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La discusión de si algo es flamenco o no lo es sucede desde que se inventó el término a mediados del XIX. Al debate se añade el asunto de si el verdadero flamenco es de los gitanos. Sorprende que aún hoy el etiquetado estricto siga despertando controversias.
Yerai Cortés es flamenco y toca la guitarra al gusto de los "modernos". Como él dice, "para los gitanos siempre he sido el moderno y para los modernos el más flamenco". Entre esas aguas, su guitarra tiene hechuras muy flamencas y muy gitanas, a la vez que trasciende las limitaciones que imponen esos que dicen lo que tiene que ser o no ser el flamenco. Resulta que de la continua búsqueda de su identidad, bendita duda en la que aún anda, surge uno de los proyectos musicales más personales y distintos de los últimos años. Cortés, de 29 años, recoge una forma de tocar antigua y la pinta al fresco de hoy. Ha dado con la tecla para llegar con su música a públicos flamencos y no flamencos. "Sé lo que necesita un gitano para decir olé, eso lo llevo conmigo. Así que lo que busco es lo que no tengo", dice.
Atraído por esta manera de entender la guitarra, aparece Antón Álvarez/C. Tangana, audaz seguidor del consejo que Antonio Machado puso en boca de Juan de Mairena: "Conoced vuestro folclore y ahondad en él". Álvarez se enamoró de Cortés la primera vez que le escuchó tocar. Fue en una fiesta donde el guitarrista acompañaba a la cantaora Montse Cortés. Pero es que además Yerai tenía una historia que contar, su propia vida, justo lo que Antón Álvarez, Pucho para los amigos, buscaba para estrenarse como director de cine. De este encuentro y de cientos de horas de conversación terapéutica surge la película La guitarra flamenca de Yerai Cortés, que se estrena en cines el 20 de diciembre, a la vez que se lanza el disco del mismo título con las canciones del largometraje más algunas añadidas.
Cada tema compuesto por Yerai está pensado para una persona de su familia, de tal manera que el conjunto es un relato real de amor, dolor y redención, donde palpita la necesidad de expresarse a través de la guitarra y de sanar heridas emocionales del pasado.
"Siempre he sentido el impulso de explicarme a mí mismo quién soy y cuál es mi lugar -dice-. Vengo de una cultura muy fuerte que amo, pero también sentía la necesidad de no quedarme ahí. Nos pasa a todos: queremos gustar, sentir que pertenecemos a un colectivo, nos perfumamos de manera distinta según donde estemos. Mi problema de identidad viene del hecho de moverme en dos mundos muy distintos, con formas de expresión muy diferentes. Tenía ganas de revolucionar mis emociones, y creo que esto es algo común en mi generación: necesitamos mirar para adentro y contar lo que nos pasa, porque a muchos nos han educado en el silencio, en seguir para adelante aunque estés destrozado, y eso no es sano. Cuando te acostumbras a disimular, a parecer fuerte, luego es difícil bajar de ahí". Lo resume una de sus letras por seguiriyas que canta Remedios Amaya en la película/disco: "Es tanto lo que yo callo... que no paro de morderme y tengo los labios hechos cachos".
Cuenta Yerai Cortés que su padre fue el primero que le puso una guitarra en las manos, y después "vino YouTube". En la elipsis, comenzó a trabajar pronto en un tablao de su Alicante natal y más tarde en Madrid. En internet encontró, entre otras grabaciones históricas, la mítica serie Rito y geografía del cante. Uno de sus capítulos preferidos es el dedicado a Melchor de Marchena, un guitarrista que acompañó a los cantaores más grandes con un toque propio, aquel que dijo "hay guitarristas mejores que yo, pero mi arte es mío". A los guitarristas que quieren "hacer de su guitarra una orquesta" Cortés les llama héroes por la dificultad y la amplitud del instrumento, por la vulnerabilidad que soportan en el escenario, por la exigencia de la comparativa a la que son tan dados los flamencos.
"No se valora lo suficiente la diferencia -dice-. Todos queremos imitar a los artistas que nos gustan, tocar como ellos y vestir como ellos, pero eso también puede ser una cárcel. Nadie va a volver a tocar como Paco de Lucía. Así que lo que hay que hacer es mirarse a uno mismo con honestidad y preguntarse: qué soy, qué tengo y cuáles son mis herramientas para enfatizar lo mejor que hay en mí. Pero no puedes exigirle a la misma persona que sea un fenómeno acompañando al cante, un compositor brillante, un virtuoso en la interpretación... Lo que reivindico es la especialidad. Mírame bien por lo que haga, no por lo que tú esperas que haga".
"Antiguamente a los espectáculos se llevaba a uno para cantar por soleá, a otro que solo cantaba fandangos, y el que cantaba por seguiriyas no lo hacía por tangos", continúa el tocaor. "Por eso me gusta reflejarme en guitarristas como Paco Cepero, que era un cancionero, un cantaor con la guitarra. Eso me vuelve loco. Conozco de memoria sus discos con Juanito Villar. Lo que pasa es que hoy nos piden que toquemos el instrumento, que bailemos, que llevemos las redes sociales, que seamos guapos, que vistamos bien y que tiremos fuegos artificiales ya si te pones... Creo que un guitarrista debe tener su personalidad y desarrollar sus propias habilidades. Lo cómodo es pegarse a lo que hace el de al lado o seguir nada más que lo que hicieron los maestros".
La intención de Cortés con su disco, que tenía casi totalmente compuesto antes del proyecto de la película, era vincularlo a lo audiovisual más allá del videoclip. Las canciones están grabadas en la propia localización donde se rodaron las escenas, gracias a un impresionante trabajo de sonido.
Según Cortés, hay un flamenco que no sucede en el estudio de grabación ni en los escenarios, sino en las casas, en las reuniones improvisadas, en las fiestas, de donde se nutren los propios flamencos, y ese es el que ha querido reflejar. "Parece que ahora, para ser moderno, tienes que usar la electrónica, y no me parece mal, pero el flamenco no necesita sintetizadores para ser moderno. Creo que lo que hace al flamenco moderno es cómo lo grabas, y eso ya está inventado, solo hay que reconocer lo que somos y abrazarlo. En una verdadera fiesta flamenca hay ruido de por medio, se escuchan cuchicheos, toses, vasos que chocan, una silla que arrastran... Esa suciedad que lleva lo natural, lo orgánico, no tiene, para mi gusto, un componente negativo, sino lo contrario. Si hay una revolución en el flamenco es justamente hacer las cosas como se hacían antes. Reivindico también la figura del guitarrista e invito a verle de otra manera, a fijarse no solo en si es más o menos virtuoso con las manos, sino también a observar sus gestos, sus pausas, dónde mira cuando toca, la postura de su cuerpo, sus piernas, si se sienta atrás o en el borde de la silla... Cuando un guitarrista hace solo un acorde, te está diciendo algo, te está diciendo qué le importa".