ARTE
Entrevista

Marina Abramovic: "Estuve a merced de la muerte, me hicieron nueve transfusiones, nunca había sentido tanto miedo"

La obra de la artista siempre ha girado alrededor de la muerte. Ahora cuenta cómo renació a los 77 años tras sufrir una embolia. "No podía morir, tenía tanto que hacer aún"

La artista Marina Abramovic.
La artista Marina Abramovic.Darren GerrishWireImage
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Marina Abramovic está muy decidida: quiere llegar a cumplir más de 100 años. La artista y performer más famosa y aclamada de todos los tiempos está muy centrada en la longevidad, aunque haya maltratado su cuerpo. Como modelo, un ídolo: Gillo Dorfles, el crítico de arte y pintor fallecido a los 107 años. "Fue el primero que escribió sobre mí en el Corriere della Sera. Yo tenía 23 años, me invitó a comer a su casa, cocinaba él y siempre era la misma comida: pollo, ensaladita y un helado al final. Su dieta era limitada, pero se convirtió en centenario. Era alegre y muy despierto", dice la ganadora del Princesa de Asturias de las Artes 2021.

"En la vejez empiezan los achaques, pero si estás sano y tu sistema inmunitario es bueno, si tienes energía y tu cerebro está activo, realmente puedes vivir mucho tiempo. La cultura estadounidense es terrible, pero en la cultura mediterránea, las mujeres mayores tienen poder y sabiduría, ven la vida de otra manera. Eso es exactamente lo que me gusta de mi condición de anciana. Me gusta que no se deje sola a la gente mayor. Cuando vas a un geriátrico sólo estás esperando la muerte. Es tan importante ser querido por todos, por la familia, reunirse con otras personas. No quiero mirar atrás nunca. Cuando era joven siempre estaba sufriendo, llorando por los tipos equivocados de los que me enamoraba. Ahora veo todo eso de una manera completamente diferente. Así que ahora estoy en un buen momento, pero hay que estar sano. Por eso es importante la longevidad", cuenta la artista.

En Italia hay pueblos, en Cerdeña y Sicilia, donde viven personas centenarias. "Hace mucho tiempo viví tres meses en Orgosolo. Solía preguntar a los lugareños: "¿dónde están los bandidos?". Y ellos respondían: "somos nosotros". Ulay y yo vivíamos en un coche, en el campo. La única forma de ganar dinero era trabajar con los pastores, apacentando 150 ovejas. Las ordeñaba, hacía queso pecorino, tejía, comía el pan típico, el papel de música. Luego me encantaban los mamutones, tan arcaicos. Todos estos extraños misterios y rituales de una cultura antigua". La superstición también forma parte de la vida de Marina. "Soy terrible, sigo las reglas de mi abuela. Esparcir sal trae mala suerte. Ver a una mujer embarazada por la mañana, también. El gato negro que te corta el paso en la calle trae mala suerte (estoy esperando a que alguien se lo cruce), igual que poner la cartera o el sombrero en la cama. Y hay que comer lentejas porque traen dinero".

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Su actuación en la Bienal de Venecia de 1997, Balkan Baroque, que le valió el León de Oro, sigue siendo imborrable: estuvo sentada cuatro días raspando obsesivamente durante siete horas toneladas de huesos podridos, mientras al otro lado del Adriático Kosovo chorreaba sangre.

Hoy muchos campus estadounidenses han sido testigos de protestas estudiantiles en solidaridad con el pueblo bombardeado y hambriento de Gaza. Y estas protestas se han extendido como la pólvora. Mientras que los artistas parecen estar más ausentes en estos momentos.

"Es la primera vez en mi vida que no tengo otra reacción que la del amor incondicional hacia los seres humanos", explica Marina. "Sólo cuando aprendamos a perdonar podremos dejar de matar. Esto es lo que dijo Su Santidad el Dalai Lama. Tenemos que tener una visión más amplia de la humanidad para entender por qué los seres humanos se matan unos a otros".

"Pero, ¿qué es lo que nos pasa realmente? Yo hice una declaración, muy claramente, delante de la Real Academia: invité a 1.000 personas a que vinieran y se dieran amor incondicional los unos a los otros. Esa es mi respuesta. Y también hay que dárselo a nuestro planeta, que lo estamos dejando destruido para los seres humanos que vendrán. En el momento en que aprendamos a hacerlo, nada de esto ocurrirá. Siempre habrá nombres diferentes para guerras diferentes. Creo que es importante que nosotros mismos cambiemos".

