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Las peores vacaciones de Fidel Castro: cuando la CIA asedió el paraíso del comandante

El líder cubano descubrió Cayo Piedra, su lugar en el mundo, en la invasión de 1962 y se hizo allí una extravagante mansión que obsesionó a sus enemigos yanquis

Fidel Castro, en uno de sus yates. El retrato pertenece a la colección de Juan Reinaldo Sánchez, el antiguo guardaespaldas que reveló su gusto por el lujo.
Fidel Castro, en uno de sus yates. El retrato pertenece a la colección de Juan Reinaldo Sánchez, el antiguo guardaespaldas que reveló su gusto por el lujo.
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Podría decirse que una de las peores cosas que te pueden pasar en tus vacaciones es que intenten matarte. Salvo que seas Fidel Castro. El exjefe de la inteligencia cubana Fabián Escalante reveló que la CIA realizó 634 intentos de asesinar al Comandante entre 1959 y 2001. Con métodos que iban desde la mujer fatal, al disparo de bazuka durante un partido de béisbol, pasando por el puro bomba, el puro envenenado, la pluma envenenada, el batido envenenado, el pañuelo envenenado y un aditivo para que perdiera su barba y su virilidad.

Dado que Castro murió en la cama a los 90 años, su historia con la CIA parece una réplica de la del correcaminos y el coyote. Para Castro, elegir entre las 50 residencias secretas entre las que dormir cada noche, elegir una amante o, simplemente, la hora y la ruta para ir de un punto a otro de la isla suponía jugar a la ruleta rusa. Con razón el hombre no se desplazaba con menos de 10 guardaespaldas, dos de ellos donantes de sangre y una pistola a sus pies. Todas sus residencias contaban con bunkers y centros médicos.

Para saber más

Aunque Castro siempre decía en sus interminables discusos que la Revolución no le dejaba tiempo para los placeres mundanos, su numerosa bibliografía se está encargando de desmentirlo. Durante la invasión fallida de Bahía de Cochinos de 1961, mientras acababa con los sublevados, Castro se enamoró de una isla en la costa sur de Matanzas, un lugar llamada Cayo Piedra. Allí vio el escenario ideal para hacerse una mansión de vacaciones, gobernar, recibir a amigos, fumar puros y practicar la pesca submarina, su deporte favorito.

El enamoramiento insular llevó a la CIA a planear durante la década de los 60, y parte de la de los 70, dos de los intentos de asesinato más chanantes de la historia de castrismo. El primero se basaba un traje de neopreno contaminado con esporas que habría de llevar a Castro al colapso respiratorio. El segundo, en una caracola explosiva, tan bonita, tan brillante y tan inusual, que cuando Castro la descubriera en sus paseos por las profundidades, no podría evitar recogerla. Y eso sería como quitarle la anilla a una granada.

Pero al igual que con los años hemos ido sabiendo de los intentos de asesinato de Castro, en Cuba se han ido desenterrando poco a poco los misterios de Cayo Piedra, que en realidad no era una isla, sino dos adyacentes, con un kilómetro y medio en total. Cuando Castro las descubrió, en lo primero que se fijó fue en su entorno marino casi virgen, que fue lo mismo que le pasó al explorador Jacques Cousteau, quien acabó pidiendo al Comandante permiso para explorar los fondos a bordo del Calypso.

Castro empezó a visitar la zona con asiduidad, simplemente para sus incursiones pesqueras submarinas. Llegaba a bordo de alguno de sus yates, incluido el Aquarama II, de 30 metros de eslora, forrado en maderas preciosas angolanas y propulsado por cuatro motores (regalo de Brezhnev). El ex teniente coronel y ex Jefe de Grupo de la Seguridad Personal de Castro, Juan Reinaldo Sánchez, lo recuerda en cubierta, con un vaso de Chivas Regal en la mano.

Sus incursiones submarinas despertaron la creatividad de los espías de la CIA. Pero también la del propio Castro, quien empezó a construir a mediados de los 70 las futuras instalaciones de la que sería su residencia oficial de vacaciones. Primero, dos viviendas, una en cada isla, que luego unió con un puente de hormigón de 65 metros. La del norte sería para las visitas, como el escritor Gabriel García Márquez, y para primeros ministros como el canadiense Pierre Trudeau, el germano oriental Erich Honecker, o el mexicano Luis Echeverría. También Felipe González en 1986, al que Castro escribió dos años después en una carta: «No dejes de recordar que en Cayo Piedra los peces esperan por ti».

Con los años, la mansión vacacional de Castro se le fue de las manos. Se dejó millones de dólares en la construcción de lo más parecido a un jardín del edén: un delfinario, un criadero de tortugas, una piscina de agua dulce, un jacuzzi natural, un búnker, un muelle para yates, una pista para helicópteros, una planta eléctrica, una residencia anexa para el personal. ¿Qué podría salir mal en Cayo Piedra? pensaría Castro. ¿Qué podría salir mal ahora que sabemos dónde va a estar y, sobre todo,qué le gusta hacer? pensaría la CIA.

No fue difícil diseñar el traje de neopreno con esporas. El problema era encontrar otra Marita Lorenz, aquella amante de Castro que supuestamente aceptó una oferta de la CIA para hacerle ingerir cápsulas envenenadas. Lorenz se las arregló para llegar con ellas hasta el dormitorio de Fidel, pero acabó escondiéndolas en un tarro de crema hidratante, y se disolvieron sin que pudiera llegar a ejecutar el plan.

En 1975, el Comité de Inteligencia del Senado de EE.UU. afirmó que había pruebas concretas «de un plan para obsequiar a Castro con un traje de neopreno forrado con esporas y bacterias que le provocarían una grave enfermedad en la piel (o tal vez algo peor)». El plan, supuestamente, involucraba al abogado estadounidense James B. Donovan, según informa Cubainformación.tv, quien debía entregar a Castro el traje durante la negociación para liberar a los prisioneros de Bahía de Cochinos. Según informó AP en 1975, el plan fue abortado «cuando Donovan entregó a Castro un traje de buceo diferente por iniciativa propia».

No le fue mejor a la CIA con la caracola explosiva. Cayo Piedra enseguida se convirtió en una fortaleza inexpugnable, y los espías no encontraron la forma de alcanzar la isla y colar la caracola en uno de los arrecifes del gusto de Castro sin levantar sospechas, sin intermediarios y, sobre todo, sin que otro encontrara la caracola. Las peores vacaciones de Castro se convirtieron en realidad en las peores vacaciones de la CIA, y de una larguísima lista de espías y ex presidentes estadounidenses, que veían una y otra vez escapar al correcaminos comunista de sus trampas veraniegas.