La Universidad Ceu San Pablo de Madrid organizó hace un par de semanas, dirigido por el escritor Enrique García-Máiquez, un homenaje a Chesterton con ocasión del 150 aniversario de su nacimiento. La conferencia inaugural estuvo a cargo de Fernando Savater. Savater es, con Borges y Cabrera Infante, el chestertoniano más brillante en lengua española. Mantuvo durante media hora encandilado al auditorio, de destello en destello. Incluso cuando alguien del público le preguntó si podía leerse a Chesterton obviando su condición de católico, como había hecho él, Savater bien pudo responder aquello del "jovencito Hanbury": "Ojo, que la conversación puede correr el riesgo de ponerse demasiado religiosa para ser respetable". No hizo falta. El humor, sostenía Chesterton, empieza por uno mismo, y para leer literatura no hace falta meterse en hondas teologías.
Chesterton, tras vernes, stevensons y salgaris, fue su primer autor "literario", cuando aún era un niño, recordó nuestro querido filósofo, quien se declaró "hijo del padre Brown". Aquel cura católico ha sido padre también de muchos. Nada asombra más a un niño que las paradojas, que tanto tienen de gimnásticas. Las paradojas son al lenguaje lo que los juegos de magia a la realidad. Si son buenas, nunca se les descubre el truco. Porque no tienen truco. Como tampoco lo tiene la ficción verdadera. Al fin y al cabo en la realidad nada suele ser lo que parece, y si "la literatura es un lujo, la ficción es una necesidad", como también decía Chesterton en frase que Savater gusta recordar.
¿Y el adulto qué encuentra en Chesterton? De entrada un escritor inteligente, divertido y simpático que considera mayores de edad a sus lectores: "He tenido siempre la debilidad de discutir con cualquiera". Lo que no quiere decir, ni mucho menos, que les dé la razón. Al contrario, suele discutir para quitársela (¿no fue una manera de retar a toda la anglicana Inglaterra convertirse al catolicismo? Y de haber vivido en Roma se habría hecho protestante, no cabe duda). Dijo también: "Nunca he tomado en serio mis libros; pero tomo muy en serio mis opiniones".
Las de Chesterton son siempre originales y con frecuencia valientes y deslumbrantes. Hoy habría disfrutado, a la contra, con tanta corrección política. El hecho de escribir a diario en los periódicos le exigía tenerlas sobre un sinfín de materias sin dejar de estar muy bien informado (despachó la Revolución de Octubre de 1934 en España con una brillantez insólita: "Los socialistas españoles para cortarle el paso al fascismo han dado un punch clavado del de Mussolini", vino a decir).
"En la realidad nada suele ser lo que parece, y si 'la literatura es un lujo, la ficción es una necesidad', como decía Chesterton, en frase que Savater gusta recordar"
Buscaba en primer término la parte oculta de los lugares comunes para darles la vuelta (que esto es también la paradoja), y avanza en sus relatos, ensayos y biografías con movimientos quebrados, muy parecidos a los de los caballos del ajedrez, de modo que el lector raramente prevé por dónde le saldrá el autor.
Y feliz. Él y su literatura. En su Autobiografía lamentaba "no tener un padre sombrío y salvaje" ni una familia desgraciada que explicara su tortuosa condición de artista moderno (detestaba, claro, las derivas nihilistas de la modernidad). Al contrario, celebraba vivir en una infancia perpetua: "Lo maravilloso de la infancia es que cualquier cosa en ella es una maravilla. No es solo un mundo lleno de milagros; es un mundo milagroso".
Ha vuelto uno a leer estos días El retorno de don Quijote. Fue Chesterton acaso el último grande de la estirpe quijotesca. Lo prueban su descomunal combate contra "el progreso" capitalista y su empeño por reencantar el mundo, frente a quienes querían hacerle creer «que la forma de vender puede ser un arte» (lo que, según él, llevaría al absurdo a tantos artistas que ponen todo su arte en la forma de vender). Más o menos el estadio de mercantilismo y estupidez que conocemos hoy.
¿Venció al menos en algunos de esos combates? 88 años después (lo que lleva muerto) es difícil saberlo. Harán falta acaso otros 88. Claro que tampoco importa mucho, si es verdad lo que dijo: "El héroe es quien se arriesga y se ríe cuando pierde". Porque se le olvidaba a uno señalar que el humor de Chesterton, como el de Cervantes, es muy de verdad y va por dentro. Quiero decir que es invencible, como su risa cuando va por fuera.