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Secundino Hernández, el artista superventas español: "No gozo con la pintura; si puedo hacer otra cosa, la hago"

Tras su gran éxito internacional, al artista le llega el reconocimiento institucional en nuestro país con dos grandes exposiciones en la Sala Alcalá 31 y el MUSAC de León

Secundino Hernández en su estudio de Coslada.
Secundino Hernández en su estudio de Coslada.
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El estudio de Secundino Hernández parece más un hangar que un estudio de pintor al uso. El núcleo de este impresionante espacio fue el taller mecánico de su padre en el polígono industrial de Coslada, al que le fue añadiendo otros locales adyacentes y superiores según iban quedando libres por jubilación o cese de negocio y según su éxito como artista internacional iba permitiéndoselo. Tiró muros y eliminó techos hasta conectarlos entre sí para crear la espectacular serie de espacios que es ahora su lugar de trabajo. El lugar de donde ya no se mueve. Atrás quedan los años de mudanza y nomadismo.

Secundino Hernández (1975) comenzó a pintar hace unos treinta años, tras estudiar Bellas Artes en Madrid, Brera y Milán. Entre 2007 y 2017 residió en Berlín, pero ha pasado largas temporadas en otras ciudades europeas. Su carrera, sin embargo, despegó en su ciudad natal, cuando en ARCO 2013 los grandes coleccionistas norteamericanos Don y Mera Rubell se fijaron en el joven pintor y compraron varias de sus obras. En la edición de ese mismo año de la todopoderosa feria Art Basel, adquirieron más aún. Esto hizo saltar la liebre del mercado y puso el foco en su trabajo a nivel internacional. Desde entonces no ha dejado de crecer en el extranjero. Dos de las principales galerías europeas, Victoria Miró en Londres y Krinzinger en Viena, además del espacio madrileño que le acompaña desde casi el principio, Ehrhardt-Flórez, se encargan de gestionar la continua demanda de su obra, que crea desde su atelier en Coslada.

Extraña lo impoluto y ordenado de su inmenso estudio. «No soy un pintor de taller con la cara salpicada de pintura, ni siquiera me cambio de ropa cuando vengo», confiesa con humor en un espacio que es comedor y cocina, separado por una gran mampara de cristal de una serie de lienzos cubiertos por telas blancas. Su obra, de gran dinamismo y casi siempre abstracta, podría sugerir la imagen de un artista gestual, heredero de la tradición expresionista del siglo XX, pero nada más lejos de la realidad. «Quizás siempre he dado la imagen de que me encanta pintar, pero en realidad soy más velazqueño. Me encanta estar aquí, mi estabilidad emocional y personal vienen de aquí. Vengo y me curo pintando un par de pinceladas, a veces de forma más automática, otras más concentrado... Pero no gozo con la pintura. Si puedo hacer otra cosa, la hago», asegura, aunque no pare de trabajar.

En la planta baja del taller se encuentran las maquetas de dos importantes exposiciones que marcarán este 2025 para el pintor y que suponen su reconocimiento institucional en nuestro país: la de la sala Alcalá 31 en Madrid, que se inaugura el próximo 19 de febrero, y la del MUSAC de León, prevista en verano.

Para la primera, las abstracciones se disponen en un recorrido cerrado con una arquitectura expositiva diseñada por María Fraile que ha logrado reinventar un espacio de exhibición que siempre resulta complejo: el antiguo Banco Mercantil e Industrial construido por el arquitecto Antonio Palacios en 1945. La muestra reunirá algunas de las series más representativas de Hernández sin seguir un orden cronológico, permitiendo que el espectador experimente su evolución de manera intuitiva.

