MADRID
Memoria

El crimen olvidado de Gran Vía: "'¡Mirad, un rojo!', gritaron los ultras, antes de patearle y clavarle el machete"

Jorge salía del cine con su novia cuando unos ultras le asaltaron por una A en su solapa. El asesino huyó del país. Mañana se cumplen 45 años de impunidad

Fotografía de Jorge Caballero cedida por la FAL y recortes de la época.
Fotografía de Jorge Caballero cedida por la FAL y recortes de la época.ILUSTRACIONES: Josetxu Piñeiro
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Viernes noche. 22.20 horas. A la salida del cine. En la Gran Vía. Una novia, con su novio; él, con ella. Jóvenes de 1980, con una vida y otro país por delante. Jorge Caballero Sánchez tiene 21 años y espera con su pareja un taxi para volver a casa. No llegarán a cogerlo. Porque el encuadre idílico es la escena de un asesinato, sin castigo, aunque el criminal no tardó en conocerse: José Juan Llobregat Ferré, alias Pepe el Loco. Huyó, hasta hoy. Este viernes, mañana mismo, se cumplen 45 años de impunidad, ya irremediable. También son décadas de un olvido casi pleno. De rebatirlo se trata, aunque esta memoria sea también la historia de un silencio, para sobrevivir.

Cuando se toca a la puerta de la familia Caballero Sánchez, al otro lado del teléfono aflora aún el luto, con su reserva, tras 45 años. En la primera comunicación, anticipan su deseo mudo. «Bueno, pensadlo y...». Pasada la noche, una llamada desconocida, desde el círculo de amistades, confirma la decisión de callar. Prefieren mantener su clausura, pero no la imponen al periodista. Hay, por tanto, una extrema generosidad en el rechazo. Y así hemos podido conocer cuánto pesa el dolor de la sinrazón ajena.

Nunca han hablado y no lo harán hoy. Si fue un tabú de décadas entre sus cuatro paredes, cómo van a airearlo con un forastero. No quieren protagonismo, ni esa justicia tan insuficiente del recuerdo público. Nada sacarán de ahí estas víctimas vivas «de un trauma que permanece, no sabes hasta qué punto». Esa síntesis, concreta y abismal, merecía comillas.

Los padres de Jorge aún viven. La madre fue, y es, modista. Su marido ya cumplió 96 años y trabajó como tornero. Tienen una hija, Eugenia, adolescente cuando mataron a su hermano. Vive con su pareja en el centro de Madrid y, si Linkedin acierta, acumula décadas con el mismo empleo. Jorge había hecho FP, y consiguió uno de esos empleos para toda la vida, administrativo en Agroman (Ferrovial). Tenían, por tanto, todo para ser una familia humilde y feliz. Perdieron el contacto con aquella novia.

El 16 de abril de 1980, en su breve nota «Muere un joven herido en confusas circunstancias», La Vanguardia informó de que los agresores, «viendo que la víctima llevaba una A en la solapa y pensando que era ácrata, comenzaron a agredirle», pero «la A era de Agroman, donde trabajaba el joven». Ciertamente, esa A sí era un símbolo anarquista. Aunque las dudas al respecto ilustran la arbitrariedad del terrorismo. Mataron a un chico al salir de un cine, un viernes por la noche, cuando espera un taxi con su pareja en la calle más famosa de España, la Gran Vía madrileña. Durante un año aún se llamaría avenida de José Antonio.

El acto criminal es también un asesinato político de la ultraderecha: Jorge militaba en la CNT. No era exaltado ni en familia. Su ideología no era heredada ni era protagonista en su activismo. Podría haberlo sido y eso no justificaría nada. Pero, de nuevo, eso retrata a los asesinos. Entre 10 apalearon, y uno de ellos le clavó un machete, afectando a hígado, diafragma y pulmón, a un chaval común, con una A. Mataron, sobre todo, a un hijo y a un hermano. Y eso sirve para aproximarse al origen del silencio. Si se hubiese tratado de una familia politizada, tal vez el caso habría tenido otro impulso evocador. También habría sido diferente, quizá, si la figura política de la víctima o el contexto fuesen menos accidentales. Por muchas razones, el asesinato y olvido de Jorge Caballero es diferente. Su familia eligió el repliegue, como otros en su situación optan por abanderar la memoria. Todos igual de dignos en su llanto.

Es un icono Yolanda González, 19 añitos, destacada militante troskista, cuyo secuestro y ejecución, un 1 de febrero de 1980, inició el mayor frenesí asesino de ultraderecha en la Transición. Nueve días después fallecía Vicente Cuervo, 21 años, delegado de CNT en Telefunken, tras recibir un disparo cuando los fascistas concentrados ilegalmente en Vallecas se lanzaron a perseguir a los contramanifestantes. Fue homenajeado en su barrio el pasado 10 de febrero. A Arturo Pajuelo, dirigente vecinal en Orcasitas, de 33 años, acuchillado tras la manifestación del Primero de Mayo, se le recuerda en murales y jornadas. Y aquellos 95 días de delirio ultra se cerraron el 6 de mayo con el asalto al bar San Bao, otro hecho célebre, pues pudo ser una masacre, aunque la única víctima, Juan Carlos García, recluta de 20 años y ex de CNT, en su anonimato, se asemeja a Jorge, apenas rememorado, hasta ahora. Y fue en Gran Vía, cuando unos novios salían de ver La naranja mecánica.

