Esa era la pregunta que más se hacían los partidarios de Alejandro Talavante a la mañana siguiente de la feliz reaparición arlesiana: ¿y ahora qué? No alcanzan a descifrar la estrategia, inaprehensible escribimos en la crónica, de regresar después de tres años para volver a desaparecer. "No somos tantos y es mucho lo que hemos esperado", sollozaban algunos. Y es verdad que Talavante nunca ha sido un torero de arrastrar multitudes, sino más bien de promover una religión, el talavantismo, que no se sabe muy bien en qué se concreta.
Si el propósito es reproducir una táctica a lo José Tomás, habrá que advertir que ya en el primer puerto, en el "acontecimiento único" de Arlés, la primera plaza del mundo en acoger el 100 por 100 del aforo, faltaron, pese al ambientazo de rozar el lleno, alrededor de 2.000 entradas para lograr la hazaña -pues venimos de donde venimos- de colgar el cartel de "no ha billetes". Que sería objetivo prioritario cuando también se escogió al taquillero Roca Rey como compañero de cartel y se soportó tanto tiempo sin torear a la espera del aforo total. Para no reaparecer de cualquier manera antes con los aforos del 50% de esas plazas en las que las figuras se han ido acoplando para que no se cerrara la tienda del todo y para siempre. A todos ellos, y de muy especial manera a la generosidad de Morante en su sí a esta ganadería, aquella otra, las de siempre, la tele [Canal Toros], el torero novel y el de siempre, este pueblo, el otro, Sevilla y Madrid, hay que dar las gracias.
"¿Y ahora qué?" es una pregunta no tanto por "ahora" sino por 2022. Ahora no habrá tristemente nada. Y desconozco si la fuerza de lo de Arlés, de un Talavante desencadenado sobre la esencia de su izquierda, pero también más encorsetado en el espejo de Joselito, que es una vuelta a sus orígenes, tocará la orilla del 22 con el sobrado impulso para lo que se pretende. ¿Que es qué? No lo sé. Pero José Tomás sólo hay uno.
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