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"Lo que puedo contar no interesa y lo que interesa no lo puedo contar". Así respondía Sabino Fernández Campo, conde de Latores, de cuyo fallecimiento se cumplen 15 años este 26 de octubre, cuando le preguntaban si pensaba publicar sus memorias, que habrían sido, sin duda, un best seller, sumando muchos ceros a su escueto patrimonio. Pero ni el dinero ni el famoseo eran prioridad para este general de valores inalterables, monárquico hasta la médula y partidario del cambio democrático en España por convicción a quien, dicen, cabía el Estado dentro de su cabeza.
Secretario y después jefe de la Casa de Su Majestad entre 1977 y 1993, fue una de las figuras más destacadas de la Transición, especialmente en el 23F, donde mano a mano con Don Juan Carlos desmontó el golpe. "Ni está ni se le espera en Zarzuela", fue su famosa respuesta al general Juste, jefe de la División Acorazada Brunete, cuando le preguntó sobre Armada, que afirmaba actuar en nombre del Rey.
Nacido en Oviedo en 2018, era hijo único de un próspero comerciante. Tras licenciarse en Derecho optó por la carrera militar en el cuerpo general de intervención, especializándose en economía de guerra en Estados Unidos. Combatió en la contienda civil por el bando nacional, fue secretario de seis ministros del Ejército, desempeñó destacados puestos en el Gobierno de Arias Navarro y en 1977 sustituyó a Armada como secretario de la Casa del Rey, ascendiendo a su jefatura en 1990. Casado con Elena Fernández Vega, de la que se separó en 1974, contrajo segundo matrimonio con la periodista María Teresa Álvarez.
Padre de diez hijos, vio morir a cuatro de ellos, tragedia que le marcó profundamente. Como le marcó su destitución, que tuvo lugar en enero de 1993 durante un almuerzo en Horcher con los Reyes, cuando el Emérito dijo: "¿Sabes, Sofi? Se nos va Sabino". Pese a que había pedido reiteradamente al Rey dejar su puesto, le pilló de sopetón y lo atribuyó a las intrigas de Mario Conde, entonces muy cercano a Don Juan Carlos. "Conde es el diablo", aseguraba en privado. "Nunca me metí con él, pero parece que él sí se ha metido conmigo", decía.
Era dueño de una fina ironía y un humor cáustico que dosificaba cuando rememoraba anécdotas en Zarzuela. Como el día en que la traviesa Infanta Elena se escapó con un kart por los jardines del palacio y "su larga melena se le enredó en las ruedas" cual Isadora Duncan, dándoles un susto de muerte. O cuando la Reina Sofía, alertada del posible secuestro de la Infanta Cristina por ETA en la Facultad de Políticas donde estudiaba, reducto de extrema izquierda, exclamó: "Pero tiene escoltas y si no sus compañeros la defenderán". O los extraños periplos de Doña Sofía por La India junto a su hermana Irene "en trenes repletos de parias y vacas". O la operación de Don Juan Carlos en los años 80 para extirparle un tumor de preocupante pronóstico en las vías urinarias, que se solapó como una fisura de pelvis esquiando.
Por contra, era un muro sobre cuestiones espinosas de Estado, léase la identidad del elefante blanco del 23F, o las que afectaban a entresijos del reinado del monarca .
Tenía una fluida relación off the record con los periodistas y era maestro en llevarles a su territorio: les daba migajas de información o simplemente insinuaciones y sugerencias, provocando que actuasen como le interesaba. Era su astuta manera de lograr su objetivo: blindar a la Corona y proteger al Rey.
Durante una década, desayunamos con cierta periodicidad en el Club Financiero, ubicado en el Centro Colón, donde residía, no sin advertirme: "Si veo publicada una sola línea de lo que te cuento, terminará nuestra amistad". Jamás lo hice, exceptuando cuando me concedió una amplia entrevista antes de morir, donde valoraba a cada uno de los miembros de la Familia Real.