Si se toma la obra colectiva 1980. El Terrorismo contra la Transición, 524 páginas, se descubrirá una mención a Jorge Caballero en una enumeración, otra con 39 palabras explicativas y una tercera en una tabla. Si se toma El mito de la Transición pacífica (Sophie Baby), se verá una referencia en el cuadro resumen de 1980 (pág. 742). El País abordó el caso en 2015, pero centrado en el asesino, al que halló en la República Dominicana. El relato más preciso del crimen de Jorge está en La sombra de Franco en la Transición, de Andreu García Ribera y Alfredo Grimaldos, fallecido en 2020 e inolvidable crítico de flamenco en EL MUNDO. En esas tres páginas se cita a María Ángeles López, que pone palabras, y fundamento, al silencio.

«Yo era abogada del sindicato de Construcción de CNT», sitúa la letrada, en conversación con GRAN MADRID. Apenas llevaba año y medio colegiada. Conoció a los padres de Jorge tras el entierro y les informó de que podían ejercer la acusación particular. «Yo puedo llevar el caso, por supuesto, gratis». Nunca hablaron de política. «Respetaban que su hijo fuese de la CNT. Pero no era un líder ni tenía un cargo. Los padres no militaban en nada. Eran una familia muy discreta. Había una hermana más pequeña y su madre... Se consumió con el caso. Quizá se llamaba como yo, porque recuerdo comentar lo del broche con la A vinculado al nombre de la madre. Los tengo muy presentes».

La abogada no conserva el expediente del caso. Tampoco lo facilitan desde la Audiencia de Madrid. De Jorge se conocen sólo dos imágenes, que el Archivo de la Fundación Anselmo Lorenzo (CNT) facilita a este diario, y un puñado de recortes de prensa.

Pero Ángeles recupera carpetas de su memoria: «Jorge salía del cine Azul [hoy un local en alquiler, antes un Fridays, tras el cambio de uso en 2007]. Cuando está en la puerta, unos de las juventudes de Fuerza Nueva, que venían de hacer pintadas por el 1 de abril [victoria de Franco en la Guerra Civil] ven la A en la solapa. Se dicen: ‘Mirad, un rojo, un anarquista...’. Le rodean, le golpean, le patalean...». El agredido «no respondió en ningún momento», señaló la Policía. Con Jorge disminuido, «uno le clava un machete y lo hiere de muerte». Un boquete de 9 centímetros, al hígado. Los ultra bajan a plaza de España. Allí, Llobregat limpia la sangre del machete y, según relató El Masa, otro del grupo, a Cambio 16, dijo: «Vámonos, que me he cargado a un rojo». A una manzana de distancia, la novia de Jorge busca ayuda. Un acomodador del cine Azul y un espectador acuden en auxilio del herido, que es trasladado al Clínico, donde muere dos semanas después, según un escrito judicial, el 12 de abril.

De Atocha al 23-F

La matanza de Atocha, con 6 personas asesinadas en 1977 en un bufete de CCOO y el PCE, es el crimen ultra de referencia en la Transición. Si aquel hecho buscaba frenar la legalización del PCE, los 5 crímenes en 95 días de 1980 (los de Yolanda González, Vicente Cuervo, Arturo Pajuelo, Jorge Caballero y Juan Carlos García) azuzaban una escalada que, cruzada con el delirio etarra, empujaba hacia la involución del 23-F.

La familia, según se lee en Diario 16, pide que «en ningún momento se politicen las honras fúnebres», cuatro días después. La CNT convoca una protesta y varios militantes son «detenidos en Gran Vía con motivo de la manifestación no autorizada», aporta un breve en ABC. Nueve ultras del comando serán apresados ya en mayo, cuando el asesino, de 16 años, se ha esfumado y así dinamita el proceso judicial, un suplicio de siete años.

La familia de Jorge sufrió impotencia; persiste la cicatriz de la tomadura de pelo. Tal vez por eso la madre y la hermana aún sienten temblar las piernas en cada retrospectiva. Resume la abogada: «El padre, creo, era más consciente de lo que había en este país, pero para la madre fue durísimo. Recurrir al Supremo, meterle otro pleito a esa mujer, hubiese sido...».

