OPINIÓN
La sombra del burro

Sánchez en su calle sin salida

Tratará de completar la batalla de desactivación de los contrapesos y ocupación de todos los espacios del poder que ha comenzado, pero la soledad en las Cortes, el asedio judicial y la marginación en Europa sin Presupuestos le someterán a un deterioro irreversible

Sánchez en su calle sin salida
Gabriel Sanz
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Actualizado

La comparecencia del presidente en el Congreso este miércoles para presentar su no-plan de Defensa sirvió para evidenciar la profundidad irresoluble del callejón sin salida en el que se encuentra: emparedado entre las exigencias perentorias del rearme europeo y la contumacia antimilitarista de sus socios, el Gobierno no puede ser una cosa y la contraria al mismo tiempo porque esta vez el debate afecta a la médula de las convicciones. Juanma Lamet estuvo lúcido en la expresión con la que tituló esta semana su columna: esta vez, «el péndulo comienza a girar» contra Pedro Sánchez.


Dos imágenes de los últimos días subrayan esa insoportable debilidad. La primera es la del aviso simbólico de Arnaldo Otegi y Carles Puigdemont desde Waterloo, cuidadosamente agendada en la misma víspera de la intervención del jefe del Ejecutivo, para recordarle las cuentas que tiene pendientes con quienes trabajan «sin descanso para que los derechos políticos, culturales y lingüísticos del pueblo vasco y catalán sean reconocidos y garantizados». Los dos saben que los momentos de mayor desesperación del presidente son para ellos los más productivos: cuando más alto pueden cobrarse el precio por sostenerlo.


La segunda es la de Juan Diego Botto y el resto de actores del No a la Guerra encendiendo frente al Palacio de San Jerónimo el combustible emocional que moviliza a la izquierda social mientras el propio Sánchez hablaba. En su manifiesto se comprometen a combatir «el aumento desenfrenado del gasto militar que se proponen aprobar los gobiernos europeos». Nadie en su sano juicio puede imaginarse al PSOE del sanchismo enfrentándose a este magma sentimental sobre el que ha construido su propia identidad.


Lamet informaba también en aquel texto de que Podemos ya ha trasladado al Gobierno que «jamás» volverá a formar parte de una coalición con Sumar, lo que convierte en prácticamente imposible la reedición de la actual mayoría y, además, aboca urgentemente a Yolanda Díaz a competir y revolverse desde su irrelevancia para reivindicar una cuota de autonomía política frente a su socio mayoritario. Lo hemos visto con el SMI y la reducción de jornada, lo veremos hoy en el cierre de su congreso y desde luego la bandera «antibelicista» no es una de las que pueda permitirse abandonar.
Este es el mezquino contexto español, el que Sánchez escogió cuando configuró el bloque de investidura como un «muro» que pretendía dejar bajo el estigma de la deslegitimación democrática al otro partido con el que en teoría el PSOE comparte los valores del humanismo liberal europeo. El presidente sabe que no habrá pacto de Estado si no es al precio que él mismo le puso: el de negarse a sí mismo. Por eso, mientras gobiernos y parlamentos de toda Europa asumen los sacrificios propios del trance existencial que tiene que afrontar el continente para garantizar la paz y nuestros valores fundamentales, Sánchez apenas es capaz de disimular el egoísmo y la falta de solidaridad que con toda la razón le reprochan ya sus colegas europeos.


Su alegato fue la expresión de su naturaleza: combinó promesas populistas –no es verdad que será posible aumentar la inversión militar sin recortar prestaciones ni lo es que la Comisión se plantee transferencias mancomunadas- con una exposición de las contradicciones históricas y estratégicas que asuelan a la Unión Europea en este momento crítico. Así es él. Las mismas tácticas divisivas con las que se ha conducido para sobrevivir en España las intentará aplicar en Europa –y el viaje a China es una parte hiriente de ese escenario– de aquí a junio, cuando la Cumbre de la OTAN en La Haya le pondrá en su sitio: no será un 2% lo que se nos exija, sino bastante más. Cuando Mark Rutte dijo esta semana que un misil ruso tarda 10 minutos más en llegar a Madrid que a Varsovia, no mencionó precisamente la capital española por casualidad.


Alberto Núñez Feijóo hizo en cambio su mejor discurso en el Congreso desde que es presidente del PP. Exactamente lo que se esperaba del liderazgo del gran partido europeo en España. Feijóo acertó al dirigirse a los ciudadanos como adultos, al describir la profundidad del cambio que viene y al diagnosticar el gran problema de nuestro tiempo, que es la amenaza autoritaria sobre las instituciones que son la garantía de la razón y de la sociedad abierta. Lo hizo sobre todo al vincular la acción política necesaria con una ética de valores: «El rearme moral y material no es una apuesta belicista, como irresponsablemente repiten sus socios mientras usted calla. Se trata de defender nuestros valores, nuestro modo de vida, nuestro Estado de Derecho, nuestras constituciones y nuestras democracias».


Este camino de institucionalidad y de centralidad política no sólo es el que mejor le sienta a Feijóo, sino el que mejor resuelve el debate permanentemente abierto sobre cómo tiene que ser su relación con Vox. El que mejor conecta con la emoción ciudadana a la que se dirige el PP, porque es el momento de exigir certezas en tiempos de incertidumbre. Hasta ahora se decía que la mayor fortaleza de Sánchez era que no existiera una mayoría alternativa en el Congreso, cuando en realidad lo es que no se percibiese una alternativa concluyente en el PP, con la ambición y la convicción de serlo inmediatamente. Sobre estas bases, y la escenificación que hoy hará en Sevilla de su liderazgo parlamentario en toda España, Feijóo puede levantar por fin un Gobierno en espera.


La resiliencia de instituciones y sociedad civil frente al intervencionismo de Estado que promueve Sánchez es el síntoma más evidente de su debilidad. Cándido Conde-Pumpido no duerme por las noches porque un tribunal de Sevilla pondrá encima de la mesa europea que el Constitucional español vulneró los tratados de la Unión para salvar del mayor caso de corrupción de nuestra historia a dirigentes del partido del Gobierno. El insomnio lo justifica el precedente que representa esta iniciativa para la próxima sentencia sobre la amnistía, que sin duda está ya escrita de antemano: será Europa quien decida. El Ejecutivo ha perdido además el respaldo acrítico y entusiasta ante la opinión pública para todos sus desmanes que hasta ahora le prestaban El País y la Ser. Sánchez tratará de completar la batalla de desactivación de los contrapesos y ocupación de todos los espacios del poder que ha comenzado, pero la soledad en las Cortes, el asedio judicial y la marginación en Europa sin Presupuestos le someterán a un deterioro irreversible.