En la carretera de Trujillo a Mérida queda, a mano derecha, Conquista del Guadiana. Cultivos, acequias, palmeras. Es uno de los casi trescientos pueblos de colonización. Se distinguen muy bien de cualquier otro tradicional, son modernos (vintages, diríamos) y muy parecidos entre sí: casas bajas, adosadas con balconcitos geométricos, muy blancas, de líneas rectas y sobrias, de esas que en las horas de sol hacen sombras tiradas con cartabón y regla. Con su iglesia, su placita, su Ayuntamiento. Calles anchas y tranquilas, muy metafísicas. En algunos hubo incluso un cine. Parecen pueblos de juguete, portátiles, trashumantes y a la vez para llevar una vida tranquila. A todos ellos hubo que ponerles un nombre nuevo. Los hay maravillosos. Sin salirnos de la región extremeña: Lobón, Alonso de Ojeda, Ruecas, El Torviscal, Valdivia, Entrerríos... Se dirían sacados de un relato de Juan Rulfo.
Es este de los pueblos de colonización un asunto serio y se presta a ser abordado desde muchos aspectos: geográficos, económicos, urbanísticos, arquitectónicos, artísticos y humanos. Ninguna de estas perspectivas queda al margen del gran trabajo que Ana Amado y Andrés Patiño han llevado al Museo Ico de Madrid, fijadas en un catálogo monumental.
Levantó estos pueblos el Instituto Nacional de Colonización entre 1943 y 1971. Franquismo puro. El Régimen alardeó del logro y los antifranquistas, con sentimientos encontrados, nunca supieron cómo tomárselos, entre otras razones porque trabajaron en su creación arquitectos, pintores, ceramistas y escultores en su mayor parte de izquierdas o liberales. Sucedió algo parecido con embalses y pantanos. De hecho ambos asuntos, agua y tierras, van unidos.
Fueron, por un lado, el modo de enterrar la famosa Reforma Agraria de la República, que había amenazado la propiedad de terratenientes y oligarcas, origen a menudo de revueltas y desmanes, y por otro, el mejor portal propagandístico que jamás tuvo el franquismo en un momento en el que la gente del campo se moría de hambre.
Como en toda obra humana, se manifestaron pronto algunas de sus deficiencias. No siempre los arquitectos atinaron con las necesidades de los futuros colonos y a estos no siempre los seleccionaron de una manera justa, equitativa, sino a menudo sólo entre los que ya habían mostrado "buena conducta" y una adhesión inquebrantable al Caudillo.
De la fundación de muchos de ellos ya han pasado ochenta años. Las desigualdades sociales y políticas habrán sido corregidas en muchos casos por la democracia, y las insuficiencias estructurales, seguro que también por el uso.
"Queda la obra de unos jóvenes, apenas treintañeros, que dieron lo mejor de sí mismos: Fernández del Amo, Millares, Arcadio Blasco, Kindel, Menchu Gal..."
¿Qué queda...? La obra de unos jóvenes, apenas treintañeros, que dieron entonces lo mejor de sí mismos: los arquitectos Fernández del Amo y Fernández Alba, el pintor Millares, el ceramista Arcadio Blasco, las pintoras Menchu Gal, Delhy Tejero, Juana Francés, el fotógrafo Kindel, los escultores Pablo Serrano y José Luis Sánchez...
Mi primer trabajo en Madrid fue entrevistarle a este último. Hablaba de aquellos tiempos con verdadero entusiasmo. En sus recuerdos no asomaba ni franquismo ni antifranquismo, solo la ilusión de la obra bien hecha, el trabajo en equipo y el estar llevando a eriales y baldíos el sueño de que la vida sigue y a veces progresa: para muchos de los colonos aquello fue la redención (dejar atrás la guerra civil), pasar de siervos de la gleba a hombres afortunados sin romper del todo con sus raíces (hubo millones que en esos mismos años tuvieron que emigrar para sobrevivir) y pensar en el futuro.
Han pasado los años. El franquismo truncó, cerril y vengativo, la Institución Libre de Enseñanza y sus Misiones Pedagógicas, y sin embargo, porque la vida sigue y a veces progresa ocultamente, como el Guadiana, infundió su espíritu a ese proyecto, y los árboles que se plantaron entonces, dan hoy, a los niños que nacieron en esos pueblos de colonización, una sombra copiosa, hospitalaria, orgullosos, ellos y ellas, de su vida y de la obra bien hecha.
Conquista del Guadiana, cuando vemos sus casas encaladas en medio de su vergel y a un lado de la carretera que va de Trujillo a Mérida, nos lo recuerda. Todo en ellas parece armonioso y tranquilo. Lo blanco, muy blanco, y las sombras, tiradas con cartabón y regla, tal como las vio el gran Kindel.