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El gran negocio del museo más exitoso de España: "¡Salvador Dalí no morirá nunca!"

Hace 50 años Dalí inauguró su propio museo en Figueres con una cabalgata de gigantes, cabezudos y hasta un elefante. Hoy es una referencia mundial con un superávit de 7,3 millones y un 67% de público internacional

La sala Mae West, concebida por Salvador Dalí junto al joven arquitecto Óscar Tusquets.
La sala Mae West, concebida por Salvador Dalí junto al joven arquitecto Óscar Tusquets.
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«Los genios no mueren. '¡Salvador Dalí no morirá nunca!', decía Dalí. Y vosotros estáis pisando su tumba...», explica Pierre, guía turístico, a una veintena de franceses que exclaman un sorprendido Oooooh mientras buscan en el suelo la sepultura del genio: una losa blanca en medio del escenario, sin cartel que indique que debajo descansa el cuerpo embalsamado del pintor. Se fotografían sus propias sandalias sobre la losa. Hasta que Pierre habla de la Capilla Sixtina y Michelangelo y todos los brazos se levantan para fotografiar la mano de Dios y el dedo de Adán en la particular versión daliniana.

Es una mañana cualquiera en la Fundación Gala-Salvador Dalí: hay grupos de Corea, Turquía (con bandera incluida) y de nacionalidades indescifrables, parejas de Uruguay y Argentina, amigas norteamericanas que prácticamente comparten la visita en directo su sus reels de Instagram, jóvenes holandeses que han subido desde Lloret de Mar, algunos pocos españoles, jubilados alemanes, muchos franceses (la frontera está solo a 26 kilómetros)... Fuera, sopla una tímida tramontana, el viento de los locos y los genios, el preferido de Dalí, que lo definía como «delirante y gaudiniano».

«¡Ahí hay una mujer desnuda!», exclama un español. Pero su mujer sólo ve al presidente Abraham Lincoln. Aún está demasiado lejos para apreciar a Gala desnuda, de espaldas, mirando al mar. Otro de los juegos dalinianos: dependiendo de la perspectiva o distancia se ve el retrato de Lincoln pero al acercarse aparece Gala.

La sala magna provoca un fuerte efecto barroco y teatral, con cortinas de terciopelo rojo que enmarcan el inmenso telón Laberinto, basado en el mito de Teseo y Ariadna y que Dalí diseñó para el ballet de la Metropolitan Opera House de Nueva York. Un grupo de italianas descansa en las sencillas sillas de payés -las cadires de balca catalanas, escogidas por el artista- bajo el Teseo surrealista, mirando al cielo a través de la cúpula geodésica transparente, inspirada en las del Renacimiento italiano. Aquí, entre las ruinas del antiguo Teatro Municipal, que ardió tras la Guerra Civil (no por un ataque bélico, sino por un descuido del ejército franquista que lo usó de cuartel), Dalí quiso levantar su propio templo surrealista. Y lo empezó por el tejado, como los grandes arquitectos renacentistas.

Desde hace 50 años su cúpula se ha convertido en el símbolo de su Figueres natal, una ciudad de apenas 48.000 habitantes que recibe más de 700.000 visitantes al año con un solo destino: Dalí. «Concibió este museo como un laberinto para entrar en su cerebro, no solamente como un lugar donde visitar sus obras», destaca Montse Aguer, directora de la Fundación Dalí desde 2015. Un museo diseñado por Dalí no podía ser un museo al uso y menos con el especial significado del lugar: fue bautizado en la iglesia de Sant Pere, justo delante, y en una sala del antiguo teatro un Salvador adolescente expuso por primera vez.

«Aquí Dalí despliega su universo, absolutamente fantástico, lúdico, intelectual, científico... Siguiendo su deseo, casi no hay cartelas ni explicaciones: quería que la mirada del visitante acabara la obra. Durante su época en Estados Unidos, en los años 40, ya empezó a desdibujar la línea entre alta y baja cultura. Quería que el espectador tuviera un papel activo y completara el significado de la obra. Dalí te provoca, te sacude, te desconcierta...», cuenta Aguer, que siendo una joven recién salida de la facultad trabajó como asistente de un ya anciano Dalí.

