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Carne de cañón

Leccioncitas del primer mundo cuando afronta problemas del tercero

Las comodidades son los viejos lujos. A veces las contingencias enseñan a apreciar cosas que no valoramos. También a considerar la importancia de tener agua caliente, algo que aún no han recuperado en algunos lugares afectados por la Dana. Hay que vivir por si acaso

Leccioncitas del primer mundo cuando afronta problemas del tercero
RICARDO
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El martes se rompió el termo de casa y ese día sí que comenzó el invierno. Cuando ya era vieja, a Katherine Hepburn le solían preguntar por qué se empeñaba en bañarse todos los días en las aguas heladas del Atlántico; incluso cuando nevaba. [Como esos vascos de los informativos que «nunca han cogido un catarro en toda su vida].

Kate decía que era para apreciar el valor de tener agua caliente en casa. Se parece a mi madre, que, para que usáramos la piscina, nos ponía la calefacción del coche cuando arreciaba el verano.

Las comodidades modernas no dejan de ser antiguos lujos que ya damos por sentados. Eso es el progreso. Que el lujo se haga más barato y accesible a todos. Como la medicina. A mi padre le dio una muerte súbita el 11 de septiembre de 2002, un año después del atentado de las Torres Gemelas. Su primer desfibrilador costó 50.000 euros; el último -más avanzado y fiable-, 10.000. Ignoro cuántos desfibriladores pone la Seguridad Social al año, pero España es de los pocos países que hace cateterismos a los mayores de 80 años.

El miércoles tocaba lavarse el pelo. El agua estaba tan fría que era como si te arrancaran la cabellera con un hielo al rojo vivo (certero oxímoron) porque hería la piel. Salí de la ducha aturdida, con el filo del agua clavado en los huesos y el alma miserable echando humo del enfado con los instaladores. Entonces, qué frivolidad, es inevitable pensar en Paiporta y los otros lugares afectados por la Dana hace ya un mes, y en lo que tardaron en restablecer la luz y el agua. La higiene, la vida. Qué gilipollez parece quejarse porque una avería te deje sin agua caliente un par de días.

En Estados Unidos llaman white people problems (problemas de blancos) a los dramitas de los mimados de Occidente. En España podríamos traducirlo como problemas del primer mundo. Pero ay, cuando el primer mundo se tiene que enfrentar a los problemas del tercero... Entonces no somos nada ni nadie. La humildad da lecciones terribles.

La sensación que queda tras lo de Valencia es un jarro de agua fría -el termo roto, siempre presente- a nuestra ensoñación de que «esas cosas» en España «no pueden pasar». Como si nunca hubiera habido gotas frías y paños calientes. Como si no nos pagara la Seguridad Social operaciones que valen 100.000 euros. [Para eso está].

La falta de coordinación de las administraciones (Mazón y Sánchez, Sánchez y Mazón), el abandono de las infraestructuras hídricas, la dejadez ideológica, la falta de propuestas del Gobierno y de alternativas de la oposición... no son las únicas muestras de que esto anda torcido, aunque haya tantas cosas en España que están bien.

El jueves por la tarde tuve la presentación de Comerse Madrid, el libro de mis crónicas de Paganini, con Arcadi. Llegué más tersa de lo habitual por la tonificación del agua helada. Después ya entré en calor por el vino y las soperitas de cebolla que nos hizo Mario en Narciso. La avería del termo parecía lejana, como nos parecerá remoto el drama de Valencia cuando pasen unos meses y nos aburra la tragedia del barranco del Poyo. Y cuando la vida siga su curso, aunque haya más de doscientas que ya no lo puedan seguir. ¿Se hará algo? (El consenso parece que es no hacer nada).

Al día siguiente, con la resaca de Matarromera, el agua seguía helada y el pelo volvía a estar sucio. Matarramera, pensé. Hubo que sacar fuerzas de flaqueza y tirar de gordura para afrontar la primera ducha de la mañana. Una ridiculez, una frivolidad, pero qué importante es apreciar los lujos -estar bien, que todo funcione, que no haya retrasos, la honradez, la Justicia-, aunque sean (o deberían ser) lo normal. Agua caliente, un catéter a los 80 o estar vivo porque cualquier día... Y no olvidar que una gota fría, la Dana, ha partido el alma de una región en apenas unas horas.

Querer más que a un día más.