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Entrevista

John Banville: "La esencia del arte es la dificultad y la sociedad ha renunciado a ella"

Esteta de la palabra y maestro de la ironía, el escritor irlandés pone fin a más de medio siglo dedicado a conseguir narrar con belleza nuestra resbaladiza realidad con 'Las singularidades' (Alfaguara), una novela homenaje que ahonda en los temas de una vida por la que desfilan buena parte de sus personajes pretéritos

El escritor irlandés John Banville.
El escritor irlandés John Banville.ROBERTO RICCIUTI
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"Si, ha puesto punto final a su sentencia, pero ¿significa eso que no tiene nada más que decir?". Con estas palabras arranca John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) la que será su última gran obra literaria, que cierra con "un punto infinitamente completo, un punto final". Mesurado a la par que contundente en sus opiniones, una ancha sonrisa y una copa de vino blanco son las armas con las que el escritor afronta las entrevistas.

Las singularidades

Traducción de Antonia Martín. Alfaguara. 320 páginas. 20,90 ¤ Ebook: 9,99 ¤
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Alabada de sobra su exquisita prosa, ante la que empalidecen los calificativos, confiesa en conversación con La Lectura que hace un tiempo se dio cuenta de que Las singularidades (Alfaguara), un salvaje baile de máscaras plagado de múltiples referencias a sus casi veinte novelas anteriores, "sería la última novela de este estilo que hago. Tardé cinco o seis años en escribirla, algo que ya sabía cuando comencé. Ahora tengo 77 años y no creo que vuelva a embarcarme en un libro como este. Seguiré escribiendo novelas policiacas y quizá otras cosas, pero nunca una novela tan ambiciosa. Así que quería resumir aquí la obra de toda mi vida".

El estilo y el lenguaje son claves en su obra, ¿le da miedo perder la palabra?
No es un miedo muy presente, pero hay que ser realista, la máquina acabará por averiarse. Hace años la agente de Iris Murdoch me contó una historia tristísima. Un día, comiendo juntas, ella le dijo: "Todo lo que escribo ya no vale. Estoy yendo hacia un lugar oscuro". Se dio cuenta de que su cerebro se estaba deteriorando. Sé que me va a pasar, pero quiero que me pase de una forma agradable y rápida, no quiero demorarme en exceso. Sin embargo, es probable que me aferre a la vida en una decrepitud creciente, primero con muletas, luego en una silla y al final ya en la cama. Pero hay algo cómico en el espectáculo de la propia desintegración. No hablo de olvidos como perder las llaves, sino de la disolución del yo. Hay una especie de comedia en eso. Creo que Beckett lo vio clarísimo, pero le horrorizaba. Veía la vejez como algo deprimente, a mí me parece graciosa.
Habla de vejez y yo voy al polo opuesto. El protagonista de Las singularidades se ve impelido a hurgar en su pasado. ¿Por qué tenemos esta atracción constante hacia lo vivido, a recrear la infancia, incluso?
El genial Baudelaire decía que el arte consiste en intentar recuperar la infancia a voluntad, y creo que es cierto. La infancia siempre es material para artistas y es un proceso muy misterioso que no entiendo, pero es así. Cada vez que acabo una novela un amigo me dice: "Ah, has vuelto a Wexford". No es cierto, porque yo me fui con 17 años y lo que recreo es un Wexford imaginario, de la misma forma que Joyce jamas volvió a Dublín y recreaba la ciudad de su mente. Para mí tanto el pueblo como mi infancia son una especie de Jardín del Edén mancillado.
Aquí, como siempre en su obra, se preocupa de las huellas que dejan los que se han ido y de las vidas que podríamos haber llevado. ¿Qué ve de fascinante en imaginar todas esas vidas pasadas o posibles?
Tengo una imaginación muy activa, cosa que no siempre es beneficiosa para un autor, porque tengo que reprimirla y atarla en corto. Dickens, por ejemplo, debería haberla atado en corto, y Cervantes también. Joyce decía: "Tengo mucha suerte porque mi imaginación es muy pobre. Les robo cosas a los demás". De niño me inventaba historias que me contaba a mí mismo y me hacía muchas preguntas a las que daba respuestas maravillosas. Supe que sería artista desde niño, no tenía claro qué artista sería, aunque en realidad tampoco lo tengo claro. Sigo practicando.

Lo que el escritor sí tiene claro es que, en contra de lo que creemos, vivimos siempre en el pasado. "El presente no existe, es algo que fluye y el futuro es la improbabilidad más grande. El pasado es lo único que tenemos, pero no creo que eso sea algo malo", sostiene. "Mi mujer falleció a finales de 2021 y la de mi vecino justo en Navidad. El otro día estábamos hablando del luto y del pasado y decíamos que el problema es que los fantasmas no existen. Mi mujer ha muerto y se ha ido del todo. Yo no paro de decirle: 'Pero déjate de tonterías, mujer, y vuelve'. Pero no vuelve. La verdad es que la muerte es algo mucho más extraño que la vida, lo que es decir mucho, porque la vida ya es rarísima".