Visitantes en la Fundación Dalí de Figueres.
Visitantes en la Fundación Dalí de Figueres.

«El director del museo, Antoni Pitxot, me pidió sustituir a su asistente, que estaba de vacaciones. Le leía lo que me pedía, dictaba algún telegrama... Fue una relación corta y profesional pero Dalí era una persona que te impactaba», recuerda Aguer en su despacho de Torre Galatea, el back stage del museo, donde Dalí vivió sus últimos años. «Una de las cosas que más me fascinaron es que desde su habitación veía las paredes del museo. Ya no tenía a Gala y quería estar aquí, cerca de su obra». Lo que fuera la habitación de Dalí es hoy otro despacho de la Fundación, con las mismas paredes pintadas al estlo neoclásico y la misma ventana por la que se asomaba. «Cuando había colas le gustaba salir a verlas. Le encantaba contemplar a la gente, la expectación», sonríe la directora, experta y apasionada daliniana.

Para expectación la de hace medio siglo: la del 28 de septiembre de 1974. Gigantes y cabezudos, hipógrifos violentos [una referencia a La vida es sueño de Calderón de la Barca] y hasta un pequeño elefante encabezaron una impresionante cabalgata daliniana para inaugurar su gran museo, tal como informó el NO-DO a ritmo de fanfarria. Toda Figueres estaba ahí, con enormes pancartas de Gala Dalí esperando la llegada de la pareja: aparecieron en su Cadillac negro, saludando cual reyes. Porque si alguien es el monarca absoluto de Figueres ese es Dalí: en las panaderías se venden sus panes de tres puntas con los que decoró la fachada del museo (también los usaba de sombrero), en las tiendas los relojes se deshacen, en los estancos se venden souvenirs impensables, en las papeleras lucen frases dalinianas, en el suelo sorprenden placas de hormigas gigantes («un animal perfecto») que marcan la Ruta Dalí... Figueres es el kilómetro cero del surrealismo, a pesar de André Breton, su fundador oficial.

Lo predijo Dalí en Diario de un genio (1964): «Desde el día en que me abstuve de acudir a la cita fijada por Breton, el surrealismo, en la forma en que lo habíamos definido, murió. Cuando, al día siguiente, un gran periódico me solicitó la definición de surrealismo, respondí: '¡El surrealismo soy yo!'. Y lo creo, puesto que soy el único en perpetuarlo». Este 2024 se celebra el centenario del movimiento surrealista con sendas exposiciones en todos los continentes (la más importante es la de París, en curso en el Pompidou), pero también se cumple medio siglo desde que Dalí, siempre de la mano con Gala, inaugurara el museo que él mismo diseñó, «el objeto surrealista más grande del mundo». Y el próximo sábado 28 los gigantes de Gala y Dalí se pasearán por Figueres, donde se repartirán bigotes dalinianos y volverá a celebrarse otra fiesta surrealista.

Querido André Breton: Dalí, al que llamaste Avida Dollars (anagrama que inventó con las letras de su nombre para criticar su comercialización), también es el rey del Pompidou. Sus dos retrospectivas en París, la de 1979 (con 840.662 visitantes) y la de 2012 (790.090 visitantes), han sido las más vistas en la historia del museo. Por encima de Matisse o Kandinsky. Lo mismo sucedió en Madrid. El Reina Sofía no ha vuelto a ver colas iguales a las de 2013, cuando la antológica de Dalí atrajo a 732.339 personas.

Querido Pablo Picasso: eres un genio, Dalí también.

Por cierto, en el ranking que estableció el propio Dalí (una compleja Tabla comparativa de valores a partir del análisis daliniano elaborado durante 10 años), los mejores pintores de la historia son: Vermeer, Rafael, Velázquez, Leonardo y... Dalí (autocolocándose muy por delante de Picasso, pero con la modestia de estar por detrás de Da Vinci).