El devenir en los tribunales revela la realidad del momento, y también la catadura de cada implicado. «En instrucción lleva el caso Luis Lerga, una persona de ideas conservadoras, pero justo, un buen magistrado. Tenía un Cristo enorme en su mesa, pero no era un fascista. Procesó a cinco. Y había apellidos como Saliquet [Fernando] y Queipo [Felipe], de buena familia, militares... Luego había dos...». Los desarrapados José Miguel Gómez, El Masa, con un historial cargado, y José María Vargas, El Jerezano, hijo de un jornalero andaluz que militó en la CNT. Sus abogados y el resto (todos de entre 14 y 19 años) les intentan cargar con la culpa. Y al autor del machetazo lo sacan del país. Ricardo Alba, subjefe de Fuerza Nueva, le franquea la salida de España, según declara El Masa. El Jerezano admitirá la asistencia de miembros de las fuerzas de seguridad. La complicidad de agentes y/o jueces es un patrón en crímenes ultra en la Transición.

El juez instructor concluye su trabajo en seis meses, pero la Audiencia provincial marea seis años. «Antonio Muñoz Perea, yerno de Blas Piñar [líder de Fuerza Nueva, el diputado del franquismo orgulloso en la Transición], que defiende a los acusados, recurre el procesamiento de Saliquet y Queipo, y limita los hechos a desórdenes. Entonces, un grupo así no era desórdenes públicos. Yo acuso por asesinato; pedimos 17 años de cárcel. Una puñalada a una zona mortal, prevalimiento...».

El tribunal muestra su querencia al salvar del banquillo a Queipo y Saliquet por «falta de fundamento sólido». También baja del asesinato a «homicidio o lesiones». Y resulta también sospechoso que frenen a CNT, CCOO y UGT como acción popular, al pedirles «3,4 millones [20.434 euros] en días, algo imposible». Conclusión: «Todo se hizo para despolitizar el caso». Quizá se hizo algo peor. La abogada de la acusación denunció que Interpol, el 13 de junio de 1986, desde Viena, envió un telex pidiendo respuesta urgente sobre la orden de busca y captura de Llobregat. La sala tardó un mes en contestar y ni preguntó si tenían localizado al asesino.

El caso acabó con multas de 50.000 pesetas (300 euros) a El Masa y El Jerezano, por desórdenes, sin mención a su vena fascista. «La sentencia [5 de junio de 1987] fue un varapalo; eran años de mucha impunidad. El ponente [Carlos Entrena] venía del Tribunal de Orden Público franquista».

El rastro de Llobregat se recuperará en Venezuela, donde intenta asesinar a un cocinero, de una puñalada. Tras el suceso, en 2000, según contó El País, sus padres lo habrían llevado a Dominicana. Casado, con un hijo y una hija, vivió a sueldo de la empresa familiar, que ha levantado viviendas de lujo del Caribe a Marbella. Si se escribe José Juan Llobregat Ferré en Google, tras cuatro enlaces del criminal que fue, una referencia da cuenta de su tesis en la Universidad Iberoamericana: Arquitectura como factor de integración de la comunidad, de 1991. La orden de busca y captura caducó en 1999, blindado del todo en su impunidad en adelante.

Pepe el Loco mató a Jorge Caballero y ejecutó el asesinato político 31 de aquel año, récord de muertes por terrorismo, excluido 2004, con su 11-M. Ese 1980 concluyó con 132 víctimas, 95 con el sello de ETA y 28 de la extrema derecha, las fuerzas más decididas a quebrar la Transición, con su cénit criminal esos meses y su objetivo casi cumplido pronto, con el golpe de Estado del 23-F.

La balanza se da la vuelta en Madrid, donde ETA, en 1980, mató a un soldado (José Luis Rodríguez) y los GRAPO a otro (Florentino García); Al-Fatah asesinó a Adolfo Cotelo, al confundirlo con el líder judío Max Mazin, y el ultra Juan Ignacio González falleció, probablemente, a manos de los suyos, por saber demasiado. Frente a estos cuatro, cinco rojos víctimas de la extrema derecha, tres afines a la CNT, referencia del movimiento obrero español hasta la Guerra Civil; unas siglas que nunca encajaron en el mito de la Transición. Habría que añadir ese hecho a la lista de causas del olvido de Jorge Caballero.

Y en la lista de desagravios hay que citar el acto que este año impulsa la CNT, mañana (19.00 h., glorieta de Embajadores, 7). Homenaje a Jorge; a Vicente Cuervo, reconocido ya en 2023 como víctima del terrorismo, y a Agustín Rueda, el anarquista más célebre asesinado en la Transición, tras torturas en la cárcel de Carabanchel (1978). Jorge Caballero no tiene página en Wikipedia.

"Un trauma en soledad"

En '1980. El terrorismo contra la Transición', una obra colectiva y la más precisa sobre el año con más víctimas en España de grupos y grupúsculos de extrema izquierda y extrema derecha –sin contar el 11-M–, Inés Gaviria Sastre (Covite) escribe sobre aquel año: «Había tanta violencia política que se hacía prácticamente imposible proporcionar una atención jurídica, psicológica y social mínima a las víctimas, quienes tuvieron que soportar su trauma en soledad». Para la familia de Jorge Caballero, con secuelas hasta hoy.