De todas las hipérboles alimentadas por el regreso de Trump a la Casa Blanca hay dos que resultan especialmente difíciles de aceptar. La primera anuncia una nueva era y el fin del mundo tal como lo hemos conocido: uno regido por el orden liberal. Como si el mundo que conocimos en el siglo XX (incluida su segunda mitad) no hubiera estado regido por la fuerza y el interés de las superpotencias. El mundo como voluntad de poder no ha cambiado: solo está cambiando el mundo como representación, por decirlo al modo de Schopenhauer.
Hasta ahora Estados Unidos sostenía un ideal de sociedad y se esforzaba por proyectarlo a pesar de sus humanas recaídas en la contradicción. La prensa destapaba un engaño y la hipocresía tenía un coste electoral, de modo que si un líder americano no era decente se cuidaba al menos de parecerlo. Esto es lo que ha muerto: el pudor. El trumpismo se sirve de la liquidez cognitiva provocada por internet -si todo es mentira nada importa salvo el espectáculo, vaticinó Debord- para invertir el paradigma y canonizar la desvergüenza. Un mesianismo del revés donde el ungido no muere por los pecados ajenos sino que sobrevive (literalmente: ocurrió en Pensilvania) para poder seguir cometiendo los suyos propios explotando el resentimiento contra la presunción de superioridad moral de la izquierda.
La otra hipérbole aprecia parecidos razonables entre Pedro y Trump. Es verdad que en tanto individuos ambos comparten categoría moral -narcisistas desprovistos de escrúpulos-, pero se parecen menos de lo que a Pedro le gustaría. Trump controla las dos cámaras y el Supremo; Pedro perdió las elecciones y el Supremo va a procesar a su fiscal general. Trump tiene en su contra a los medios convencionales (aunque el Post de Bezos empieza a virar), pero cuenta con el apoyo abrumador de Silicon Valley; Pedro ha comprado a la mayoría de los medios convencionales (públicos y privados), pero su imagen en redes es la de un pelele risible. Trump está harto de recibir multimillonarios en procesión a Mar-a-Lago; Pedro tiene que escenificar en Moncloa la ejecución personal de un Pallete ya amortizado para que el Ibex no le pierda el respeto.
Ambos detestan a jueces y periodistas independientes. Ambos usan el poder para garantizarse su impunidad y la de su familia. Y el Partido Republicano deberá su vaciamiento programático a Trump igual que el PSOE se lo deberá a Pedro. Pero me temo que el legado del primero seguirá vigente cuando el negociete familiar del segundo haya entrado en concurso de acreedores.