En paralelo al casi alarmante descenso del consumo tradicional de televisión que se registra en nuestro país en los últimos años -no somos ninguna excepción-, paradójicamente hemos asistido en el difunto 2024 a un renovado interés por las audienciasdel medio en el que tanto ha influido la nueva guerra de las dos Españas que se libra en los platós de Motos y Broncano.
La semana pasada, uno de los grandes titulares informativos -con lecturas para todos los gustos, que no faltaron- fue que el Mensaje de Navidad del Rey había caído a uno de sus datos más bajos, con algo menos de seis millones de espectadores entre la suma de todos los canales que lo difundieron a la vez. Pueden plantearse en Zarzuela, qué duda cabe, si las nueve de la noche del 24 de diciembre sigue siendo un momento lógico para prestar atención a discursos institucionales, y aun deberían reflexionar sobre algunos aspectos del formato. Pero, más allá de lo que en este caso concreto afecta al prurito de pundonor en la Jefatura del Estado, de seguir así las cosas en pocos años el Mensaje de Don Felipe lo verán tres gatos, si llegan, no porque lo que diga Su Majestad interese o deje de interesar, sino sencillamente porque las audiencias de televisión lineal están entrando en terreno de peligro de extinción.
Claro que, en realidad, pareciera que aquí se está rematando al muerto cuando todavía sigue vivito y coleando. Porque lo que sorprende es que a ninguno de los agentes concernidos -y mira que hay dinerito en juego- parezca importarle que el sistema de audímetros del que todos hemos oído hablar alguna vez se haya quedado completamente obsoleto y que falle más que una escopeta de feria. Fíjese usted si no atentamente en lo que va a suceder mañana. Hoy la conversación nacional en este terrible 1 de enero, probablemente el peor día del año para levantarse de la cama, gira en torno al modelito con el que anoche dio las campanadas la Pedroche y la gansada de Broncano y LalaChus en la emisora de enfrente. Pero mañana se hablará, y mucho, de quien conquistó a más televidentes y ganó la batalla de las Navas de Tolosa catódica. Pues ya verá usted como la suma de los datos de todas las emisoras, autonómicas incluidas, que va a suministrar la empresa encargada nos da que tirando por lo alto unos 15 millones de espectadores se comieron las uvas ante el televisor. ¿De verdad que alguien se cree pajolero bulo cuando ya nos acercamos a los 49 millones de habitantes y en pocas cosas se nos nota más lo españolazos que somos que en la tradición de arremolinarnos ante la tele para las campanadas? Pues nada. Nos tragaremos los titulares. Pero tiene bemoles que ni RTVE, que maneja un presupuesto bien abultado de dinero de todos los ciudadanos, se plante de una vez y exija la actualización de un sistema de audiencias que permita saber con alguna fiabilidad cuanta gente ve de verdad esos espacios que no son precisamente baratos. Porque la tele sigue siendo un medio de extraordinaria influencia social y, como establece la Ley, no se olvide, un servicio público esencial que funciona como instrumento determinante para la conformación de la opinión pública o de la difusión cultural. Pues que dejen de engañarnos con los ojímetros.