«Lejos de disminuir, con los años el interés por Dalí no ha dejado de aumentar. Sobre todo entre el público joven y especialmente en Asia. En Japón, China y Corea causa gran admiración, un auténtico furor. Recibimos constantes peticiones de obras y exposiciones, pero seleccionamos con mucho cuidado qué prestamos», reconoce Aguer.

Visitantes en la Fundación Dalí de Figueres.
Visitantes en la Fundación Dalí de Figueres.

Cómo no, Dalí también rompe los récords de los museos españoles: es el único con un superávit de 7,3 millones de euros, y eso que venía de unas pérdidas de más de tres millones durante el pandémico 2020. También es el preferido de los extranjeros, con un 67% de público internacional, por encima del Prado (49,7%) y del Guggenheim de Bilbao (60%). Aunque se debe sobre todo a nuestros vecinos franceses, que suponen el 27% del público, rozando el 33% nacional (del cual el 22% viene de Cataluña).

«Somos una entidad cultural privada que tiene la misión de promocionar, fomentar, divulgar, proteger y defender la obra artística y los derechos del artista. Todos los excedentes se reinvierten en cultura y en que el museo siga creciendo», reivindica Fèlix Roca, director general de la Fundación, que gestiona el patrimonio daliniano, legado por el artista al Estado español en su testamento de 1989. «Se da la particularidad de que prácticamente tres cuartas partes del museo no pueden ser intervenidas porque las diseñó Dalí. Necesitamos más espacio para mejorar la experiencia del visitante, mostrar obras de reserva, crear nuevos espacios educativos...».

La Fundación ha adquirido este año un edificio continuo en el que proyecta expandirse y con el que ganará más de mil metros cuadrados. Además del Centro de Estudios Dalinianos, que lidera las investigaciones sobre el pintor y autentifica sus obras (en 2023 realizó 35 análisis de piezas, de las cuales 18 se consideraron auténticas), la Fundación gestiona las licencias y registros de marcas relacionadas con Dalí, desde la portada de un libro hasta una colección de Paco Rabanne inspirada en cuadros del artista. «Nos llegan peticiones de todo el mundo y de todo tipo, hasta de restaurantes o bares de copas 'Dalí'. Al ser los garantes del nombre e imagen de artista tenemos que ser muy cuidadosos y racionales», apunta Roca.

Desde los servicios jurídicos de la Fundación se trabaja con abogados de todos los países para perseguir los usos fraudulentos relacionados con Dalí, como uno de los últimos litigios ganados en México contra la marca Dalí Ink, un centro de tatuajes. Otro campo en el que Dalí vuelve a ser una estrella es en el de las experiencias inmersivas, que han atraído a más de 2,5 millones de visitantes en sus giras internacionales (en España, han destacado Dalí Cibernético en Barcelona y Desafío Dalí en Madrid). «Dalí era un pionero. En los años 70 ya hizo hologramas con el Nobel de Física Dennis Gabor. Le habrían fascinado las posibilidades de la inteligencia artificial, de las redes y las tecnologías digitales... En cierto modo, Dalí fue el primer director de márketing, de su propia campaña», apunta Roca.

Portlligat, su paisaje esencial

Dalí es un triángulo. Y para entenderle en toda su dimensión hay que ir a donde todo empezó, a Portlligat, una pequeña bahía en el Cap de Creus, el punto más al este de la España peninsular, al que se llega tras conducir un buen rato entre pronunciadas curvas.

Dalí solía presumir de ser el primero español que veía el sol por las mañanas, incluso sin levantarse de la cama. En su habitación situó estratégicamente un espejo con vistas a la ventana para contemplar el amanecer.

Su casa blanca, una delirante villa mediterránea construida a base de ir incorporando diferentes barracas de pescadores, permanece prácticamente como Dalí la dejó, con su biblioteca y taller intactos, incluido el truco del espejo en la habitación.

Un guía en la sala de la Cúpula explica la versión daliniana de la Venus de Milo.
Un guía en la sala de la Cúpula explica la versión daliniana de la Venus de Milo.

