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Pilar Palomero: "La muerte repentina de mi padre me conectó muchísimo con la vida"

La directora reflexiona sobre el pudor y la eutanasia a la vez que rememora el fallecimiento de su padre con motivo de 'Los destellos', una película superlativa sobre el amor, la vida y la buena muerte

Pilar Palomero, directora de 'Los destellos'.
Pilar Palomero, directora de 'Los destellos'.Bernardo Díaz
Actualizado

La maternal, su anterior película, trataba sobre el principio. Entre la realidad y la ficción, Pilar Palomero (Zaragoza, 1980) alcanzaba a retratar con precisión, mucho dolor y mucha más belleza aún el embarazo y lo que viene después de una adolescente con los ojos completamente abiertos.

Los destellos, su última película, es otra cosa. Quizá lo contrario. O lo mismo. Ahora la directora también de Las niñas se detiene en el final, en la muerte de un hombre (Antonio de la Torre en el mejor trabajo de su carrera) ante las miradas arrasadas de la madre de su hija (Patricia López Arnaiz, premiada con la Concha de Plata en San Sebastián) y la propia hija (Marina Gerola).

Lo que queda, como un círculo que se cierra, es una película encendida sobre, en efecto, la misma vida que también lo es sobre la buena muerte. Principio y fin. Recién presentada en el Festival San Sebastián llega ahora a los cines con el aspecto y las hechuras de acontecimiento.