Pero después de todas las actuaciones radicales y extremas del pasado, como la estrella de cinco puntas grabada en su vientre, ¿siente hoy algún daño permanente en su cuerpo? "No, al contrario. Tengo algunas cicatrices, pero quién no. Mi espíritu está muy sano y elevado. De hecho, siempre he hecho cosas que me daban miedo. Quizá mi problema de rodilla (ya no tengo cartílago) se deba a que caminé más de dos mil kilómetros por la Gran Muralla China. Pero cuando tienes 77 años te da artritis, es algo bastante normal. Sin embargo, creo que si no hubiera tenido todos mis conocimientos sobre la respiración y el dolor, no habría podido sobrevivir a lo que me pasó el año pasado. Es un milagro que no muriera. Hace poco fui al médico para que me reemplazara la rodilla. Al ver la resonancia magnética me preguntó: "¿Qué opiáceos toma?" "Nada", le contesté. "¿Y puede caminar? ¿Cuál es su umbral de tolerancia al dolor?" "Bastante alto", le contesté".

Para ella, que organizó su funeral como una performance, desafiar a la muerte siempre ha sido un riesgo calculado en sus actos en directo. No así hace un año, aquejada por una embolia pulmonar y al borde de la muerte. "Estaba a merced de ella, todo escapaba a mi control. Estuve a punto de coger un vuelo y si lo hubiese cogido me hubiese muerto. Me levanté de la cama y perdí el conocimiento. No podía respirar. Acabé en urgencias. Entré en coma y empezaron a operarme. Tenía coágulos de sangre que obstruían las arterias y el corazón, que me extirparon. Cinco horas después, hemorragia interna. Estuve en cuidados intensivos, absolutamente inconsciente. Me hicieron nueve transfusiones. Conectada a máquinas, no podía ni mover el dedo meñique. Pero no podía morir. Tenía tanto que hacer. Y no estaba preparada. Nunca había sentido tanto miedo, incluso siendo tan intrépida".

"Cuando pasas por el fuego te das cuenta de que la prioridad es la vida humana. E incluso cuando por fin estaba a salvo no podía caminar. Me esperaba la exposición más importante de mi carrera en la Royal Academy de Londres. Gracias a Dios, antes de entrar en coma casi había terminado el montaje de esta muestra en la que llevaba trabajando siete años. Pero no podía volar. Sólo esperaba poder volver a andar (tardé dos meses), y embarcar en el barco que tardaba una semana en llegar de Nueva York a Londres. Y luego monté el espectáculo en silla de ruedas. La verdad es que ahora disfruto cada día, nunca he sido más feliz que ahora, incluso canto en la ducha y nunca lo había hecho. Así que hoy pienso: si me muero ahora, ¿qué dejo atrás? En primer lugar, he hecho de la interpretación un arte mayoritario, pero lo más importante y revolucionario de todo es haber tenido una larga vida. Y he tardado 55 años en conseguirlo. Luego pienso en el legado de mi institución: permitir que otros artistas reproduzcan mis obras históricas, y que los artistas jóvenes transmitan mi experiencia".

"Siempre he hecho cosas que me daban miedo. Sin mis conocimientos sobre el dolor, no habría podido sobrevivir a lo que me pasó el año pasado. Es un milagro que no muriera"

Una de las famosas máximas de Abramovic es afirmar que el artista debe ser consciente de su propia mortalidad. Aunque con The Life Marina abolió incluso este límite, quedándose para siempre con nosotros en el metaverso. "Actuamos como si viviéramos para siempre, mientras que cada día podría ser el último. Por eso es muy importante entender que uno se morirá y comprender realmente qué es lo más importante cuando se llega a la última etapa de la vida. Tienes que morir conscientemente, sin ira, sin miedo, de lo contrario no estás preparado. Llevo pensando en la muerte desde que tenía 17 años. Era mi cumpleaños y estaba escuchando el Concierto para piano nº 21 de Mozart. Era finales de noviembre, estaba en Belgrado, era una mañana muy tranquila. Estaba mirando la nieve y escuchando la música, empecé a llorar desconsoladamente, tenía la sensación de que un día tendría que morir. Nunca olvidaré ese momento", cuenta la performer.

Marina dice que es una guerrera, un ser espiritual, pero también una tía cascarrabias. "Los eslavos siempre se quejan de todo. ¿Sabes lo maravilloso que es quejarse de lo bueno que era el pasado o de lo bien que se vivía donde solías vivir antes? Nunca se es feliz en ningún sitio, forma parte del alma eslava, como la de Dostoievski o Kafka. No sabemos lidiar con la felicidad, no es el estado natural de los eslavos. Son sufridos e infelices. Por eso dan lo mejor de sí mismos y se vuelven creativos. Para mí es muy interesante no estar muerto y ser realmente feliz por primera vez".

Para Marina, un artista debe ser erótico. "El erotismo es muy importante, pero no le prestamos demasiada atención. La energía erótica es lo que tenemos para tener hijos, pero es lo que ocurre en lo más profundo del cuerpo. Y entonces esta energía se eleva, se vuelve creativa, se convierte en amor, pero también puede convertirse en guerra, destrucción, violencia... Es realmente importante utilizarla en nuestra vida; las mujeres piensan que esto termina con la menopausia. Mentira. Mi mejor vida comenzó con esta etapa. Y ni siquiera hablamos de eso. La gente no hace el amor lo suficiente. Tener una buena vida sexual y una buena alimentación son ingredientes de longevidad. Tengo 77 años y rompo todas las reglas".