Los seres humanos somos muy simples, queremos dinero, sexo, comida y poder. Todo lo demás son detalles

En esta novela, como en otras muchas, va enhebrando mitología y ciencia y pasa sin problemas de Newton a Zeus... ¿son ambas vías formas de explorar la naturaleza humana?
Me parece que asumes que tengo esta gran misión de explorar la naturaleza humana, pero la verdad es que mi ambición sólo se centra en completar una obra de arte. De todos modos, los humanos somos muy simples, queremos dinero, sexo, comida y poder. Todo lo demás son detalles. A mis 77 años esa persecución se ha ralentizado, pero como decía, quería escribir un libro que resumiera la obra de mi vida y revisité tantos de mis libros como pude recordar, porque lo he hecho de pura memoria, además de incluir a muchos autores que admiro y aprecio [la infinita lista abarca a Beckett, Nabokov, Rilke, Wallace Stevens, Nietzsche, Kleist, Heidegger...]. Me lo he pasado muy bien combinado la obra de mi vida con referencias a estos escritores, ha sido un ejercicio muy travieso que espero que llegue a los lectores.
Uno de los juegos que plantea es crear el personaje del biógrafo vengativo que alude claramente a usted, que ha narrado multitud de vidas... ¿por qué esta parodia, por qué creó a William Jaybey?
Mi nombre completo es William John Banville, así que William Jayey es un trasunto de mí mismo, con todas mis pretensiones, mis fracasos y mis tonterías. Me divertí mucho riéndome de mí mismo, creo que es importante hacerlo. Yo me tomo en serio, pero nunca con solemnidad. Soy capaz de reconocer mi propio absurdo y el de todos. Conozco algunas personas desprovistas de humor y creo que es una discapacidad peor que ser sordo o ciego. Ser incapaz de reír, no poder entender lo ridículo y maravilloso del mundo, debe ser terrible.
Retoma aquí la idea de los multiversos creados por la teoría del Adam Godley de su novela Los infinitos. ¿Con esto busca dar cuenta de que la realidad es esquiva, resbaladiza, inaprensible?
El arte puede acercarse, aspirar a ello, pero no hay nada que explique el mundo. El mundo es inexplicable porque no tiene ningún sentido, a pesar de que los filósofos sigan empeñados en hallárselo. Y lo que hacemos los artistas, o lo que hago yo, al menos, es intentar pensar en cómo es estar vivo y ser un ser humano en este mundo con la esperanza de que cuando alguien lea mis libros tenga un sentido más consciente de esa experiencia. El arte no nos mejora ni detiene guerras, no impide el abuso sexual ni para la inflación. Por desgracia, vivimos en una época en la que exigimos que el arte sirva para todo esto, pero en el mejor de los casos, en su forma más auténtica, el arte sólo nos permite intensificar el sentido de qué es estar en el mundo, que no es poco. Es algo maravilloso, extraño y terrible, lo único que tenemos.

"Cuando falleció mi esposa, me di cuenta de que era el punto final. Murió con mucha valentía y fue divertida hasta el final. Habíamos pasado toda la vida juntos y ahora lo único que queda son sus recuerdos, mis recuerdos de ella y los del resto de gente que la conoció. Y cuando nos vayamos, ella se marchará con nosotros, vamos todos hacia la oscuridad", reflexiona el escritor. "El motivo por el que me hice artista no fue explicar el sentido de la vida, sino intentar dar cuenta de lo que es estar vivo. Todavía me asombra que la gente pueda leer mis libros, que escribí para mí, y parezca entender lo que estoy intentando narrar".

Soy capaz de reconocer mi propio absurdo y el de todos. No tener humor es una discapacidad peor que ser sordo o ciego

