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Muere el Papa Francisco

El maletín del Papa Francisco

El Papa Francisco sube a su avión en su primer viaje oficial, en julio de 2013, con su maletín en la mano.
El Papa Francisco sube a su avión en su primer viaje oficial, en julio de 2013, con su maletín en la mano.Reuters
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Algunos episodios e imágenes adquieren a veces un valor simbólico superior a cualquier discurso o tratado. Yo tuve la oportunidad de ser testigo directo de uno de estos episodios, que me dejó un recuerdo imborrable.

Cuando el Pontífice abandona el Vaticano para una visita oficial, la tradición dispone que el jefe del Gobierno italiano le despida a su salida del aeropuerto de Fiumicino. Tuve ocasión de vivir uno de esos momentos durante mi mandato en el Palacio Chigi, en particular con motivo del primer viaje del Papa Francisco fuera de Roma, en julio de 2013, cuando visitó Lampedusa para rezar por los migrantes. Fue un viaje inaugural de alto valor simbólico, que tuvo un impacto profundo y configuró una de las señas de identidad de todo su Pontificado. Nadie habría esperado una decisión semejante, sobre todo porque en aquel julio de 2013 solo unos pocos podían prever el trágico destino que aguardaba la cuestión migratoria. Tampoco se imaginaba que la isla de Lampedusa se convertiría en símbolo de los numerosos -demasiados- dramas que habrían de suceder en ese tramo del mar Mediterráneo.

El Papa Francisco deseó intensamente emprender ese viaje, que se transformó en un mensaje poderosísimo para todos: el grito de dolor de una Iglesia que decidió ponerse del lado de los más desfavorecidos de nuestro tiempo. Un mensaje que, lamentablemente, solo fue escuchado parcialmente.

Pero ese viaje también será recordado como el del maletín, o mejor dicho, como el viaje del Papa que subía la escalera del avión llevando él mismo su maletín. Una imagen impactante que dio la vuelta al mundo y que, más que cualquier discurso o tratado, reflejó el espíritu y la visión de todo su Pontificado. Menos conocida es la anécdota que rodea ese maletín: algunos asistentes, quizás demasiado solícitos, ya lo habían embarcado cuando el Papa, tras recibir la despedida del jefe del Gobierno italiano al pie de la escalera del avión, lo reclamó expresamente para llevarlo en la mano.

Recuerdo la consternación general entre los miembros del equipo y la insistencia del Papa Francisco en que le devolvieran el maletín, tal y como había solicitado anteriormente. Y recuerdo claramente cómo mi tarea se prolongó inesperadamente, mientras aguardábamos el regreso del maletín. Aproveché ese instante para contarle al Papa, al pie de la escalera del Airbus, la visita a Jerusalén, en Israel, y a Palestina, de la que acababa de regresar el día anterior. Bastaron unos minutos para percibir, entre otras cosas, su interés profundo y genuino por el tema. Esos minutos, que parecieron eternos, sirvieron en todo caso para que el maletín bajara de nuevo. Y el Papa subió por la escalera del avión con el maletín en la mano, convirtiéndose en el primer Pontífice en hacer algo así. Esa imagen, que él quiso compartir con el mundo, marcó desde entonces el espíritu de su Papado.

Enrico Letta, cuando era primer ministro de Italia, con el Papa Francisco en 2013.
Enrico Letta, cuando era primer ministro de Italia, con el Papa Francisco en 2013.AP Photo

He pensado muchas veces en ese episodio, siempre con una sonrisa. Todavía hoy lo rememoro y reflexiono sobre el impacto de aquella imagen y en la fuerza de aquel hombre que, elevado al cargo quizás más complejo del mundo, transmitía la certeza de saber adónde ir y, sobre todo, cómo gobernar ese mundo tan intrincado de la comunicación y la cultura de la imagen. El Papa Francisco ha dejado una huella imborrable en múltiples dimensiones de la vida eclesiástica, política y social, todas ellas profundas y cargadas de un intenso significado. Pero hay algo que logró de manera extraordinaria: devolver a la Iglesia católica al centro de la aldea global —en este caso en el sentido literal de la expresión, tantas veces utilizada en sentido figurado—. Y lo consiguió en una época en la que gestionar la imagen y la comunicación se han convertido en una tarea casi imposible para cualquiera. Lo consiguió sin sucumbir al aparato devorador de la comunicación moderna. Lo consiguió porque detrás de la imagen había sustancia, y esa sustancia era su autenticidad. Al dirigirse tanto a los primeros como a los últimos, en todos los rincones del planeta, su autenticidad se convirtió en un referente imprescindible para todos.

Enrico Letta es decano de la Escuela de Política, Economía y Asuntos Globales de IE University y fue primer ministro de Italia entre 2013 y 2014.