Quizás Marina sólo ha llorado en público una vez, dejándonos en vídeo su más bella carta de amor. "No sé cuántos millones de espectadores lo vieron, la gente entendió los verdaderos sentimientos de ese momento. Convidé a Ulay como invitado de honor para mi actuación en el MoMa. No sabía que vendría y se sentaría frente a mí. Y en ese momento no era un espectador. Era toda mi vida, delante de mí. Con él pasé por el cielo, el infierno, el tribunal, pero nos perdonamos, murió hace cuatro años de un linfoma. Rompí mis reglas, le cogí las manos, nunca me había pasado en tres meses ni en ninguna otra actuación. Y lloré".

En el plano amoroso, se prometió a sí misma que nunca estaría con otro artista. "Cometí el mismo error tres veces, no importa", dice Marina, que finalmente recapacitó y ahora tiene a su lado a un no artista. "Ahora celebramos siete años juntos. Él es 21 años más joven que yo. Normalmente siempre es al revés. La mujer es más joven y el hombre más viejo. La gente de mi generación tiene Alzheimer o cáncer de próstata o quién sabe qué más. Siempre hace footing al amanecer, al sol, en invierno, bajo la lluvia, le da igual. Luego viene a despertarme y me trae una taza de té con una sonrisa. Cuando estaba en el hospital, solía dormir a mi lado en el sofá y llorar. Él pensaba que me iba a morir".

Es posible que la primera huella dramática de su vida fuera cuando su madre estuvo a punto de morir en el parto. Así pues, nació prematuramente. Su tío abuelo, Varnava Rosic, fallecido en 1937, fue patriarca de la Iglesia Ortodoxa Serbia. Quizá la idea de martirizar el propio cuerpo sea también una reminiscencia de prácticas religiosas, como el cilicio.

"Yo nací artista, eso no es algo en lo que uno se convierta. Expuse por primera vez a los 14 años, mi vida estaba decidido"

"Mi abuela era profundamente religiosa, estaba ligada a rituales: se levantaba, rezaba, ayunaba y a mí me interesaba mucho todo eso. Cuando tenía seis años, me confiaron a ella porque mi padre Vojo (general) y mi madre Danica (directora del Museo de la Revolución) estaban en el Partido Comunista. Así que apenas los veía. Viví en la antigua Yugoslavia, donde la opresión era constante. De niña mi vía de escape eran los libros que leía, la poesía, sólo escuchaba música clásica. Todo era tan pequeño en esa realidad paralela. Era mi forma de salvarme. Nací artista, no es algo en lo que uno se convierta. Empecé a pintar enseguida. Me iba a dormir, soñaba. Inmediatamente por la mañana pintaba. Y entonces todo se desarrolló. Mi madre me llevaba a los estudios de los artistas. Y entonces, mi primera palabra fue El Greco, no mamá o papá, porque ella estudió El Greco. Éramos de la burguesía comunista, con un piso grande, y yo tenía mi propia habitación donde instalé mi estudio. Pero nunca tuve ropa bonita, nada de lo que realmente quería. En cambio, disponía de material para pintar, y pintar era lo que hacía. No necesitaba ocuparme de la comida ni lavar la ropa, porque otros en la casa se ocupaban de eso. Yo simplemente hacía arte. Tuve mi primera exposición a los 14 años, así que mi vida estaba decidida. Y luego, cuando me escapé a los 29, tenía literalmente cero sentido práctico, no sabía ni coser un botón. Pero nunca volví".

Con su hermano Velimir, filósofo, las cosas no van bien. "Vive en Belgrado. Y hace más de 15 años que no tengo contacto con él. No hablamos porque, después de mi exposición en Belgrado, dijo durante un par de emisiones que mi obra es la más repugnante que ha visto nunca. Que tengo una forma podrida y occidental de ver el arte. Y me acusa de haberme vendido a Occidente. Así que no hablo con él".

También la critican por el lanzamiento de su línea de cuidado de la piel, Longevity Method. "Sólo puse mi cara y mi nombre porque nadie conocía a la abuela Brenner, mientras que la gente me conoce a mí. Quería ayudarla a fabricar estos productos. Me trató de la enfermedad de Lyme, que es peligrosa, ataca el sistema nervioso y debilita. Recurre a métodos muy antiguos, incluso a sanguijuelas". Pero Marina ya había revelado su lado más ligero en 2010 con el Retrato Pastelero de macarrones, elaborado con Kreëmart en Nueva York. "No bebo, no fumo, pero me encantan los dulces. El mayor problema de mi vida. No me den nunca una caja de bombones. Me lo como todo enseguida".