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Noventafilia, noventafobia: por qué los hijos se visten de grunges y los padres reniegan de su época

La cultura popular adolescente de 2024 se ha llenado de referencias estéticas al final del siglo XX después de años de desprestigio político.

Noventafilia, noventafobia: por qué los hijos se visten de grunges y los padres reniegan de su época
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Ramón González Férriz nació en 1977, cumplió 15 años en 1992 y escribió La trampa del optimismo: Cómo los años noventa explican el mundo actual (Debate) en 2020, bien entrado en los 40. La vida se nos va deprisa a todos. González Férriz recuerda ahora que mucha gente de su generación «empezó a fustigarse» cuando llegó la crisis de 2008 por la cultura que había consumido los 15 años anteriores. Que empezó a culparse de todas las horas gastadas en Friends y en Radiohead como si el deterioro de la política y la quiebra de la economía española fuesen la consecuencia de sus gustos estéticos. Como si el desastre se hubiera evitado con más Rage Against the Machine y más Ken Loach. «Es verdad que es increíble lo poco político que es Friends, es imposible no darse cuenta hoy. Pero a ese afán de castigarse a uno mismo no le veo mucho sentido... Por cierto, que Rage Against The Machine y Manu Chao y mucha música de los 90 está en el centro de la socialización de la izquierda de 2024», cuenta González Férriz.

Ha pasado otra década y media desde el fatídico 2008 y aquellos universitarios que se cayeron del caballo de todo lo que había sido enrollado, aquellos que leyeron cuatro o cinco ensayos contra el ensimismamiento estetizado de los 90 durante la larga década del descontento, tienen hoy hijas que cumplen 15 años y que visten vaqueros rectos y de cintura alta o pantalones de cargo de estética rave, Adidas Gazelle de colores, camisetas de Nirvana y de Tupac Shakur, parkas largas y minipulls de punto como los que llevaron sus madres en 1995.

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Y si nos los llevaron, los anhelaron. Sus adolescentes escuchan reguetón, claro, pero lo alternan con listas de reproducción del tipo Sad indie que Spotify crea para ellos porque ha detectado que el ánimo de esta época es un poco depresivo. Allí descubren canciones de mitos noventeros como Mazzy Star y Elliott Smith entre temas de artistas del siglo XXI como Billie Eillish, Lana del Rey, Phoebe Bridgers, Lorde y hasta Taylor Swift (cantantes que, por cierto, no suenan tan diferentes a la música de hace 30 años).

Y no es que los niños de 2024 estén como locos por ver las películas hongkonesas de Wong Kar Wai, pero sí que les gusta mucho Friends y, sobre todas las cosas, quieren que sus padres les dejen ver Euphoria, que es una especie de puerta en el tiempo hasta los años 90. Primero, porque la serie de HBO está llena de citas al cine de la época, de caracterizaciones que reproducen el look de Patricia Arquette en Amor a quemarropa y el de Liv Tyler en Empire records, por poner dos ejemplos que son graciosos por rebuscados. Y segundo, porque Rue Bennett y sus amigos nos parecen muy modernos por cómo se maquillan y porque tienen una sexualidad precoz, confusa y performativa, pero, en el fondo, tienen la moralidad de un grunge de 1993. Se sienten solos y deprimidos en un mundo que los abruma con estímulos de todo tipo, y su manera de rebelarse contra la hipocresía de los adultos consiste en buscar algo íntimo y verdadero que los una y los salve.

Sé auténtico, ven a mí despojado de pretensiones. Come as you are, como decía la canción de Nirvana.

«La autenticidad era un concepto que se empleaba obsesivamente en los 90», dice Ana María Velasco Molpeceres, profesora de la Universidad Complutense y autora de La Moda en el franquismo (Catarata, 2024). Y no sólo en la cultura entonces llamada alternativa. «Will Smith gustaba porque era auténtico en El príncipe de Bel Air; Sexo en Nueva York se estrenó en 1998 como un casi-documental...». Hay mil ejemplos parecidos en la memoria de cualquiera que viviese esos años: la imagen de Kurt Cobain con una rebeca vieja, la de Beth Gibbons sin maquillar en el famoso concierto de Portishead en Roseland, la de PJ Harvey recién duchada en sus primeras fotos promocionales... La reciente entrevista póstuma del productor Steve Albini publicada por EL MUNDO es una manera muy expresiva de fijar ese anhelo de autenticidad.

«Me parece evidente que mis alumnos de 18 y 19 años se sienten cómodos con las imágenes de los 90. Estoy segura de que no lo intelectualizan mucho pero creo que, de alguna manera, reconocen que su mundo ya existía en los 90, a diferencia de los 80 o los 70. Y lo importante es que todo lo que va mal hoy se les aparece entonces sin malear». Internet, la cultura de las celebridades, la ironía... «Si lo piensa, la idea de esa autenticidad es lo contrario de mostrarse a través de los filtros de Instagram».

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Es una idealización, claro. «La ironía era el ruido blanco de los 90», explica Bruce LaBruce, escritor, artista y cineasta canadiense, autor del reciente Contra la cultura (Cántico), su libro de crónicas del periodo 1997-2003. «El ruido blanco ideológico, así lo llamaba en esa época, lo anegaba todo hasta el punto de que aprendíamos a ser precavidos porque cualquier actitud podría ser ridiculizada. Llegó a ser una forma de malestar social y lo digo yo, que sé que mi tono vital siempre ha sido la ironía. Soy un gay de la vieja escuela y ése ha sido el lenguaje de nuestra cultura. Era nuestra arma y nuestra armadura, desarrollamos un ingenio agudo, un idioma cáustico con el que respondíamos a la homofobia. Era una manera de sobrevivir».

