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Nevenka, la judoka

La película 'Soy Nevenka' es un libelo difamatorio, un opúsculo de carácter agresivo, cuya intención nada tiene que ver con la verdad, sino con la propaganda

Nevenka, la judoka
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(Una lloradita) El comentario de Soy Nevenka, la película de Icíar Bollaín que se estrenó el viernes, plantea los problemas característicos del panfleto. La película es, en efecto, un libelo difamatorio, un opúsculo de carácter agresivo, cuya intención nada tiene que ver con la verdad, sino con la propaganda. Así pues, y para empezar, sería ridículo juzgarla en términos estéticos y exigirle ambición narrativa, densidad psicológica, veracidad moral, tensión dramática o belleza formal. La película —genuflexamente recibida por la crítica, incluidos los críticos con las rodillas menos peladas— no es más que una colección de cromos que va siguiendo el recorrido tumefacto del libro de Juan José Millás, Hay algo que no es como me dicen, que se reedita con olfato perruno cada seis meses y cuyas únicas palabras verdaderas son las del subtítulo: El caso de Nevenka Fernández contra la realidad. Del libro hay siempre que citar, aunque la empresa es dificultosa porque va saturado de ellos, este párrafo inmortal: «No me resisto a señalar la 'coincidencia' de que Lucas, su novio, padece soriasis, igual que el padre de Nevenka. Las coincidencias, cuanto más casuales parecen, más significado tienen. Y más conmovedoras resultan». El valor de la colección de cromos es aún más irrisorio pues se trata de cromos repetidos, que ya fueron usados en esa obra mayor del sectarismo y la idiocia que fue la serie documental Nevenka, producida por la locutora Ana Pastor y dirigida por Maribel Sánchez-Maroto.

Para advertir la condición panfletaria son útiles las declaraciones de la actriz que interpreta a Nevenka, publicadas este sábado en Yo Dona. La joven Mireia Oriol dice: «Las escenas de sexo nos incomodaban a todos. Tras la primera dije: 'Oye, paro un momento, lloro y seguimos'». Son palabras sorprendentes, porque presuponen que en la película, más allá de algunos cuidadosos y amanerados escarceos, hay sexo. Pero, en fin, si la pobrecita Oriol tenía que hacer «una lloradita» (así la llama mini, mini) cada quince minutos es porque no creía estar interpretándolo, sino viviéndolo, y a quien creía tener enfrente no era al competente Urko Olazabal sino al mismísimo Ismael Álvarez. No hay panfleto sin alucinación, y en ese estado adictivo se desarrolla toda la película. La columna panfletaria es, por lo demás, lo único que sobrevive a la ruina narrativa. Quién iba a aguantar tal inane tostón provincial de casi dos horas si no vibrara el anhelo justiciero y su proyección sobre hechos y personas. Y, correlativamente, un factor grave, pero eficacísimo, de interés es la repugnancia ética que provocan las mentiras basadas en hechos reales que Bollaín ha sido capaz de urdir y promocionar, sin mayor pudor intelectual ni moral.

Los hechos asociados al fracasado encuentro en la vida de Ismael Álvarez y Nevenca Fernández (Nevenka es el nombre artístico) tienen un relato, que es el que sancionó el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León el 30 de mayo de 2002. El relato concluyó en una sentencia que condenó al alcalde Álvarez al pago de una multa —una multa— por el acoso sexual al que sometió a la concejal Fernández, después de que ella decidiera acabar con la relación sentimental. En el acoso no hubo agresión ni violencia ni amenazas ni chantajes: solo insistencia, presencial y telefónica. La pelmacería de Ismael provocó un duradero episodio depresivo en el ánimo de la concejal, que los jueces dieron por probado. Al hacerlo, el Tribunal atendió, específicamente, a la manera en que la mujer sintió los requerimientos del alcalde; es decir, eludió determinar la certeza y la intensidad objetiva que pudiera tener la insistencia. Y respecto a aquellos hechos cuya veracidad solo pudiera elucidarse por los testimonios de uno y de otro, primaron los de ella. A mi juicio, la sentencia es de mala calidad y el examen de lo que consta en el sumario y el propio desarrollo del juicio debieron haber llevado a la absolución del alcalde. Es probable que Bollaín y sus secuaces opinen, con los mismos papeles, que debió ser colgado por los huevos mussolinis en la plaza mayor de Ponferrada. Pero lo que nos diferencia, además de las opiniones, son las prácticas: de modo infame, Bollaín, Pastor y Sánchez-Maroto no han puesto en imágenes el relato del juicio, sino otro bien distinto, que hace de Ismael un violador.