Para saber más

¿Por qué la muerte?
Me llegó un relato de Eider Rodríguez que leyó primero el productor y me propuso hacer una adaptación. Pero más allá de las circunstancias, me apetecía mucho profundizar en las sensaciones que acompañan a la muerte de un ser querido. Yo no he vivido lo que significa acompañar a alguien en el momento de su muerte, pero sí viví el fallecimiento repentino de mi padre. Y esa situación tan dolorosa me conectó muchísimo con la vida. De hecho, esto último se convirtió en el mantra durante todo el rodaje de la película: mi obsesión ha sido contar y transmitir la vida.
¿Cómo fue la muerte de su padre?
En realidad, me permito el lujo de hablar de mi padre porque sé que él me daría permiso. Él, con tal de ayudar, era capaz de todo. Yo estaba en Sarajevo [donde estudiaba cine]. Llegué un 5 de febrero de 2014 y mi padre murió de un infarto dos días después. Había una revuelta en el centro de la ciudad, incendiaron el ayuntamiento que estaba al lado de mi casa y cancelaron todos los vuelos. Me llamó mi hermano a las seis de la tarde y no pude salir hasta el día siguiente. Ese viaje de Sarajevo a Zaragoza fue durísimo, pero estuvo lleno de momentos que agradezco mucho que me sucedieran. Me encontré con personas hasta ese momento desconocidas que me cuidaron y, de alguna manera, en esa experiencia de muchísima tristeza hizo que tuviera fe en la humanidad.
Su padre era joven...
Sí, tenía 69 años. No estaba enfermo ni nada. Fue completamente inesperado.
De repente, hay muchísimos directores de todas las edades preocupados por la muerte. Pienso en Costa Gavras, en Almodóvar, en Joshua Oppenheimer...
Me resulta curiosa la coincidencia. Está claro que es una señal. Le he dado muchas vueltas a este hecho. Miro a mi alrededor y están envejeciendo los padres de mis amigas. Está claro que la esperanza de vida es mucho mayor y la muerte se convierte más en un proceso que en un acontecimiento concreto. Pienso en lo que dice el médico de cuidados paliativos en la película sobre el hecho de que antes estábamos más acostumbrados a la muerte y recuerdo la típica frase de las abuelas: «Mi madre tuvo ocho hijos y perdió tres». No quiere decir que hiciera menos daño, pero la muerte era más cotidiana. Ahora mismo la vida puede durar tanto que igual a alguien no le apetece seguir viviéndola. Y este debate es nuevo porque antes no se llegaba a las edades que se llega ahora. Poder decidir cuándo se quiere dejar de vivir es importante. Tal vez seamos la primera generación en plantearse las cosas así.
Hablar sobre la muerte también es llevarle la contraria a una sociedad como la nuestra obsesionada con la juventud...
Ahora mismo se han difuminado las edades y todo apunta a que irá a más. Mi abuelo murió con 64 años y, probablemente, mi padre no lo vivió con la misma sensación de sorpresa con la que yo viví la de él con 69. Nunca tuve conciencia de que fuera una persona mayor porque no lo era.
¿El proceso de hacer la película ha cambiado su propia idea sobre cómo morir?
Ha sido muy revelador trabajar con los equipos de cuidados paliativos. El dolor ajeno da siempre mucho miedo, mucho pudor, y no sabes cómo afrontar ese momento de la llamada o del mensaje cuando un amigo ha perdido un familiar, por ejemplo. Quieres trasladar cariño y siempre temes hacer más daño o molestar. Ellos me han enseñado a hablar de todo esto desde un lugar seguro sin todos esos miedos y pudiendo llamar a cada cosa con su nombre. Los cuidados paliativos no son los que acompañan a morir, sino a vivir bien el tiempo que queda. Y esa idea es la que me quedé para la película.
¿Y dónde dejamos a la religión en toda esta reflexión?
Es muy comprensible que la religión pueda dar consuelo. Me he educado en un colegio de monjas y sería maravilloso que fuera así. Pero la realidad es que no lo pienso. Entiendo que haya existido a lo largo de la historia, cuando la muerte era algo tan común, esa necesidad de consuelo, pero realmente ya no estamos ahí.
Antes hablaba de lo que aprendió de positivo en la experiencia de la muerte. ¿Es posible la felicidad en la tristeza?
Es la vida. Entiendo que en los velatorios alguien rompa a reír. Dentro de la tristeza, puede haber momentos de agradecimiento, de mucho amor y, por tanto, de felicidad. No quise que mi película fuera exclusivamente trágica porque no todo es trágico. Me da mucho pudor lo que pueda pensar de Los destellos una persona que esté viviendo un duelo. Ojalá la película se sienta y se vea como un abrazo, como un consuelo. Para nada se trata de regodearse en el dolor. Hay luz en los momentos más oscuros. Por volver a mi experiencia en Sarajevo, fue el peor de los tiempos y también el mejor.
Habla de pudor y no me queda claro si se refiere a él como una condena que nos impide acercarnos a los demás o una liberación, por lo que tiene atención y cuidado por los demás.
El pudor me preocupa mucho. Soy pudorosa y me cuesta hablar de mí y de mi vida. Pero a la vez me interesa tanto la gente que muchas veces me paso de preguntona, pero sin perder el pudor. Creo que está bien el pudor como sentido del cuidado con los demás. Lo que me da miedo es el exhibicionismo. Decididamente, es mejor ser pudorosa que exhibicionista.
La maternal trata de nacer; Los destellos, de morir...
No fue algo premeditado. De hecho, empecé a escribir Los destellos en 2020, los proyectos se han ido cruzando y mis tres películas están un poco entretejidas. Imagino que lo común es que se trata de las dos circunstancias vitales más importantes: el nacer y el morir. Eso y que al final de Los destellos está la hija de ambos que, de alguna manera, va a ser quien haga que su padre siga vivo... Y ese es otro tema que me obsesiona: cuánto tiempo perduramos, que no creo que sea más de dos o tres generaciones.
En cualquier caso, perdurarán sus películas y Pilar Palomero a través de ellas.
Puede ser. Mi abuela era arpista, pero no llegó a triunfar por la guerra. Recuerdo que en La muerte de Iván Ilich, de Tolstoi, se dice que el proceso de morir es, de algún modo, el fin de la muerte.