La primera estrategia, en diciembre, fue la del apaciguamiento, pero no funcionó, no del todo al menos. Viktor Orban aceptó en el último Consejo Europeo de 2023, contra todo pronóstico, que la UE abriera las negociaciones de adhesión con Ucrania y Moldavia. Había dicho que no pasaría, que era imposible, que era una amenaza para la seguridad de su país, que no se puede abrir la puerta al "país más corrupto del mundo", pero en cuestión de minutos, y sin presentar batalla, permitió que ocurriera.
Hizo un paripé sin precedentes, saliendo de la sala a instancias del alemán Olaf Scholz cuando los demás querían dar el visto bueno, pero transigió. Acto seguido, sin embargo, se enrocó y ya no hubo manera de que aceptara la segunda parte, también crucial. Era la revisión del Presupuesto de la UE (que dura siete años pero se modifica a la mitad para hacer frente a los imprevistos que hayan surgido, como una pandemia o una guerra) que contempla la creación de un mecanismo con hasta 50.000 millones de euros para financiar las necesidades básicas de Ucrania los cuatro próximos años. Vetó, bloqueó y aunque había ya consenso entre los otros 26 tras durísimas negociaciones, la cumbre acabó sin más acuerdos y se convocó una nueva cita extraordinaria, con sólo un punto en la agenda, para el 1 de febrero.
El botón nuclear
La estrategia de cara a este jueves, sin embargo, ha cambiado. De ese apaciguamiento fallido los líderes europeos han pasado ahora a la amenaza nuclear. No hay guerra abierta todavía, pero sí avisos, filtraciones interesadas, documentos surrealistas y juego sucio subterráneo para decirle a Orban, parafraseando a Dylan Thomas, que esta vez no van a entrar "dócilmente en esa buena noche", que al final del día todo puede arder y que están enfurecidos "ante la muerte de la luz" en Budapest.
El primer paso se dio la semana pasada, cuando diplomáticos comunitarios y continentales empezaron a hablar del botón nuclear, de activar el Artículo 7 de los Tratados, que permite en última instancia, y siempre que haya unanimidad, suspender los derechos de voto en el Consejo de la Unión Europea si un país infringe de forma grave y persistente los principios en los que se basa la Unión.
"Si un país dice que no una vez, vale. Dos veces quizás, pero tres veces ya no. No es una cuestión menor lo que está en juego. Es puro interés estratégico que Ucrania resista, que la guerra no llegue a la UE, es muy grave. Hay alternativas, pero si la conclusión es que la única forma de seguir adelante es mediante el Artículo 7....", apunta una fuente diplomática que está presente en las negociaciones.
Varias delegaciones se sumaron, directa o indirectamente, a esa hipótesis. No había nada concreto, y algunos de hecho decían que no veían mucho recorrido, ni político ni jurídico. Lo primero, porque quieren llegar a un acuerdo a 27 e ir al choque, aunque Hungría tenga las de perder, supone retrasar todo.
No sólo el proceso de toma de decisiones en general, sino en concreto el fondo de ayuda a Kiev. Si se apuesta por un mecanismo fuera del Marco Financiero Plurianual (el nombre del Presupuesto) se podría tardar más de un año en poner en marcha algo con aportaciones bilaterales. Y si se apostara por la guerra nuclear legal con Budapest, también estaríamos ante meses de impasse, por no decir una imagen terrible.
Pero también hay reservas legales, ya que el Artículo 7 habla de valores como el respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho los derechos fundamentales, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías. No apoyar a Ucrania es un problema para el resto, puede ser una posición deplorable políticamente, pero está por ver si argumento concreto para activar el Artículo 7. Hungría ha cruzado muchas veces los límites, pero quizás ésta no sea la más sólida.
Asfixia económica
El segundo episodio que demuestra el cambio de actitud en las capitales y cómo quieren elevar el tono y avisar a Orban de que si quiere guerra puede salir escaldado ha tenido lugar este lunes, tras la publicación de un artículo en Financial Times que revela la existencia de un documento del Consejo de la UE sobre una posible estrategia para asfixiar económica a Hungría. Una lista de las principales debilidades del país, empezando por la deuda y la inflación, que viene a sugerir que podría enfrentarse a un escenario negro si los demás empujan. ¿Cómo? Sobre todo con los fondos comunitarios y las inversiones, que mandarían un mensaje de debilidad a los mercados, siempre rápidos cuando huelen sangre.
Fuentes comunitarias explican que el documento citado por el periódico británico existe, pero que "es una nota informativa realizada por la secretaria del Consejo que sólo describe la situación de la economía húngara. No tiene que ver con las negociaciones presupuestaria", dicen.
La jugada es clara y sorprendentemente transparente, hasta burda. "¿Fake news? Es impensable legal, política y moralmente", ha criticado Jean-Claude Piris, que fue durante años el jefe de los servicios jurídicos de la casa. La intención es asustar, advertir, y desde luego el mensaje ha llegado. ¿Están dispuestos a ir tan lejos el resto de socios? Difícilmente todos. Orban ha perdido el apoyo de su principal aliado en esto, Polonia, tras el cambio de Gobierno. Pero otros, como el eslovaco Fico o la propia Giorgia Meloni pueden verle las orejas al lobo.
Lo que es innegable es el hartazgo, la frustración y la rabia. La amplia mayoría cree que Orban hace tiempo que dejó de medir bien, que se ha pasado, roto demasiadas líneas rojas y debe ceder. Están dispuestos a algunas pequeñas concesiones para que se apunte algún tanto, como la posibilidad de un freno de emergencia que permita llevar al máximo nivel el escrutinio de los fondos ucranianos, pero poco más. En diciembre el plan era que todo el mundo le llamara para que cediera, y ahora es que nadie lo haga para que se sienta aún más solo.
Durante la crisis de 2008-2012, uno de los síntomas de la gravedad de la situación fue cuando los ciudadanos corrientes hablaban en la calle de los niveles de la prima de riesgo en tiempo real. Esta semana, en Bruselas se habla constantemente del coste de financiación de Hungría, que no está en el euro. De su nivel de deuda, el IPC y sus fragilidades. Información tan precisa, en tantas partes, con tanto interés, es cualquier cosa salvo una buena noticia para él. La UE pierde en una guerra, pero él no tiene ninguna opción de ganar.