El catálogo de los innobles detalles trapaceros merece un fisking aquí imposible. Algunos resultan puramente cómicos, y citaré el momento en que los dos llegan a un hotel de Logroño, y en la recepción ella se sorprende con mucho énfasis virginal de que solo haya disponible una habitación doble, y así haya de pasar la noche en la estrecha compañía de su violador, que ya lo es indiscutible llegados a este grasiento subsuelo de la película. Pero la sorpresa solo puede darse en el universo para lelos de Soy Nevenka: como probó el juicio esa habitación doble la había reservado días antes la propia concejal Fernández. Otro ejemplo, este de trapacería global, alude a la síntesis entre acoso y corrupción con que se presenta sostenidamente la actividad del alcalde Álvarez y del conjunto del Partido Popular en Ponferrada. La concejal Fernández no solo es la víctima del acoso sexual del violador sino también de los manejos del corrupto, a los que se resiste con ese semiconsentimiento (habría pagado para que el neologismo fuera mío, pero es de nuestra llorada actriz Oriol, en su entrevista de Yo Dona) propio de la que está un poquito embarazada y muy embarazosa. Huelga decir que de la supuesta corrupción no hay prueba alguna. Aunque bien es verdad que siempre aparece enfocada en un momento u otro de los manejos la prócer figura de Charo Velasco, la portavoz municipal socialista, que con su mirada escrutadora, digna y generosa le está diciendo al espectador que ella todo lo sabe y por ella todo quedará juzgado y saldado.

Hay otra trapacería que en el general ambiente barriobajero de la película sobresale por su distinción y sutileza. Sucede al principio de la pasión de Ismael, y en el interludio estrictamente poético de un karaoke. Allí están el alcalde y la concejal, divertidos en la noche y ella ha cantado una bonita canción de juventud que lleva en su letra «oh, sí, estoy por ti, oh, sí, mezclé el amor con la amistad, son juegos peligrosos, siempre». ¡Hay intención, en la guionista, no puede negarse! Pero nada comparable a la que demuestra cuando Ismael sube al escenario y se dispone a recitar un poema. Una escena verosímil, porque Ismael no solo es un buen lector de poesía sino que a veces ha probado. Así, recita a Machado. Unos versos de Campos de Castilla. ¿Don Antonio Machado en Soy Nevenka? ¿Con toda su caspa? Machado está cancelado en sordina y que no lo sea a voces solo se debe a su condición de mito republicano. La razón, obviamente, son sus amores con la niña Leonor, ella 14 años, él 33. De modo que si aparece en la película debe de ser por férreas exigencias del guion. Vaya si lo son: ahí es nada ver al semipederasta Ismael recitando Soñé que tú me llevabas y los inequívocos versos: «Tu voz de niña en mi oído / como una campana nueva, / como una campana virgen». ¡La Virgen!, se decía en el siglo XX.

Pero el violador no es la ambigua emulsión de cien detalles. Una violenta escena lo cuadra y concreta para siempre. Sucede en su despacho. Él le dice: «Tú has sido una hija de puta conmigo y yo voy a ser un hijo de puta contigo». Y cuando ella hace ademán de irse del despacho, él le da un azote en el culo, la sujeta, la arrincona contra la pared y le levanta la falda mientras va diciendo: «¡Mira cómo me tienes, mira cómo me tienes!». Ella apenas balbucea: «Ismael, por favor. Ismael, para». La escena no está descrita entre los hechos probados de la sentencia. Pero existe y existirá para siempre porque Bollaín la ha creado. Hace meses la Audiencia Provincial de Pontevedra dictaminó que una escena de la serie Fariña atentaba contra el derecho a la intimidad del narcotraficante y no estaba amparada en la «libertad creativa». Y ordenó eliminarla e indemnizar a la víctima. Ignoro los planes jurídicos de Ismael Álvarez, pero sería ejemplar que la libertad creativa de Bollaín —y también la de Ana Pastor y Maribel Sánchez-Maroto— pudiera ser discutida y juzgada a fondo en los tribunales.

Mientras ese momento llega, si llega, debo explicar con brevedad final y analógica lo que Soy Nevenka hace con la verdad. Como si yo, sabiendo que fue campeona española de judo y preseleccionada olímpica, y cosiendo a este hilo el tétrico momento en el que, bloqueada, dijo que no pudo moverse de la cama de Ismael, hiciera un sayo de mi podrida capa de sinécdoques. Y así titulara: La judoka.

(Ganado el sábado 28 de septiembre, a las 15.00, celebrando que ante la evidencia, estadísticamente probada, de que en España se trabaja mucho y mal, el líder del Partido Popular haya decidido, en lúcida y realista consecuencia, que para resolver el problema hay que trabajar mucho menos)