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Putin considera que el chantaje, soborno y violencia son técnicas de negociación admitidas

Obama y Putin, en 2016.
Obama y Putin, en 2016.

En sus memorias, Obama no se recata con Putin: «Líder de lo que parecía más un sindicato criminal que un Gobierno tradicional». En 2009, la relación entre Estados Unidos y Rusia no atravesaba su mejor momento y estaba a punto de expirar el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas. En la cumbre del G-20 de Londres, Medvedev se quejó del escudo antimisiles estadounidense en Polonia y Chequia. Obama se comprometió a revisar el sistema -ya tenía pensado hacerlo- y Medvedev le invitó a Moscú. Obama viajó con su familia en verano.

En su encuentro con el presidente títere -distinguido tecnócrata de paja- apenas hablaron de política. Conectaron. El encuentro formal fue en el Kremlin. La agradable velada transcurrió en la dacha de Medvedev. A la mañana siguiente, Obama se entrevistó con el entonces primer ministro, del que tanto recelaba. Para Obama, el «despiadado» Putin era el reflejo del fatalismo ruso y 4.000 años de Historia. Tras los saludos, Putin lanzó un largo monólogo. Narró las injusticias, traiciones y desprecios de EEUU hacia Rusia. La admisión en la OTAN de antiguos miembros del Pacto de Varsovia fue una intromisión en «la esfera de influencia» rusa, denunció Putin. Y el apoyo estadounidense a las revoluciones de colores -Georgia, Ucrania y Kirguistán-, un exceso que provocó la hostilidad hacia Moscú de antiguos aliados. La conversación se volvió tensa: a Obama le preocupaba Irán y Putin no estaba dispuesto a renunciar a su reputación y a un contrato de 800 millones de dólares con el régimen de los ayatolás. Dos horas más tarde se despidieron.

Putin es un tipo duro, de astucia callejera, nada sentimental. Considera que el chantaje, soborno y violencia son técnicas de negociación admitidas. «Para reducir el riesgo de otra catástrofe nuclear o de otra guerra en Oriente Próximo, me había pasado la mañana cortejando a un déspota» que silenciaría y encerraría -en el mejor de los casos- a los entusiastas activistas con los que Obama se vio justo después.

En el fondo, Putin le había dicho a Obama que pensaba ganar esta segunda Guerra Fría. Y Obama creyó, erróneamente, que se libraba en Irán, Siria y Libia y que podía contener y apaciguar al gigante oxidado pero arrogante y resentido. Así que Obama detuvo el escudo antimisiles en Europa y celebró que Rusia y China aprobasen nuevas sanciones a Irán. A su vez, Obama las levantó a empresas armamentísticas rusas y aceleró la incorporación de Rusia a la OMC. Luego Obama revisó su acuerdo con Irán y mientras Putin siguió a lo suyo, sin dique.

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