Portlligat ni siquiera es un pueblo, solo una playa en el Mediterráneo, apenas hay cuatro casas y un discreto hotel. Las visitas a la casa de Salvador Dalí se limitan a grupos de ocho personas que entran cada 10 minutos. En 2023, recibió 161.176 visitantes, prácticamente su límite.

«Muchos extranjeros se sorprenden al llegar aquí: '¡Oh, el paisaje que Dalí pinta es real! No es imaginario...'», comenta Aguer. Sí, las rocas retorcidas (en realidad, esculpidas por el viento salvaje del Cap de Creus), los desiertos como de sueño, las playas desnudas... «Dalí es este paisaje y se retroalimentan. El paisaje le ayudó a configurar un determinado imaginario y él plasmó ese imaginario en el paisaje. Incluso llegó a afirmar: 'El Cap de Creus soy yo'», añade Aguer. Como el surrealismo. Dalí lo es todo.

Pero cuando Gala llegó a Porlligat, el joven Salvador aún no era Dalí: solo un apuesto y tímido pintor de 25 años, con la piel muy bronceada. Gala tenía 35 años y estaba cómodamente casada con el poeta Paul Éluard, con quien tenía una hija. Vivía en una burguesa residencia en pleno París, con todos los lujos. Pero lo abandonó todo para marcharse con aquel joven español y vivir en una barraca de 20 metros cuadrados sin electricidad ni agua corriente.

Púbol, un castillo para Gala

Es el tercer vértice del triángulo, el más secreto e íntimo: la morada de Gala. Aquí solo llegan los connaisseurs, los buscadores, los enamorados.

-Te regalo un castillo gótico, Gala.

-Acepto con una condición: que sólo vengas a visitarme al castillo con invitación.

- Acepto, ya que acepto en principio todo a condición de que haya condiciones. Es el principio mismo del amor cortés.

Dalí reprodujo la conversación de su puño y letra en Le château de Gala, La Gala du château (1969), tras comprar para su madona un castillo en ruinas perdido en el Empordà. Púbol es un pueblecito de piedra que no llega a 140 habitantes, con un coqueto hotel rural (Las moradas del Unicornio), un par de restaurantes y un par de bares. Sólo se llega en coche. Y en 2023 recibió 65.226 visitantes, excepto en los meses de enero y febrero, que permanece cerrado: demasiado frío, demasiado lejos, demasiado oscuro.

En Púbol, Dalí es un personaje secundario: sólo habla de Gala, que siempre fue el eterno enigma. Aquí yace enterrada en una cripta diseñada por el propio Dalí: una tumba doble, con una apertura en medio para que ambos pudieran cogerse de la mano para la eternidad. Al descender por las escaleras, se nota un aire frío (los cimientos son del siglo XI, pero en el pueblo corren todo tipo de leyendas esotéricas sobre el espíritu de Gala).

Tras la muerte de Gala en 1982, Dalí se trasladó al castillo, de donde apenas salía. Pero una madrugada de 1984 se produjo un incendio por un cortocircuito que provocó quemaduras leves en el pintor, de 80 años. Fue entonces cuando decidió vivir en Figueres, en la Torre Galatea. A pesar de la cripta conjunta que él mismo diseñó, en sus últimos años Dalí manifestó la voluntad de ser enterrado en Figueres aunque no la dejó por escrito. Una controversia más en la biografía daliniana, a la que se suma la exhumación de su cadáver en 2017 por una orden judicial que daba respuesta a la demanda de una mujer (una vidente y pitonisa local, Pilar Abel) que decía ser su hija. Los resultados de ADN fueron contundentes: no había ningún tipo de parentesco.

¿Recuerdan la losa de piedra del museo? Pesa más de una tonelada y una grúa tuvo que levantarla para que la comitiva forense extrajera muestras del pintor. Ante la expectación mediática y la posibilidad -muy real- de que un dron grabara imágenes del cuerpo a través de la cúpula de cristal, la Fundación montó una carpa para proteger la intimidad del sepulcro. Todo ocurrió de madrugada y aunque pareció un gran acto surrealista fue una instrucción judicial.

Ya lo decía Dalí: «Si muero, no moriré del todo».