frío y del calor. Las casas se sostenían con muros de carga de piedras y de revoque de cal blanca, que, además, era higienizante. Tenían muy pocas aperturas. Eran casas de campesinos y sus habitantes estaban en el campo la mayor parte de las horas de luz. No necesitaban mucha iluminación natural".

"Hay otro dato importante", continúa Pizza. "Las casas populares de Ibiza estaban hechas para crecer. Funcionaban por agregación. Si sus dueños prosperaban un poco, añadían un establo o un almacén, un poco casualmente. No eran casas patios como las de Andalucía que siguieran un método heredado de los romanos".

Lanzatrote en los años 60.
Lanzatrote en los años 60.Fundación César Manrique

Lo interesante es descubrir que la descripción de las casitas blancas de Ibiza es muy parecida a la de sus equivalentes de Lanzarote. "En Lanzarote, la forma básica de las casas era un cubo. Y a ese cubo se le iban añadiendo más cubos a media que las familias crecían. Primero hacían una L. Y después una U, pero siempre teniendo en cuenta dónde quedaba el vacío de esa U. Como en Lanzarote, el viento predominante es el del noreste, la casa se orientaba al suroeste para protegerse", dice Alfredo Díaz, de la Fundación César Manrique.

Díaz habla de una tradición que se relacionaba con "mucha astucia" con el clima de la isla. "Las techumbres eran en forma de artesa [recipientes] para que no se perdiera el poco agua que cae". Los muros también eran gruesos y estaban encalados. ¿Había ornamentos? "Nada más que algunas plantas en el patio", contesta Díaz. "Puede que se pusiesen regaderas y herramientas a la vista y puede que ese gesto tuviese un fin ornamental. Nada más", añade Pizza sobre Ibiza.

¿Y la pintura verde que hoy vemos en las carpinterías de mil apartamentos de Lanzarote según lo que los visitantes entendemos como una tradición local? "La pintura que se utilizaba era la que había. En los pueblos marineros se empleaba el azul, porque el azul es el color más utilizado en los botes. En el interior, la pintura que había era marrón o verde".

La exposición de Lanzarote y el libro de Ibiza narran la manera en que esas construcciones de subsistencia, ensimismadas y oscuras, "arquitecturas de la precariedad" según las describe Díaz, se convirtieron en lugares idealizados en todo el mundo, arquitecturas "lúdicas", según las define Pizza.

"César Manrique fue a Nueva York en 1964. En 1966 fue a una exposición en el MoMA que fue muy importante en su época. Se llamaba Arquitectura sin arquitectos, hablaba de la tradición popular en todo el mundo e incluía un ejemplo de Lanzarote. César se quedó asombrado. Imagínese lo que era Lanzarote en 1966. ¿Cuánta gente podía saber en Nueva York que existía una isla llamada Lanzarote?", se pregunta Díaz. A partir de ese encontronazo, el artista se obsesionó con llevar "lo tradicional a lo moderno". En 1974 documentó y lanzó al mundo la belleza de esa tradición en un libro llamado Lanzarote. Arquitectura [in]édita, que es el mismo que este año se ha convertido en una exposición. "El Mirador del Río es el ejemplo perfecto de ese empeño", cuenta Alfredo Díaz.

¿Y en Ibiza? Antonio Pizza cuenta que, como si buscasen un consuelo del mundo industrial y su brutalidad, muchos escritores europeos desarrollaron la idea de la isla como paraíso anacrónico. En los años de la República de Weimar, esos escritores empezaron a viajar, llegaron a Ibiza y descubrieron "un mundo arcaico, impensable, que opusieron a la ciudad". Pizza cita a Walter Benjamin que fue uno de los pioneros de ese viaje a Ibiza, pero también podría nombrar a Le Corbusier, que visitó la isla en 1928 acompañado de Josep Lluis Sert. Antes, en sus años de formación, Le Corbusier ya había conocido la tradición popular de Grecia. Está documentada la manera en que esas casitas blancas llevaron hasta la capilla de Ronchamp, por ejemplo. "El mito de la casita blanca se creó desde fuera, eso es importante", termina Antonio Pizza.