Fue un norteamericano el que dijo que la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, y ahora ha tomado democráticamente el poder un sindicato de millonarios que ataca a los científicos, el comercio libre y los derechos humanos, y envía a los inmigrantes a campos de concentración. Son los que mandan en la tecnología, en las tiendas, en las redes y ahora en el país más poderoso del mundo, subordinado a un fanfarrón que se cree Pericles.
Pero esa gran democracia ha descubierto en unas horas que se había equivocado y empieza a dar respuesta a los disparates de la nueva presidencia de Estados Unidos, que ha debilitado el dólar, ha hundido las bolsas y va camino de sumergirse en la ruina que quería para los otros.
«Ha llegado el fascismo», dicen las pancartas de los manifestantes contra las bravuconadas de Trump y Musk. ¿Qué creía Trump, que después de quemar Roma iba a irse a jugar al golf sin que pasara nada? Ahí tiene la respuesta de uno de los países que venció al fascismo dejando miles de muertos en las playas. Bajo el lema «Manos fuera», estallaron 1.400 manifestaciones en 50 estados y en algunas ciudades europeas contra los recortes del Gobierno de Washington, que ha echado a la calle a miles de empleados, especialmente a los científicos. Ha tratado tan mal a los aliados como a los enemigos e impulsado una disparatada guerra de aranceles con la coartada de que EEUU ha sido perjudicado por los acuerdos comerciales que ha firmado, en los que basa su megalómana venganza. Los chinos ya están respondiendo y los europeos no se van a dejar humillar. Los expertos devoran el enfoque sobre los déficits como erróneos y tramposos. No son recíprocos, sino falsos. Son reaccionarios, lo que intentan es refinanciar la deuda y van a aumentar los impuestos y a empobrecer al universo.
Desde que un actor mató a Lincoln hasta que Oswald asesinó en Dallas a JFK ningún magnicidio ha sido casual. A Nixon no lo mató un actor ni un espía: acabó con él un funcionario del FBI. Cuando la Casa Blanca es una película de matones como ahora, peligra la vida del presidente. También puede ocurrir un Watergate y que el inquilino del Despacho Oval tenga que dimitir. Watergate es el Poema del Mío Cid del periodismo y un aviso a los que mandan en los EEUU. Allí sí hay controles.