Todos desapareceremos, sí, pero en el caso del escritor siempre queda la obra. ¿O es ingenuo pensar así?
Ciertamente es una idea muy bonita esa trascendencia, pero yo no estaré aquí y quizá los libros se mueran también conmigo. La inmortalidad en el arte nunca está asegurada. Yo lanzo los libros al mar y ellos van a la deriva e igual se mantienen a flote, pero yo me iré. Es algo que me irrita, la verdad. Me gustaría volver a empezar, aunque seguro que cometería los mismos errores, pero ojalá pudiera volver a empezar. Espero aún tener unos años de diversión antes de empezar a perder las palabras.
Explora también en la novela esa teoría física según la cual cada vez que conocemos algo nuevo del mundo lo transformamos... ¿es este el papel de la ficción, de la imaginación?
La ficción nunca es realista y, desde luego, la vida no es como una novela. La vida es incoherente, no tiene forma. No recordamos nuestro nacimiento y experimentaremos la muerte, pero todo lo que hay en medio es caos. Por eso, creo, acudimos a las novelas, porque están terminadas, tienen una forma perfecta. Cada vez que visito Madrid voy a ver Las Meninas de Velázquez y en cada ocasión se me vuelve más misterioso. Cuanto más lo veo menos lo entiendo y más me gusta. Eso está muy bien, porque el arte no debería ser comprensible. Una gran obra siempre se reserva algo de sí misma, y por eso las revisitamos. No veo que nadie revisite de esa forma una canción pop, hecha para disfrutar y desaparecer. Las Meninas me devuelven la mirada con la misma profundidad que yo pongo en ellas y eso es lo que debería hacer el arte, ser un misterio tangible al que nos enfrentamos. Ahora me he puesto serio, ¿eh? (sonríe).
Su novela encierra otra idea a la que aludía al hablar de repetir los errores: que estos nos conforman. ¿Realmente es así?
Yo siempre digo que todas las decisiones son equivocadas porque si tienes dos opciones cualquiera será un error. La vida es una serie de errores. Nos enamoramos de quien no debemos, frecuentamos amistades inconvenientes, escribimos el libro que no toca... Ese es uno de los motivos por el que la realidad es tan cómica, no hay una forma de hacer las cosas bien. Por eso es reconfortante la idea de los multiversos, una teoría maravillosa que nunca afectará a nuestra vida cotidiana, pero consuela un poco pensar que hay otra versión nuestra más alta, más guapa, que canta ópera y que tuvo un romance con Marilyn Monroe.

En esta época le exigimos al arte que explique el sentido de la vida, pero como mucho puede explicar qué es estar en el mundo

Ha explorado el universo literario que condensa aquí durante más de 50 años, ¿cómo ha cambiado el mundo de la literatura en estas décadas?
Los cambios han sido enormes, claro. Antes los lectores esperaban muriéndose de ganas una nueva novela, pero eso ha terminado, a la gente le importa un bledo. Me gustaría pensar que mi literatura puede durar unos 20 años más para que la gente pueda decir "qué gran hombre era". Pero el mundo cultural ha cambiado muchísimo porque la gente ya no quiere grandes obras difíciles. Yo no lo veré, ya me habré ido, pero creo que las próximas generaciones saldrán perdiendo por rechazar la dificultad, porque esa es la esencia de cualquier arte y la sociedad ha renunciado a ella. No hay nada bueno, nada duradero y valioso que no sea difícil, las cosas sencillas son simplemente sencillas, pero las difíciles son mucho más que ellas mismas. El arte hecho para politizar algo o para ganar dinero no es arte de verdad, es siempre falso. Sin embargo, mi trabajo está hecho. Yo lo hice lo mejor que pude, con honestidad y autenticidad, y de esto no me puedo arrepentir.
Echando la vista atrás, tras tantas novelas, ¿está satisfecho con su trabajo de tantos años?
Escribir el punto final de Las singularidades no es algo que me produzca tristeza. Hice lo que me propuse hacer y no soy yo quien debe decir si valió la pena o si he desperdiciado mi vida. Si ese fue el caso, me lo he pasado muy bien desperdiciándola. Me siento un poco como un jugador en el casino, al final se acaba el dinero y tienes que parar. Seguiré escribiendo novela policiaca, pero eso es un trabajo de artesanía, no arte. Nunca podré volver a embarcarme en algo como esta novela, muy poca gente tiene idea de lo que cuesta. Ahora lo acabé y no me he dejado nada por decir. Quizás he dicho demasiado.

El falso Nobel de Banville

Ganador del Booker el año en que fueron finalistas Ishiguro, Ali Smith, Julian Barnes y Zadie Smith, y del Príncipe de Asturias en 2014; el gran premio que le falta a Banville es el Nobel, en cuyas quinielas siempre aparece. Y aunque el escritor bromea cada vez que le preguntan, en 2019 (el año de los dos galardones a Tokarczuk y Handke) se quedó con la miel en los labios. "Estaba en el fisioterapeuta y sonó el teléfono. Miré la pantalla y vi Estocolmo. Una persona muy convincente me dijo que me llamaban de la secretaría del Nobel para decirme que había ganado. Poco después, mi hija me dijo 'papá, no eres tú, era mentira'. Y mi mujer dijo 'menos mal que no he comprado el coche", contó divertido después del suceso.

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