El Pp, para no acabar como el Psoe (haciendo de mendacidad virtud), igual debería abstenerse en la votación del decreto ley contra el que votó la semana pasada y en el que se aprobarán, entre una veintena más de medidas, la subida de las pensiones conforme al ipc, las ayudas de la dana y al transporte público y el regalo de un palacete que le ha hecho el Gobierno al Pnv por su buen comportamiento, es decir por ser fiel a su secular insolidaridad y su codicia.
Se entiende que estos del Pnv se mofen ahora públicamente de los del Pp (y de los españoles). Los nacionalistas vascos siempre mandan a Madrid portavoces que parecen recién llegados de una comida copiosa, pagada, naturalmente, con dinero de Madrid, no de Bilbao. Estaban ayer, como es natural, satisfechos con la digestión del palacete. Han sido históricamente los parlamentarios más regalados de nuestra democracia, y, mira por dónde y cuando los tribunales se lo habían estorbado, se han encontrado con una garçonnière en París para sus propios koldos y donde eructar como en casa.
También a propósito de esta votación algunos de los secuaces del Gobierno han motejado a los populares, sin el menor respeto, de «ridículos» y de ir «como pollos sin cabeza». De no venir de ellos, que encarnan la ridiculez y la tara cognitiva, se entendería.
Por su parte, las excusas que los populares han improvisado para justificar ese cambio de postura se quiebran de sutiles: lo han hecho, han asegurado, para no perjudicar a quienes más lo necesitan. No es cierto. Si se abstuvieran, las pensiones y esas ayudas estarían garantizadas igualmente por los que decían que no se podía modificar el tal decreto. Como en el asunto del palacete, el voto del Pp parece hecho a la medida de su pereza o, peor, de su incapacidad o de su impotencia para acabar con socialistas, comunistas y demás ralea, por decirlo a la barojiana.
Del papel que han desempeñado en esta comedia bufa los del Gobierno, por último, queda poco que añadir. Sobre la farsantería de su presidente y de sus serviles, más sobreactuados y apocalípticos que nunca, ya se ha dicho todo. Al fin y al cabo se veía desde el primer momento que los únicos que sacarían algún unto de estas ollas podridas serían, una vez más, los nacionalistas.
Descubrir una sonrisa en el semblante de los adversarios causada por la torpeza propia (o peor aún, una risita), no es agradable. Los del Pp habrán echado mano, supongo, del consolador «quien ríe último...» etc. Solo que tampoco tienen muy claro cuánto tardará en llegar ese momento. He oído decir que en el juego del fútbol (y ha estado uno tentado de escribir «balompié» para no engañar a nadie respecto de mis conocimientos de ese deporte) más cansado que jugar cuando se tiene el balón, resulta hacerlo cuando lo tiene el contrario, doblándoles en kilómetros y esfuerzos y tratando de robárselo o hacerse con él, en el mejor de los casos, cuando los otros lo pierdan por error.
Es exactamente lo que empieza uno a observar que le está sucediendo al Pp. Lo que ha ocurrido en esta opereta. No han hecho otra cosa que ir desalados de un lado para otro, a merced de lo que el Gobierno y Junts maquinaban a cada momento.
Hoy por hoy el Pp no parece demasiado convencido de su victoria. Confía más en que pierdan los otros, y jugando como han jugado esta semana, también se comprende (Vox, yendo contra el Pp desde el banquillo, va con el Gobierno y cuenta poco). Eso explica algunas ocurrencias, ciertamente extravagantes (como esa de pactar con Junts pero no con Puigdemont, o la de votar, sólo por miedo al qué dirán, lo contrario de la semana anterior). Y también se comprende. Están justificadas en las prisas por acabar con el suplicio de vernos gobernados tan sin escrúpulos por Fu Manchú y unos ministros siniestros (dígalo Albares). Como también entiende uno el desaliento que causa cada día ser testigos de cómo quienes están obligados a decir la verdad, esperan llegar delante de un juez para mentir más que alientan.
Podría pedirse a unos y otros que explicaran con seriedad a los jóvenes, de cuyo trabajo dependen en parte esas pensiones, cómo de justas son estas, y si con nuestra tasa de natalidad y desempleo pueden sostenerse y por cuánto tiempo.
Pero no es agradable oírse llamar fascista, sólo por preguntarlo. Se comprende. Y eso que ni siquiera se ha hablado de no transferir la fiscalidad a Cataluña o de acabar con el cupo vasco y demás fueros, (y cuánto ayudaría la supresión de estos privilegios góticos a nivelar y subir las modernas pensiones de todos los jubilados, no solo vascos y catalanes). O anunciar una nueva ley electoral, en caso de que vuelvan a la Moncloa, que le impida al Gobierno de España depender de aquellos que quieren acabar con España.
Y como la oposición parece achicada, entiende uno perfectamente al presidente del Gobierno y su contento, tan parecido al de Maduro, más cerca de terminar la legislatura que de acabar en la cárcel.
Quiero decir, que uno lo comprende todo y a todos. A sí mismo, un poco menos, la verdad. Lo normal, tal y como están las cosas, sería salir a ver mundo o encerrarse en casa, con pocos pero doctos libros juntos. Y sin embargo aquí nos tienen a unos cuantos, semana tras semana, unos días contra toda esperanza y otros, de lo más esperanzados. Y lo más raro de todo, y aunque no se lo parezca a algunos, de aceptable buen humor.