Nacido en Navamojada (Ávila) en 1960, Ramiro Martín lleva más de medio siglo residiendo en la capital, a la que llegó con 15 años para trabajar de cocinero. "Mis hermanos ya estaban en Madrid. Uno de ellos como pastelero, y por eso vine", dice Martín, que tiene muchas anécdotas de su paso por los fogones de hoteles como el Ritz o el Palace. "En los 80 trabajé en otro de la calle Goya. Allí se alojaba siempre Paquirri con su cuadrilla. Era muy simpático y nos regalaba entradas para los toros", recuerda Ramiro, que a los 57 años se sacó una plaza para cocinar en el Centro de Acogida de San Isidro del Ayuntamiento, el más antiguo y grande de España para personas sin hogar.
El amor por los pájaros de Ramiro se remonta a su infancia, cuando en Navamojada los chavales los cogían del bosque. "Allí no había canarios, pero sí jilgueros, verdecillos, verderones o pardillos, y nos hacíamos con los nidos para poder criar". Pasado el tiempo, ya de adulto, retomó el hobby. "Fue cuando la mayor de mis hijas tenía un par de años". Le regalaron una hembra y Ramiro compró un macho. "Otros canarios me los regaló mi hermano», añade. Ahora, tiene ya unos 200. «Aquí en Madrid, los de cría, y en el pueblo, en Ortigosa de Tormes [Ávila], el resto".
Los secretos de la canaricultura son fascinantes, especialmente los que se refieren a la de canto, que es la que practica, y donde los animales compiten por equipos de cuatro canarios y de forma individual. "En los últimos años se ha añadido la modalidad de dúos, pero si no cantan los dos a la vez no puntúan".
En estos torneos, donde los jueces evalúan la calidad de los diferentes tipos de timbrado que realizan los pájaros, los floreos son uno de los puntos más importantes. Consisten en variaciones melódicas del canto que tienen una entonación agradable y musical, y además no deben ser estridentes. Se valora la calidad, variedad, pureza y entonación de los floreos junto con otros giros del canto como los cloqueos, las aguas, las variaciones rodadas, los cascabeles o las castañuelas, entre otros timbrados. "El canto conocido como agua lenta lo tienen muy poquitos, porque lo sacan del ruiseñor". Y es que los canarios aprenden por imitación de sus padres y maestros. "La máxima puntuación que puede llevarse uno es de 95 puntos, pero de esos salen uno o dos al año", explica este canaricultor al que le han llegado a pagar hasta 150 euros por un ejemplar de 94 puntos.
Solo los canarios machos cantan, ya que usan su timbrado, principalmente, para atraer a las hembras, y por eso los concursos son en octubre o noviembre, que es la época del año en la que perfeccionan su canto para cuando llegue el celo. "De vez en cuando aparece alguna hembra que también canta, como una que tuve que me sacó 87 puntos en cinco concursos. Un día veo que estaba metiendo papeles en el comedero y sorpresa, era hembra y estaba preparando el nido", dice divertido quien ha transmitido esta destreza a su hija Lorena, "que ha superado con creces al maestro", asegura orgulloso.
El abulense pertenece a dos asociaciones que cada año celebran unos reñidos concursos, y aunque la camaradería es la nota predominante, también existe mucha competitividad. "Una es la Asociación de Timbrados de Valdeolmos, en Madrid, y otra la Asociación Canaricultores El Casar, en Guadalajara, donde al menos hay 200 socios de toda España".
Además, hay un par de torneos mundiales al año, uno que organiza siempre Portugal, donde existe una gran afición, y otro que va cambiando de ubicación. "En los concursos internacionales puede haber hasta 30.000 pájaros", dice mientras coge unos huevitos de plástico que se utilizan para suplir a los originales con el fin de evitar que los rompan cuando los pájaros tienen crías. "Eso sí, hay que poner exactamente el mismo número de huevos que haya", especifica el canaricultor.