A partir de ese recuerdo, ya podemos plantear el conflicto: los años 90 tienen una mala fama teórica y política casi inapelable, sobre todo entre quienes los vivieron, pero atraen estéticamente a los adolescentes, los fascina como alguna vez los años 60 y las imágenes de los Beatles trajeados fascinaron a sus padres.

"Yo siento muchísima desconfianza hacia estos revivales porque me parecen el mismo truco de siempre de la industria del consumo para disolver los conflictos», dice Víctor Lenore (1972), periodista, autor del autorrefutador ensayo Indies, hipsters y gafapastas. Crónica de una dominación cultural (Capitán Swing, 2017). Lenore fue también biógrafo de The Lemonheads y de Smashing Pumpkins. «Si vamos a la música, ya sabíamos todos desde hace años que el revival iba a de ser rock indie anglosajón. Ya podía haberle tocado a Juan Luis Guerra... O al eurobeat que sigue siendo una música de discoteca increíble. Lo que pasa es que la nostalgia de los 90 funciona bien porque los padres van con sus hijos al H&M, ven una camiseta de Nirvana, se ablandan y se la compran a los niños. Me da un poco de asco esa empatía prefabricada... Los padres y los hijos deberíamos comunicarnos a través de nuestros referentes culturales, por supuesto, pero desde una hostilidad cordial. No desde una conveniencia falsa del tipo 'cómprame la camiseta'».

Lenore resume cuál es su visión de la estética y de la moral de los años 90: «Era un mundo obsesionado por el éxito y que ofrecía refugios en pequeñas burbujas de romanticismo. Si eso se percibe ahora como inocencia lo puedo entender pero tampoco me parece que merezca la pena idealizarlo... También pienso de esa época que estaba marcada por una estética del desarraigo. Yo vivía en el Puerto de Santa María y todo lo que tenía que ver con la Feria y el flamenco me horrorizaba. Me veía como europeo e, inconscientemente, quería demostrar que estaba por encima del mundo que me rodeaba. Con los años me di cuenta de que era una paletada».

Ramón González Férriz toma ese hilo pero lo explica de una manera más comprensiva. «Los adolescentes no le dan una lectura política a la cultura que consumen pero hay cosas que se filtran. Cuando hablamos de que los 90 fueron una época optimista por la caída del muro de Berlín, no sé cómo conectar ese dato con mis 15 años. Pero si pienso que el gran tema de la política española fue la conquista de la normalidad europea, ahí sí que me reconozco. En los 90, España se dijo a sí misma que era un país equiparable a Europa, que se había acabado el retraso histórico. Y yo, que era un adolescente barcelonés, también me decía eso mismo: que vestía igual, leía las mismas novelas de Martin Amis, veía las mismas películas y los mismos capítulos de Friends y escuchaba la misma música que un londinense de mi edad».

Y así se vivió no tan mal hasta la crisis en 2008. Entonces, la autoafirmación de europeidad se convirtió en una de esas pretensiones adolescentes que avergüenza recordar.

Sin embargo, hasta el llamado corte de Rachel, el peinado de Jennifer Aniston en Friends, está de vuelta. ¿Por qué? La filósofa Clara Ramas (1986) acaba de publicar el ensayo El tiempo perdido, un texto dirigido a negar la idea del pasado feliz pero arrebatado como factor político. «En Estados Unidos, esa idea se proyecta sobre los años 50, que se representan siempre como un mundo de calles tranquilas y de comunidades unidas sin mezcla racial. En España, los años 90 tienen ese significado», dice Ramas. «En el fondo, esa idealización no dice mucho de los años 90 en España ni de los años 50 en Estados Unidos sino que habla de todo lo que nos angustia en 2024. Los adolescentes actuales creen ver en los 90 un mundo más amable y con más sentido de la comunidad. Hay incluso una idealización de los primeros años de internet como un lugar menos oscuro y por eso se usan gifs de estética retro. ¿Eran los 90 una época más amable? No estoy segura. Si nos comparamos, hoy tenemos avances indiscutibles en bienestar y seguridad, pero no lo vemos así porque vivimos en una sensación de pérdida colectiva. Tenemos muy presente el miedo a la soledad».

¿Consume cultura de los 90 con alegría? «Sí. Y puedo incluso disfrutarla desde la nostalgia», responde Ramas. «Pero una cosa es la nostalgia y otra es la melancolía, que implica no tolerar que lo que se ha perdido no volverá. Hay quien construye un programa político de esa melancolía».

Hay una clave más: los adolescentes de los años 90 son los adultos que ocupan hoy las posiciones de poder. Cuando la Reina Letizia (1972) esté un poco nostálgica, se acordará seguramente de 1990. Cuando la presidenta de Inditex, Marta Ortega (1984), se sienta así, pensará en el año 2000. Entre ambas, nació una muchedumbre de directores editoriales, diseñadores y creativos publicitarios, de guionistas, arquitectos y redactores jefes y todos influyen en el look del mundo de hoy. La idealización de los 90 también es, en parte, un reflejo de su plenitud profesional. No es un reproche ni un deseo de fustigarse; en realidad es lo normal.