Sobre el rey
Su opinión sobre Don Juan Carlos como monarca, pese a las fricciones del día a día y al amargo sabor que le dejó su despido, era muy positiva. Ponía en gran valor su autoridad como mediador en la política española y sus fluidas relaciones con numerosos jefes de Estado, que situaron a España en primer plano internacional. "El poder moderador que le otorga la Constitución, de la que mantiene estricta observancia, es un tanto gaseoso y muy difícil, se ejercita en conversaciones privadas y cambios de impresiones muy delicados, algo que el Rey domina".
También su gran instinto político: "Capta todo a la primera y tiene enorme predisposición para conocer la realidad, algo que yo llamo inteligencia práctica. Eso le permite intuir a las personas y llevarlas a su terreno". Humanamente le definía como "la simpatía, la naturalidad y la sencillez en persona. Su gran familiaridad de trato no excluye el respeto, algo nada fácil, uno puede ser engolado e imponer respeto a base de distancia o caer en excesiva llaneza, pero el Rey lo hace muy bien".
Esa personalidad sincera y quizá excesivamente confiada también inquietaba a Sabino: "Su sinceridad gusta, pero a veces es peligrosa". Lo que le quitaba el sueño, según reconocía en privado, eran ciertas compañías, como las de Mario Conde, De la Rosa, Tchokotua, o Manolo Prado entre otros, y seguramente las femeninas que, por respeto, jamás me citó.
Era su mayor motivo de fricción y seguramente condujo al despido del general que, 20 años mayor que Don Juan Carlos, ejercía con él de pepito grillo. No se cortaba de decirle verdades a tumba abierta y hasta ocasionalmente aplicar algún correctivo para que entrara en razón. Por ejemplo, en el año 92 Felipe González reveló a los periodistas que el monarca había retrasado firmar el nombramiento de Javier Solana en Exteriores porque "estaba fuera de España", desatando gran polémica. Circuló el rumor de que estaba en Suiza porque su íntima Marta Gayá, allí residente, tenía un problema de salud, confidencia que el círculo del monarca atribuyó a Fernández Campo.
En cuanto al resto de la Familia Real, tenía especial consideración por Doña Sofía y el Príncipe Felipe. De la Reina decía que era "una mujer excepcional, siempre preocupada por los problemas de España y su familia", destacando su espíritu solidario: "Sería capaz de llevar en persona bocadillos a Etiopía". Aunque era un secreto a voces que los monarcas hacían vidas separadas, Sabino sostenía que seguía "totalmente enamorada" del Rey. "No solo como Juanito, también como monarca. Está fascinada por él". Su mayor ilusión, contaba, hubiese sido que le dijera: "Arréglate, Sofi" y la llevara a cenar como novios. Curiosamente, pese a su complicado matrimonio, parece que tenían momentos de afecto. "En alguna ocasión les vi pasear de la mano por los jardines de Zarzuela".
La ruptura con Eva Sannum
En Don Felipe destacaba su extraordinaria formación, de la que se enorgullecía. Participó en el diseño de su plan de estudios y le veía "totalmente persuadido de su misión". También resaltaba su gran sentido del deber, similar al de su madre. Según el general, lo demostró en su ruptura con Eva Sannum, la modelo noruega con la que salió cuatro años. "Hizo un enorme sacrificio al dejarla, estaba entusiasmado, pero renunció a ella porque conocía la responsabilidad que tenía con España, algo que desgraciadamente no se consideró oportuno dar a conocer".
De la Infanta Elena, cuyo divorcio desaprobaba por estar en la línea de sucesión inmediata, opinaba: "Es muy campechana, como su padre, pero con bastante carácter", aunque señalaba que tras sus explosiones de genio pedía perdón. La Infanta Cristina era, a su juicio, la más independiente. "Vive su vida y parece feliz", aunque le reprochaba hacer prevalecer su interés personal sobre su familia y la Corona, como se demostraría con Urdangarin y el escándalo Noós.
El tiempo pone todo en su sitio y probablemente el Rey Juan Carlos fue consciente de la gran labor que realizó el mas célebre Jefe de su Casa, al que nombró consejero privado. En 2008, un año antes de fallecer Fernández Campo, el Monarca aplazó un día sus vacaciones de Pascua en Mallorca para asistir a la fiesta de su 90 cumpleaños en el Club Financiero.