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Piensa como Hannah Arendt y entenderás el mundo de hoy: "Comencé a leer sus libros casi en secreto"

Rescatada en los últimos tiempos, la obra de Hannah Arendt ilumina los grandes debates de nuestra era. La académica Lindsey Stonebridge afronta este desafío en su ensayo 'Somos libres de cambiar el mundo'

Piensa como Hannah Arendt y entenderás el mundo de hoy: "Comencé a leer sus libros casi en secreto"
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A principios de 1933, una Alemania asolada por la violencia nazi le entregó todo el poder a Adolf Hitler y empezaron las persecuciones de los disidentes políticos y los judíos. Hannah Arendt y su marido Günther Anders compartían ambas características, pero, lejos de arredrarse, convirtieron su domicilio en Berlín en un piso franco para toda clase de perseguidos. Un día los nazis detuvieron a Arendt y a su madre, Martha Beerwald cruzando Alexanderplatz. Cuando, durante el interrogatorio, le preguntaron por las actividades de su hija, Martha contestó: No, no sé lo que ha hecho, pero sea lo que sea es correcto y yo también lo habría hecho.

Los oficiales de la Gestapo eran jóvenes y primerizos y no pudieron con aquellas dos mujeres tan duras de pelar. Las soltaron y ambas escaparon del país poco después, no sin antes cogerse la mayor borrachera de sus vidas en la bodega abandonada de otro judío refugiado. En la frontera alemana se colaron en un piso para almorzar y salieron por la puerta de atrás que estaba en Checoslovaquia. "Kafka no podía haber urdido mejor la historia de la huida final de Arendt de Alemania", asegura Lindsey Stonebridge.

La académica y periodista francobritánica acaba de publicar Somos libres de cambiar el mundo. Pensar como Hannah Arendt (Ariel), un libro tan original y deslumbrante como de difícil clasificación que combina biografía, filosofía y actualidad para recuperar el pensamiento de Arendt como una luminosa guía que ilumine nuestros tiempos oscuros, como oscuros fueron los de la pensadora y orgullosa paria. Cuando nos citamos con ella por videoconferencia, confiesa que los inicios de su relación no fueron fáciles. "Yo estudié en los 80 y entonces nadie leía a Arendt sino a tipos como Derrida o Lacan. Entonces no era popular precisamente para la izquierda europea, que no se sentía cómoda con su definición del totalitarismo que incluía tanto a la Alemania nazi como a la URSS. Comencé a leerla casi en secreto. Leí La condición humana a finales de los 80 y fue para mí como un poema extraño. No sabía de dónde había salido. Por aquellos tiempos, la izquierda de la que yo venía era deprimente. Y Arendt me hablaba desde una posición que no era de izquierdas ni de derechas, no le gustaba la ideología. Al leerla encontré una teoría y una voz que tenía que ver con la acción y con la capacidad de dar respuesta al desafío de la política".

Remontarse al siglo XX

Borges aseguraba que cada generación inventa sus propios precursores, especialmente en tiempos de sequía intelectual como los actuales. Así, parece obligada cierta prevención ante la cada vez más repetida recuperación de los intelectuales muertos para adaptarlos a nuestro presente al gusto del hermeneuta de turno. ¿Volvemos la mirada a los pensadores del pasado porque los actuales no dan la talla? "Es cierto que la cultura internacional se ha fracturado en los últimos 20 años y las voces que teníamos ya no están ahí. Merece la pena remontarse al siglo XX y escuchar a los pensadores de entonces, no por nostalgia, al contrario, en muchos asuntos, ellos estaban por delante de nuestro propio tiempo", contesta Stonebridge.

La autora de Somos libres para cambiar el mundo recuerda su sorpresa cuando, investigando para su libro, descubrió que en solo seis meses, entre 1962 y 1963, The New Yorker publicó tres ensayos absolutamente fundamentales: Primavera silenciosa, de Rachel Carson, que se adelantó a nuestra discusión actual sobre el medio ambiente; La próxima vez, el fuego, de James Baldwin, en torno a la lucha civil negra; y Eichmann en Jerusalén, de Hannah Arendt. Aquellos autores eran conservadores y progresistas a la vez y vislumbraron las grandes tramas de nuestro tiempo. "Arendt siempre fue radical y progresista, pero también creía en recomponer una tradición que habíamos roto para honrar nuestro legado".

En el verano de 1950, Arendt presentaba a los lectores de Estados Unidos, donde residía desde su exilio, su primera gran obra, Los orígenes del totalitarismo, en donde equiparaba en el terror y la mentira -no sin polémica- los dos polos totalitarios, el nazismo y el comunismo estalinista. En el prólogo a la primera edición, desnudaba sus miedos de un modo cuyos ecos resuenan tétricamente en nuestro presente: "Jamás ha sido tan imprevisible nuestro futuro, jamás hemos dependido tanto de fuerzas políticas que parecen pura insania".

Stonebridge relata que precisamente hace solo unos días se estremeció al recibir el correo electrónico de una joven lectora rusa que había leído su libro. "Me contaba que se había sentido 'mirada por Arendt' al leerme", cuenta la autora. "Llevaba catorce años sin volver a Rusia porque su madre había caído en la propaganda de la dictadura de Putin pero sentía que Arendt le ofrecía un camino, cómo mantener la humanidad en medio de las mentiras del totalitarismo pensando por uno mismo desde la soledad. Pero Arendt era también un animal político, amaba a Aristóteles y le preocupaba mucho cómo podíamos convivir con nuestros semejantes. Si queremos seguir viviendo en este mundo, dijo, necesitamos la imaginación suficiente para entender su pluralidad, ponernos en el lugar del otro y defender lo mejor de la condición humana. Arendt creía en la amistad y en el amor. Eran para ella la primera línea de defensa contra el totalitarismo".