'Sin título', 2010. Colección particular.
'Sin título', 2010. Colección particular.ESTUDIO SECUNDINO HERNÁNDEZ. VEGAP

Las diferentes familias que ha ido desarrollando a lo largo de su trayectoria pictórica se diferencian en ocasiones de forma dramática. Pueden incluso llegar a parecer contradictorias. Los lienzos ligeros con gestos coloristas de gran optimismo de su inicio se mezclan con otros cubiertos por masas informes de pintura casi grotescos, los telas agredidas con violencia rescatando formas inverosímiles, los cuadros reconstruidos a partir de camisetas usadas para limpiar otras obras. El diálogo entre Secundino y la pintura no cesa y quizás esta sea la constante que puede establecerse entre unas series y otras. Su capacidad de reinvención.

«No entiendo muchas veces lo que hago, simplemente lo hago y luego reflexiono, analizo y decido si continúo o no», explica el artista. «Lo que no suelo hacer es recrearme cuando ya he conseguido ese hallazgo. Hacer una especie de pintura-fórmula no me interesa para nada porque está muy lejos de mi relación con el arte. Hay artistas que sentimos ese impulso y otros que a lo mejor necesitan un cierto confort, sentirse a gusto con una idea. Es legítimo, pero a mí no me sirve».

Muchas de las piezas que se mostrarán a partir de la próxima semana en Madrid provienen de colecciones particulares dispersas en Finlandia, Alemania o Inglaterra. La obra más especial y que abre la exposición es propiedad de un amigo suyo. «Es un papelito chiquitito, una servilleta de bar de esas que tienen un marco azul. El comisario insistió mucho en incluirla. Hay unas líneas mías trazadas y reúne muchas cosas que están en mi trabajo posterior, desde la manchas planas de las serigrafías hasta las diagonales de otros cuadros. Hay muchas cosas que ya están ahí».

Según el comisario de la muestra, Joaquín García Martín, esas preocupaciones o líneas de investigación dan continuidad a la trayectoria de Hernández : «Son la importancia del dibujo, la superficie del cuadro, la forma o composición y la figura, que es su única constante dentro de la figuración y que abarca también el retrato y el desnudo femenino».

Otra constante es el tamaño de sus lienzos, que a menudo es mayúsculo, aunque también hay obras de reducidas dimensiones, como la suite que realizó durante una residencia en Venecia y que podrá verse en la planta superior de Alcalá 31. Aquí, las obras de voluntad figurativa evidencian su preocupación por explorar los diferentes lenguajes pictóricos, tanto formales como conceptuales. Por ejemplo, en las grandes serigrafías que presentó el año pasado por primera vez: una serie de tremenda ambición formal por la dificultad técnica que exigía su realización y lo delicado del resultado. En todos los casos, Secundino huye de los discursos rebuscados o excesivamente intelectuales. Su pintura busca el impacto visual, emancipar más allá de la palabra la relación que el espectador establece con su obra.

«Hay artistas que se explican muy bien y luego su trabajo es un poco...», amaga Hernández, sin dejar caer el adjetivo que despunta en sus labios. «Y hay trabajos que son maravillosos y a lo mejor al artista le cuesta muchísimo expresarse».

Para ilustrar su tesis, pone como ejemplo a dos artistas radicales, de los que suelen despertar discursos muy sesudos: «Vito Acconci o Paul McCarthy son visuales. Luego, es verdad que su poética, su discurso, a lo mejor es muy potente, pero en otros casos es mejor ni conocer el discurso. O sea, que es respetable todo, pero que llega un momento que... Estamos saturados de discurso».

¿Y de qué podemos hablar? «Lo que nos gusta a los pintores es hablar de la técnica», replica. «A mí me interesa mucho el momento en el que la pintura figurativa termina como narración y comienza otra narración, que es la de la pintura abstracta. Creo que mi pintura se mueve en ese espacio de bisagra, entre algo representacional pero que luego también tiene una lectura formal muy abierta porque se basa en unos elementos primarios. En la construcción del cuadro, la línea, el plano, el color, cuestiones muy primarias que son las que hay que reformular y revisitar. Creo que lo primigenio, lo básico, ha dejado de tener una razón de ser. Estamos viviendo una época que ya no es ni barroca, sino rococoquísima, llena de información y de estímulos. La pintura debe ayudarnos a replantear en qué lugar estamos todos».