En todos los duelos, en todas las batallas, hay ganadores, perdedores y víctimas colaterales. Y en la arena política, también. Unas veces las heridas son superficiales, rasguños que se curan con el tiempo; otras, son profundas y dejan cicatriz y, en algunas ocasiones, resultan mortales de necesidad. La moción de censura fallida que Vox ha defendido esta semana contra el Gobierno de coalición no ha sido una excepción. Más allá del resultado rotundo y previsible que arrojó la votación -298 noes frente a 52 síes-, del agrio debate surgen triunfadores y perdedores o, si se prefiere, beneficiados y perjudicados. Entre los primeros, Pedro Sánchez y Pablo Casado. Entre los segundos, Santiago Abascal, Pablo Iglesias y los aliados multicolor de la investidura. Gana el bipartidismo, pierden los extremos.
ABASCAL SOLO CONTRA TODOS. Santiago Abascal calculó mal. Se equivocó al calibrar el momento, el fondo y la forma. El contexto, en medio de una pandemia con el país batallando para mantener la cabeza fuera del agua; los argumentos, amontonados sin orden ni concierto; las explicaciones, flojas, exageradas y mal expuestas. Todo sentenció su derrota sin paliativos.
Cierto es que ni Vox ni nadie esperaban que la moción triunfara, pero el grado de fracaso podría haber sido mucho menor, incluso haber tenido un cierto sabor dulce, si el candidato a la Presidencia hubiera contado con algún apoyo añadido a los propios o, al menos, con alguna abstención semicomplaciente. Pero no fue así.
No prendió su discurso de banderas, patrias y glorias imperiales. Ni siquiera sus vivas al Rey. Y no convencieron sus augurios de nación camino del despeñadero pastoreada por un Gobierno «criminal, mafioso e ilegítimo». No sirvió tampoco que Iván Espinosa de los Monteros intentara tapar los agujeros del discurso de su jefe con una intervención ordenada y clara de las propuestas económicas del partido. No había nada que hacer. Los razonamientos de corte trumpista y euroescéptico que enarboló Abascal para complacer a los más ultramontanos ya habían ahuyentado definitivamente cualquier atisbo de simpatía.
Vox intentará ahora hacer virtud del descalabro exhibiendo ante los suyos su absoluta soledad como una muestra de coraje y valentía. Nosotros contra todos. Sí, pero solos al fin y al cabo. El sueño de liderar el amplio espectro de la derecha se ha esfumado. Reina sólo en una esquina del tablero.
CASADO ROMPE LA FOTO DE COLÓN. Las dudas sobre su capacidad para ejercer el mando y gustar a propios y extraños se diluyeron ayer. Pablo Casado es un buen orador que en esta ocasión se ha superado a sí mismo. El líder del PP dio la talla de la que muchos recelaban y pasó con nota un examen difícil, porque la arremetida de Abascal era más contra él que contra Pedro Sánchez.
Pablo Casado ha sido uno de los triunfadores de la moción de censura. Subió a la tribuna con un objetivo claro: ensanchar el espacio de centroderecha que ocupa, consolidarse como líder de la oposición y desbaratar la etiqueta tanto monta, monta tanto que le cuelgan recurrentemente los rivales de izquierda, los independentistas y los abertzales para arrinconarle con Vox en el territorio de la radicalidad.
Con un discurso bien diseñado y con unas réplicas implacables consiguió romper en mil pedazos la foto de Colón. Acusó a Abascal de hacer «puro populismo», ser «la derecha que más gusta a la izquierda» y haberse convertido «en el socio en la sombra del Gobierno». Y por si su ruptura con el líder de Vox, antaño compañero y amigo, no había quedado clara, la selló con un atronador «hasta aquí hemos llegado».
Sorprendió a todos y desarboló a los adversarios a los que tampoco dio tregua. Casado tuvo la habilidad política de devolverle a Sánchez como un bumerán la pareja de cartas «Abascal-Casado, Casado-Abascal» con la que tanto juega el presidente. En este caso, la baza fue «Sánchez-Abascal, Abascal-Sánchez», como las dos caras de un joker extremo y polarizador.
SÁNCHEZ Y LA NECESIDAD VIRTUD. El presidente del Gobierno es un resistente y un excelente apostador. Todo lo que sirve, le vale. Hasta en las circunstancias más adversas sabe sacarle partido a una mala mano. La suerte le sonríe siempre pese a que él la tienta a menudo. Y ayer le brindó una nueva oportunidad.
Contraatacó a Abascal con dureza pero sin pasión; sucumbió a los cantos de sirena que le inducen al autoelogio y aburrió con un larguísimo discurso déjà vu.
Y, sin embargo, supo beneficiarse de las circunstancias adornándose de las virtudes del buen estadista, dispuesto a tender puentes con el PP, abierto al diálogo y al entendimiento. Aprovechó hábilmente la ruptura declarada de Casado y Abascal para alargar su mano hacia los populares.
El movimiento no era desinteresado, pero sí llamativo y eficaz. Sánchez consiguió presentar su estrepitoso tropezón con el Poder Judicial, que ha merecido una rotunda reprobación dentro y fuera de España, como un traspié mínimo fácilmente superable.
Sólo hacía falta adornar la reculada en toda regla que supone retirar la proposición de ley para cambiar el método de elección del CGPJ, con las galas de la generosidad, como un gesto de respuesta amistosa hacia un PP que acababa de anunciar su voto en contra de la moción de censura.
Aunque sólo sea por esta jugada maestra, el presidente se llevó por mérito propio uno de los triunfos de la jornada.
IGLESIAS, DE COCHE ESCOBA. Poco papel tuvo el vicepresidente segundo. A él le correspondió barrer las migas de un debate en el que le cayeron muchos golpes. Empequeñecido al lado de un Sánchez que desplegó sin complejos su papel presidencial, se limitó a aplaudirle silencioso hasta el final. Sólo intervino cuando todo el pescado estaba ya vendido y lo hizo con el pie cambiado porque Casado, minutos antes, había trastocado la partitura de la sesión. Sí tuvo Pablo Iglesias la gentileza y la bonhomía de reconocerle al rival su «brillante» actuación.
Él, su partido -Unidas Podemos- y los aliados variopintos de investidura son los que, junto al propio Abascal, peor parados han salido del duelo político de la moción.
Cierto es que Iglesias, como miembro del Gobierno, ha quedado ratificado, por nada menos que 298 votos a favor frente a 52 en contra, pero no lo es menos que tanto su partido como los socios independentistas y abertzales que tanto se trabaja tienen ahora más razones que ayer para recelar de un posible acercamiento entre el PSOE y el PP, una sintonía por pequeña que sea entre Sánchez y Casado. En definitiva, sospechar del nacimiento de una nueva amistad que podría crecer y achicarles los espacios de influencia.
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