MADRID
Las Calles, de Répide a hoy

Pez, historias truculentas, amores prohibidos y los orígenes de la Movida

Un par de turistas pasean delante de la estatua Julia, en Pez.
Un par de turistas pasean delante de la estatua Julia, en Pez.J. C. HIDALGO
Actualizado

Llegó el verano y se toma un asueto nuestro recorrido, de la mano del Cronista de la Villa Pedro de Répide y de sus artículos -luego incluidos en un libro- publicados hace un siglo sobre las calles de Madrid. Y lo hacemos en una callecita del centro, no por azar, sino porque quien esto suscribe se inició en el periodismo a los 20 años colaborando en el vespertino -sí, aún existían esos diarios- Informaciones, junto a la calle del Pez, una calle castiza con una historia riquísima del barrio que entonces aún se llamaba de Maravillas, y que fue durante un decenio una vía fundamental para este cronista, entonces neófito reportero. Así que permitan la nostalgia y vayamos a Pez, con sus palacios, iglesias, tiendas y un pasado... truculento.

Palacios, iglesias, un convento: rica historia, y alguna leyenda, en tiempos de Felipe II y luego de Felipe IV. La calle se llamó del Huerto del Cura hasta el siglo XVIII, supuestamente por la casa con una fuente y seis pozas llenas de peces que allí tenía un sacerdote de familia noble. Un nuevo propietario hizo obras, se fueron secando las fuentes y por fin murió el último pez, para desolación de su hija. El propietario, Juan Coronel -o así lo llama Répide- «hizo labrar en la fachada de la casa que construía un pez de piedra y un letrero en el que se leía: Casa del Pez». Y añadía el cronista que al derribarse la casa a principios del siglo XX y hacerse una nueva, se copió el pez y el letrero, que siguen allí (en el número 20) y hoy dan nombre a toda la vía.

Los episodios truculentos nacen en el siglo XVII y uno es real y documentado: en el nuevo convento benedictino de San Plácido, esquina a San Roque, donde sigue -reconstruido a principios del siglo XX en su mismo estilo barroco- saltó el escándalo de las 26 monjas poseídas por el diablo, según afirmaba su confesor, fray Francisco. El Santo Oficio intervino, mandó al confesor y a las monjas a la cárcel de la Inquisición en Toledo. Al final el único que quedó encerrado de por vida fue el confesor, que hizo eso, confesar que había abusado de las monjas, y éstas tardaron un par de años, pero finalmente fueron exoneradas. El otro episodio puede ser más legendario que verdadero: a casa del patrono de San Plácido, don Jerónimo, iban a menudo sus amigos Felipe IV y el conde-duque de Olivares. Cuando el rey se enteró de que había llegado una monjita hermosísima, el siempre rijoso monarca intentó que le construyeran un pasadizo secreto para llegar a su habitación, cosa que la superiora evitó disfrazando de muerta a la chica. Otra vez intervino el Santo Oficio, pero el poder del rey le permitió salvar el trance.

Aparte de aquellos eventos, la calle se fue enriqueciendo con nobles palacios a lo largo del siglo XIX: el de Bornos -curiosamente reconvertido en casa de pisos, sin cambiar su aspecto, hace 40 años, pese a ser edificio protegido-, el del Duque de Baena y el de los banqueros húngaros Bauer, junto al que está Tras Julia, la estatua de bronce de una jovencita, homenaje a las primeras mujeres que estudiaron en la Universidad Central.

Un bar legendario

Diez años antes de la Movida ya se adelantó en lo contracultural la calle del Pez, con su teatro Alfil y aquel café inimitable que fue el Palentino, de Casto Herrezuelo, hoy desaparecido. Allí solían tomar sus cafés y sus orujos los redactores de Informaciones, incluido su vanguardista crítico musical, Moncho Alpuente, nacido en Pez, que sería también cantante y escritor. Con espectáculos como Castañuela 70 con su Grupo Tábano y ls Madres del Cordero entusiasmó a sus compañeros y al barrio: nacía la Malasaña contestataria.

Activista poco dado a callarse, a Moncho -fallecido prematuramente en 2015- le irritaba mucho lo que veía suceder en su querida calle, como escribió en 1992 en El País: «La calle del Pez es una calle histórica e históricamente maltratada, una calle que fue símbolo de la resistencia de los pequeños y aguerridos comerciantes del centro cuando los grandes almacenes de la Gran Vía y los supermercados amenazaron su subsistencia. A la calle del Pez la han desahuciado muchas veces y la han dado por muerta otras tantas, la calle del Pez ha estado más veces que ninguna otra destripada, con sus entrañas al viento a causa de interminables y misteriosísimas obras que parecían tener como única finalidad hacer que cerrasen sus puertas los últimos mohicanos de las tiendas de ultramarinos y coloniales, sastrerías a la medida, papelerías o zapaterías».

Uno de esos últimos mohicanos fue el arquitecto y excelente cocinero de Nueva Orleans, Matthew Scott, que hace 22 años abrió en el número 15 de Pez su casa de comidas Gumbo, quizá la mejor muestra de la cocina de Luisiana fuera de EE.UU, con sus influencias africanas, francesas y españolas. Por desdicha, cerró en 2018. Ni en Pez son eternas las cosas..