Su relación con Heidegger

Probablemente ninguna relación ha generado más morbo en la historia del pensamiento que la de Martin Heidegger, filósofo del ser y entusiasta nazi, y la judía libre Arendt, que fue su alumna y amante. Asombra especialmente que volvieran a relacionarse después de la II Guerra Mundial, cuando todo el mundo sabía ya lo que Heidegger había hecho. Pero, además, en los últimos tiempos algunos estudiosos como Emmanuel Faye, han defendido que la relación fue más allá de lo sentimental. De alguna forma, la filosofía de Heidegger acabó contaminando la de Arendt.

"Si nos obsesionamos con quién se acostaban los pensadores octogenarios, no haríamos nada más. Eso para empezar", apunta Stonebridge. "Nadie sabe si ellos llegaron a acostarse cuando se reencontraron y, la verdad, no es asunto nuestro. Yo no soy una gran fan de Heidegger como se percatará quien lea mi libro, pero sí creo que a veces no le hemos valorado en su justa medida. Heidegger fue profesor de Arendt, un gran profesor. ¿Quién no recuerda a su primer maestro? Aquel que abrió por primera vez tu mente y tu alma... Arendt no podría haber escrito La condición humana sin Heidegger. Pero no le menciona ni una sola vez porque lo que hace es darle la vuelta a las ideas de su maestro. El existencialismo decía: 'No hay suelo, nos dirigimos hacia la muerte'. Y ella responde: 'Hay amor y nuevos principios por descubrir'. Arendt tomó el legado nazi de Eichmann y lo emasculó. Cuando publicó su ensayo, se lo mandó a Heidegger con una nota en la que explicaba que era su declaración de amor y perdón y él es tan narcisista y vanidoso que ni siquiera reconoce haberlo visto".

Arendt cometió errores aunque algunos de ellos no sean tales, según su biógrafa, y desprenden cierto tufo misógino. Fue una mujer orgullosa que en tiempos donde las féminas no se prodigaban entre la mayoritaria intelectualidad masculina, ella la frecuentaba con soltura sabiéndose superior a muchos de sus compañeros varones. Se la acusó de escarceos sentimentales con el enemigo por su relación con Heidegger y hasta de antisemita después de publicar Eichmann en Jerusalén. Algunos no entendieron que en ningún caso suponía una justificación de lo ocurrido su concepto de la banalidad del mal aplicado al arquitecto de la Solución Final secuestrado en Argentina, juzgado en Israel y a cuyo proceso asistió Arendt.

Un pensamiento inclasificable

¿Se atreve Stonebridge a imaginar qué posición tomaría Arendt ante la actual guerra en Gaza? "Cuando pienso en lo que ella diría, me entra mucha curiosidad", admite. "Hacia el final de su vida se ocupó del conflicto en Oriente Próximo. Lo peor que podía pasar al final del siglo XX es que aceptemos que la violencia es la manera que tenemos de hacer política. Después de las atrocidades que cometió Hamas el 7 de octubre, todo el mundo parece haber aceptado que la violencia es la manera de hacer política. Después de la guerra de Yom Kipur, Arendt fue invitada a unirse a una asociación que abogaba por la paz y exigió sacar su nombre de allí por incluir propaganda sionista. Aseguraba que defendía una tierra para los judíos sin ser por ello sionista. Eran dos cosas diferentes. Los judíos tenían derecho a tener una tierra pero sin basarla en un nacionalismo étnico. La raza y la etnia son asesinas y no pueden unir a la gente".

Arendt siempre escapó a toda catalogación. En ocasiones hoy suele citarse un culto a Arendt pero, según su biógrafa, ella fue una persona "anticulto". No podemos decir que fuera exactamente anarquista, porque entiende, sin duda, que necesitamos leyes y regulaciones, explica Stonebridge, pero sí podemos calificar de anarquista su compromiso con una política abierta al cambio, a la novedad, a la diferencia, a la otredad, al conflicto. "Su compromiso antitotalitario está vinculado con esto, con la isonomía ateniense que invita a todo el mundo a gobernar para corresponsabilizarse y que está en el origen de lo que llamamos democracia y que es tan difícil y en ocasiones tediosa como necesaria", afirma.

Después de las Europeas, la extrema derecha crece por todas partes... menos en Gran Bretaña, donde los laboristas parecen a punto de lograr una victoria arrolladora. ¿Podemos atesorar cierta esperanza arendtiana? "Yo tengo doble ciudadanía británica y francesa. Estuve en Francia la semana pasada y cené con amigos de diferentes países y nos entristeció mucho la actual situación de Europa. Quiero mucho tanto a Francia como a Gran Bretaña, y justo cuando esta última ha dejado de comportarse como un país lunático... ¡empieza el resto de Europa! El fracaso del Brexit ha sido espectacular, ha destruido instituciones, familias, la confianza de todo el país. Y confiaba en que Europa, especialmente Francia y Alemania no hicieran lo mismo. La historia nos dice que a veces necesitamos una catástrofe y me preocupa mucho todo lo que está ocurriendo. La pesadilla me persigue".