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Antonio de la Torre: "Borja Sémper me felicitó con un audio cuando me presenté por Sumar"

El actor, que estrena 'La contadora de películas', recuerda su infancia, su compromiso político, lo que le mueve a actuar y su afición de dejarse llevar por la contradicción

Antonio de la Torre estrena la película 'La contadora de películas'.
Antonio de la Torre estrena la película 'La contadora de películas'.BERNARDO DÍAZ
Actualizado

Cuenta Antonio de la Torre que él no es tanto de contar películas como de que se las cuenten. Cuenta que él es más de reflexionar («Ahí tengo mi puntito») sobre lo que acaba de ver en el cine que de contar lo visto.

Cuenta que la primera vez que recuerda que le contaron una película en verdad no le contaron la película en sí («Que no era otra que Tiburón») sino que le contaron la película (o hazaña) de cómo había conseguido colarse en el cine el amigo que contaba. «Él tenía 13 años y los demás, los que escuchábamos, apenas 11».

Cuenta que con la edad del que le contó lo de antes, con los 13 cumplidos, él también se coló en el cine. Lo hizo, en contra del consejo de su padre, para ver El exorcista y que, una vez completada su proeza, no hubo manera de contar nada más (o «más nada», como dice) porque se quedó no se sabe cuántas noches sin dormir. «Sabes eso de decirle a tus hijos que no hagan algo y, al final, van, lo hacen y te cabreas porque te das cuenta hasta qué punto es absurdo eso de ser padre. Pues eso mismo me pasó. Bueno, le pasó a mi padre por lo que me pasó a mí».

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Antonio de la Torre cuenta y no deja que nadie le detenga: ni las preguntas que no escucha ni los párrafos que no respeta ni el tiempo que se salta. Antonio estrena La contadora de películas y, ya de paso, se cuenta a sí mismo.

Cuenta que recuerda que cuando era niño, que es cuando se es casi todo en la vida, que es cuando se decide ser actor para siempre, que es cuando conoció a su primer profesor de teatro -Joaquín, que recaló en Málaga con una compañía que llevaba a escena pasos de Lope de Rueda con, en efecto, niños-...; cuando era niño, decía, iba al cine Astoria a eso de las tres de la tarde y si la película era Grease, por ejemplo, no entraba hasta las ocho. «Te pasabas el día entero pendiente de entrar o no entrar, y mientras esperabas nos contábamos una y otra vez la película que no habíamos visto».

Cuenta que se acuerda que una vez alguien le contó una historia de unos ovnis que llegaron a Málaga y que hicieron no sé qué, pero lo que cuenta, lo importante, es que la historia estaba tan bien contada que nadie dudó jamás de su veracidad. «Bueno, al final fuimos donde se supone que habían aterrizado los marcianos y ya no había manera de creerse más nada». Nada más. Antonio van contando.

Cuenta que en el barrio se montaban auténticas películas sobre el mendigo de nombre Lengua «que hacía cosas» y sobre los gitanos que, se supone, también hacían lo suyo. «Por favor, esto que se coloque en su contexto. Éramos niños. Téngase en cuenta el niño que fui». La infancia, cuenta, es vívida, eterna y, admitámoslo, un poco racista. «Yo», dice de repente en mitad del cuento, «me cabreo en andaluz». Pero, Antonio, ¿por qué me cuentas esto? «Pues porque esto da una idea de hasta qué punto la infancia está dentro de uno. Cuando tengo que ser Antonio de verdad sale el Antonio de niño que no contaba tantas cosas, pero que escuchaba y que le contaban... La esencia de Antonio y de cualquiera está en la infancia». Queda claro y contado.

Tú, Antonio, ¿como entiendes el cine como una forma de huir de la realidad o cómo una forma de transformarla? Y Antonio, que está muy delgado porque está metido para su próxima película en la piel sin carne de un personaje extremadamente delgado, se calla. Es solo un momento. Pero impresiona. Ver a Antonio que no cuenta nada es como ver un trueno vestido de nazareno. Machadiano Antonio. Dura poco el silencio.

Cuenta Antonio que le encantaría trabajar en una película que fuera solo entretenimiento. «Me encantaría que me llamaran de Hollywood. Ojalá. Y esto lo digo con el corazón en la mano. Porque bien podría decirte, Luis, que lo más importante para mí es el cine comprometido. Y lo diría por quedar bien y porque es la pregunta fácil, pero que me llame Hollywood y luego seguimos hablando». Cuenta Antonio que es así de contradictorio, que lo de la contradicción se lo enseñó José Mujica. Y le imita.

Cuenta que a él solo le interesa lo que da hambre. Lo dice y dobla el gesto como si se fuera a comer cada palabra que dice. Verle tan delgado y con tanta hambre, da hambre. Es la hora de comer en Valladolid, donde presenta la película, y en todos los lados. «También te digo que si te llama Almodóvar, vas. Y te tiras de cabeza si hace falta». Cuenta que cuando vio Abre los ojos la vio y la volvió a ver. Que la vio dos veces, dice, porque «le removió». Y aquí no queda claro por qué Antonio cuenta lo que acaba de contar. Pero ya lo ha contado. «Esto, mi profesión, va por épocas. Antes los actores nos desvivíamos por meternos dentro del personaje... Ahora se llevan las interpretaciones más veristas, como de documental», dice y mientras habla recuerda que en La trinchera infinita se partió la cara con los tres (no uno ni dos) directores que eran para hablar como se habla o, mejor, se hablaba, en los pueblos. «Ni con Google Translator, pero es como había hacerlo».

Cuenta Antonio que su compromiso es con su oficio, pero que tampoco rehúye el otro compromiso, el político. «La política me interesa mucho y no creo que haya que tener miedo en tiempos tan polarizados como éste. Con respeto». Cuenta Antonio que no dudó en poner su nombre en la candidatura de Sumar. Y cuenta que entre todas las felicitaciones, las que más fueron las de Andrea Levy y Borja Sémper. «Borja me mandó un audio. Ése es el espíritu». Se acabó el párrafo, Antonio sigue.