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El cine de cuando Franco (segundos planos)

¿Censura? Desde luego. Pero el cine español contaba con ella, y pocas películas posteriores a 1975 pueden compararse a las que estrenaron bajo el franquismo Berlanga, Bardem, Patino, Saura, Borau, Erice…

El cine de cuando Franco (segundos planos)
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'La primera mirada. Historia de una escuela de cine' es una película dirigida y escrita por Luis E. Parés. No se la pierdan. Ya estaba en Rtve, y acaban de colgarla en Filmin.

Va de los cortos que hicieron los alumnos en prácticas del Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, de 1947 a 1962, año en que la cosa pasó a llamarse Escuela Oficial de Cine. O sea, esto va del cine cuando Franco. "Imágenes nunca vistas, algunas impagables", nos anuncia el amigo que nos la ha recomendado. Muy cierto: fragmentos de esas primeras películas olvidadas de Berlanga, Bardem, Saura, Borau, Erice, Patino y otros menos conocidos: un Joaquín Jordá, que adaptó Lolita, de Nabokov, por ejemplo (claro que el mayor y único mérito de este parece que fue solo adelantarse a Kubrick dos o tres años).

Nos llegan con esa poderosa carga poética que solo tiene el blanco y negro. Dice Parés: el franquismo permitió a esos alumnos rodar sin restricciones. Hombre no, todos llevaban la censura incorporada en su cerebro. En todo caso aprovecharon los resquicios: comparecen intactos los arrabales de Madrid, los mendigos, los niños ambulantes, la miseria, las calles de los barrios viejos, el Viaducto de los suicidas, los viejos tranvías y esa manera de andar, vestirse y mirar a cámara de gentes que apenas reconocemos ya, pero que observamos con indecible emoción: somos nosotros antes de ser nosotros.

No queda claro, sin embargo, si Parés ha seleccionado únicamente los pasajes sombríos, lúgubres y siniestros de esos ejercicios, o aquellos jóvenes solo rodaron lo sombrío, lúgubre y siniestro. Al fin y al cabo abundan mucho en ese mundo del cine los que quieren ser en la pantalla Humphrey Bogart y llevar en la vida real la de Lauren Bacall en Malibú.

"Solo he reconocido de esta película lo que está detrás: las imágenes en segundo plano, lo que se entrevé de aquella España, muda y enmudecida"

Madrid nunca fue un millón de cadáveres, lo dijera Dámaso Alonso o lo afirme ahora Parés. Quinientos mil, como pocos, estaban encantados de haber ganado la guerra y junto a la mitad de los que la habían perdido celebraban la vida como podían en kermeses de barrio o en Pasapoga de Gran Vía, en la plaza de Las Ventas o en el Metropolitano, en Embassy o en Casa Pepe, vistiendo de Balenciaga o con remiendos, en los cines o en los carnavales, como contó Neville (a quien no se cita ¡ni una sola vez! en la película). Sí, en cambio, asegura Parés que Lorca estaba prohibido (también una verdad a medias: sus obras completas se editaron aquí en 1954 con prólogo de Guillén, un exiliado, y epílogo de Aleixandre) o que "el país se modernizaba, y para celebrarlo se inauguraba el Valle de los Caídos" (una medio mentira y un sarcasmo barato).

¿Censura? Desde luego. Pero el cine español contaba con ella, y pocas películas posteriores a 1975 pueden compararse a las que hicieron y estrenaron bajo el franquismo Berlanga, Bardem, Patino, Saura, Borau, Erice… Incluso quienes cruzaron las líneas, como Buñuel u Orson Welles para trabajar en España. Lo cuenta en sus Diarios Cansinos, el gran testigo de aquellos años: "¡Esta es en verdad la tragedia de estos vencedores! Están un poco menos mal que los vencidos".

A mediados del siglo XX unos antropólogos contactaron con una tribu de la Amazonia. Les reunieron en un claro de la selva y les pasaron una película de Nueva York (rascacielos, avenidas, multitudes). Cuando les preguntaron, respondieron sin titubeos: lo mejor, la gallina. Los antropólogos hubieron de visionarla por segunda vez (no tenían la menor idea de a qué podían referirse), y al llegar al anuncio publicitario de un caldo de gallina que aparecía fugaz en una panorámica, la tribu saltó unánime: "¡Ahí, ahí!".

Le ha pasado a uno algo parecido ahora. Solo he reconocido de esta película lo que está detrás, las imágenes impagables a las que se refería nuestro amigo (Jonás Trueba): todas en segundo plano, lo que se entrevé de aquella España, muda y enmudecida a veces. Y acaso por ello sería aconsejable ver esta película quitándole el sonido (la música de fondo que le ha puesto es además bastante deprimente), a la espera de que ese u otro director haga la media película que le falta a esta y complete la historia con un relato solo un poco más veraz. Pero vale la pena verla.