COLUMNISTAS
Diligencias

La rectificación del Estado autonómico

Les voy a ahorrar los disparates que se han escrito sobre ese nuevo ente canceroso que es Madrid

Dos paseantes junto al Palacio Real, Madrid.
Dos paseantes junto al Palacio Real, Madrid.S. GONZÁLEZ VALERO
PREMIUM
Actualizado

La semana ha estado bastante aburrida en general. Agosto no da para mucho en términos políticos, aunque hay quien no decae, hace los deberes y presenta los marcos mentales que operarán a la vuelta de las vacaciones. Moncloa ha ordenado poner el foco en Madrid y los periodistas, intelectuales y tuiteros de guardia han vuelto a recordarnos que la comunidad autónoma y la capital gobernadas por Ayuso y Almeida vienen a ser algo así como la filial del infierno en la tierra.

Les voy a ahorrar los disparates que se han escrito sobre ese nuevo ente canceroso que es Madrid. La culminación de la bufonada orquestada desde los aledaños del catalanismo más casposo ha sido, sin duda, la invención de una identidad -son expertos- concretada en el madrileño que va de vacaciones a las provincias y resulta un incordio para el lugareño que luego se queja de que su tierra está vacía y desatendida.

El país está tan arrasado en términos de inteligencia individual y colectiva que no descarto que con argumentos tan pueriles se pueda crear un estado de opinión para rectificar el curso de la descentralización, que es lo que se busca. Y es que Madrid, como comunidad autónoma, sería la anomalía histórica más destacada -no la única- originada por el «café para todos» fabricado por el nacionalismo español para aguar las pretensiones de los nacionalistas periféricos.

Estos nunca quisieron un regionalismo igualitario y el PSOE les ofrece ahora, a cambio de su apoyo parlamentario, diversas y discutibles vías para proyectar los hechos diferenciales en un nuevo concierto político y económico. En esta operación hay riesgos importantes, porque el declinar vasco y catalán no solo es consecuencia de la pujanza de otras autonomías, sino de unas políticas públicas propias y fallidas cuyas cargas parece que tienen que asumir los demás. La idea no solo es cambiar el curso de una descentralización que devino simétrica por la astucia de la razón federal, sino empobrecer al resto para que siga la fiesta identitaria y socialdemócrata montada en Vitoria y Barcelona. Que esto va a salir mal en términos de cohesión social es más que evidente; que los votantes del resto de España vayan a reaccionar ante este desafuero democrático es más que dudoso.