Su legión de adoradores le han catapultado hasta las más altas cimas de la egolatría. Ha llegado incluso a ser el epicentro de un documental de Netflix sobre su peculiar asalto a la inmortalidad o, en su defecto, el intento de revertir el paso del tiempo. Pero ahora Bryan Johnson, el hombre que se niega a envejecer y que presume de ser el gurú de la longevidad en Silicon Valley, se está enfrentando a una cascada de acusaciones por sus prácticas laborales para silenciar a una parte de la plantilla de su startup, Blueprint, y por la ineficacia de los productos que clama que hacen viable la quimera de vivir eternamente.
Johnson, un ex misionero mormón de 47 años que ni fuma, ni bebe, y que se inyecta el pene para tener las erecciones de un joven de 18 años, ha acumulado cuatro millones de seguidores en redes sociales en los cinco años que lleva detrás de Blueprint para alienar a las masas con su particular doctrina de vida. El documental de Netflix, estrenado en enero, fue la catapulta idónea para exponer al mundo el ritual diario con el que pretende convencer al mundo de que morirse es un concepto anacrónico.
En Don't Die: The Man Who Wants to Live Forever, Johnson explica cómo se levanta temprano para someterse a terapias del oído y estimular su sistema nervioso, dejarse bañar por un tipo de luz determinado, ponerse una gorra para el crecimiento del pelo y meterse para el cuerpo medio centenar de pastillas en una suerte de batido -el "gigante verde", lo llama- para comenzar con vigor la jornada. No en vano dice ser el "ser humano más saludable del planeta" y vende su método de pastillas, combinado con un equipo para hacerse pruebas de sangre, como el sistema infalible para revertir los efectos de la edad.
"Al seguir con Blueprint, uno de los objetivos clave es lograr la edad biológica más baja posible", explica, indicando que sus protocolos, "los mejores del mundo basados en la evidencia de la dieta, ejercicio, sueño, cuidado de la piel y más", habían logrado revertir su edad biológica en 5,1 años. El problema es que Johnson hacía firmar documentos de confidencialidad a todos sus empleados, ex amantes e incluso a autónomos a cambio de seguir empleados con la compañía y otra clase de paquetes de compensación.
De acuerdo a una investigación del diario The New York Times, al menos tres ex empleados de Johnson, incluyendo a una antigua prometida con la que trabajó, han presentado quejas ante la Junta Nacional de Relaciones Laborales, un organismo federal, por esos acuerdos de confidencialidad. Le acusan de violar las leyes federales en el trabajo.
Con los meses, la presión sobre esos acuerdos de confidencialidad ha ido creciendo a medida que crecían las dudas sobre la eficacia de los productos y la necesidad de poner en conocimiento del público algunos de esos problemas internos, incluyendo las dificultades financieras por las que presuntamente está pasando la compañía.
El mismo médico que le estaba ayudando a lograr sus metas de longevidad, Oliver Zolman, salió de Blueprint por la puerta de atrás tras expresar dudas sobre la efectividad de las pastillas de Johnson. Matt Bruenig, abogado de los ex empleados que están denunciando al empresario de Provo, Utah, explica al Times que el objetivo del magnate era establecer una cultura de silencio en su entorno para proteger sus dudosos planteamientos.
Johnson, que ha llevado la máxima de que los 50 son los nuevos 40 al siguiente nivel, encaja como un guante en esa generación de ególatras con un talento innato para generar miles de millones de dólares y urgidos de atención en su intento de cambiar el mundo, como Elon Musk, metido de lleno en política gracias a su descomunal músculo financiero, o Peter Thiel, fundador de Palantir y con contratos multimillonarios con el actual gobierno de Estados Unidos.
En el caso de Johnson, los millones los hizo con Braintree, la empresa de pagos electrónicos que fundó en 2007 y que vendió a PayPal en 2013 por 800 millones de dólares. El giro radical de guion vino después, obsesionado con la vida eterna y publicitando la que ahora es su nueva religión: Don't Die (No te mueras).
Johnson se divorció de su mujer, con la que tiene tres hijos, dejó la iglesia mormona y empezó a contratar a prostitutas y a consumir drogas psicodélicas, en las que aún cree pese a su dieta actual, rígida como el servicio militar. Es vegano, jamás se emborracha, no asiste a fiestas y no consume dulces. Tampoco quiere una pareja sentimental por no poder dedicarle el tiempo necesario. Está en una misión para no morir jamás y eso absorbe todo su tiempo.
También le obsesiona su imagen pública y su reputación, llegando a preguntarse por qué nunca ha logrado tener la visibilidad de Musk, con quien tuvo la oportunidad de formar Neuralink antes de montar su propia empresa neurocientífica, Kernel. De ahí el recurso de los acuerdos de confidencialidad, según fuentes citadas por el Times, con la intención de controlar cada aspecto de su vida y proyectarse tal y como se ve: el ser humano más saludable sobre la faz de la Tierra.