- ARTE Sorolla, el relato de una vida en 100 objetos: obras de Rodin, una máscara de teatro noh o el cuadro que nunca acabó
- ARTE Cien años desde Sorolla: las dos mil cartas a su esposa Clotilde, el anclaje al Mediterráneo y su fama antes de morir
Siempre consciente del papel que su esposo desempeñaría en la historia del arte, Clotilde García del Castillo, una menuda e inteligente valenciana, hija del protector y primer mecenas de Joaquín Sorolla, el fotógrafo Antonio García Peris, donó al Estado Español, por legado testamentario hace ahora un siglo, la vivienda familiar y buena parte de las colecciones en ella custodiadas que pertenecieron a su esposo, el insigne pintor valenciano. Sin embargo, no fue hasta el 28 de marzo de 1931 y ya fallecida Clotilde, cuando el Estado aceptó el legado. De este modo, la casa Sorolla en Madrid se convirtió, desde su inauguración, acontecida el 11 de junio de 1932 de la mano del presidente de la II República, Manuel Azaña, una herramienta para perpetuar la memoria de un artista infatigable que hizo de la pintura su vida.
El primer solar de la residencia madrileña de Sorolla, ubicada en el actual número 37 del paseo del general Martínez Campos, había sido adquirido por el artista en 1905 hasta que, tras el éxito alcanzado en los Estados Unidos entre 1909 y 1911 gracias a la itinerancia de varias de sus exposiciones por ciudades como Nueva York, Boston, Búfalo, Chicago o Saint Luis, encargó el proyecto de culminación de su residencia ajardinada en el centro de la capital al arquitecto Enrique María de Repullés y Vargas. Su casa fue un proyecto personal que custodió, no solo buen parte de la producción pictórica del valenciano sino también su archivo personal, recuerdos de sus viajes, fotografías y todo tipo de objetos y obras de arte de las que disfrutó en vida.
Clotilde mantuvo viva la memoria y el carácter personalísimo de su esposo entre los muros de su domicilio familiar tras el fallecimiento de Sorolla, ocurrido en Cercedilla el 10 de agosto de 1923. El museo sería, no solo un lugar donde recordar al maestro a través de sus obras, sino una fundación de carácter benéfico-docente cuyo objetivo esencial fuera la enseñanza pública gratuita a través del estudio del arte. Además, se estableció la creación de un patronato dependiente directamente del Ministerio de Instrucción Pública y se le dotó de una cantidad económica para su conservación y para la gestión de las obras de arte que custodiaba.
Por otra parte, Clotilde había dejado claro que su hijo Joaquín podría vivir allí empleando como residencia el piso superior, habilitándose el resto de estancias como museo. Él era el único soltero de los tres que había tenido el matrimonio Sorolla y, al fallecer sin descendencia en 1948, se convirtió, por expreso deseo de la propia Clotilde, en el primer director del museo con carácter vitalicio, cargo en el que sería sustituido por el primero de los nietos de Sorolla y el único que llegó a conocerle, Francisco Pons, (hijo de María Clotilde, primogénita del pintor).
El legado que Clotilde García del Castillo realizó al Estado fue de casi 900 cuadros, documentación, fotografías y más de 1000 objetos de arte entre cerámica, escultura, joyería, mobiliario, textiles y vidrio. Incluso el propio Joaquín Sorolla García, siguiendo la estela de su madre, dejó escrito que, tras su muerte, 56 de sus cuadros pasaran al Estado.
Lo que es claro hoy en día es que, tal y como leyera el escritor y periodista valenciano Federico García Sanchiz durante la inauguración del museo: "Clotilde era la mujer predestinada para Sorolla. Es primero la muchacha que le deslumbra por el rango social, más alto que el suyo; luego la novia que le hace espolear en su trabajo; más tarde, la compañera en los días duros; después de ser ya su nombre famoso, la madre de sus hijos, su modelo, su enfermera, su viuda; y hoy es quien vela sobre su inmortalidad". Siempre fiel a los deseos de su esposo y con el beneplácito indiscutible de sus tres hijos, Clotilde García del Castillo convirtió en museo el hogar familiar con la singularidad inherente de que en él descansara el alma del artista.
Sus paletas y pinceles, sus fotografías y recuerdos se mantienen allí sin artificio gracias a la iniciativa pionera de una mujer que abrió al público, de modo generoso, las estancias y talleres de Sorolla, profetizando que cien años después, su legado aún se mantendría vivo en la memoria colectiva.