A veces uno quiere cenar comida italiana. Otras veces el cuerpo le pide japo. O thai. O comida rápida. O ver famosos. Las guías de restaurantes deberían especificar esto último: si el restaurante es propiedad de algún famoso y si hay opciones de verlo, solo o en compañía de otros, en el local. Los famosos de tercera también cuentan. Según se mire, Íñigo Onieva es de primera o de cuarta. Y según a quien preguntes, su recientemente inaugurado restaurante madrileño es de segunda o de tercera. A Víctor Sándoval, enviado especial de su programa, le pareció de segunda. A algún critico gastronómico, de tercera regional.
Una pena que en su genial vídeo (todos lo son) sobre restaurantes "canallas" montados por niños de papá, los Pantomima Full no llegasen a tiempo para incluir lo del marido de Tamara Falcó. Lo de publicar reseñas de su propio local, por ejemplo. Todo riquísimo. Firmado: uno de los socios del negocio. En su cabeza sonaba espectacular, como dirían los Pantomima.
Si existen las mocatrices deberían existir también los pimarios: pijos, maridos y empresarios. De esas tres cosas, la que ha hecho famoso a Íñigo Onieva es la segunda. Es famoso por estar casado con la hija de una mujer muy famosa. Y ahora también por demostrarnos una vez más lo poco que hay que fiarse de las reseñas de los restaurantes en Internet. Tamara Falcó no es precisamente Einstein, pero tiene el conocimiento suficiente como para no pringarse demasiado en los negocios de su famoso consorte. Ella, cocinera con formación oficial, bien podría ser el reclamo profesional del comedor de Íñigo. "Comerán mal y caro, pero con suerte verán a Tamara", es una reseña de la que yo me fiaría. Parece sincera, al menos.