«El Reich era un objeto de fascinación para muchos británicos», cuenta el historiador Tim Bouverie. «Alemania era el país contra el que habían combatido, un lugar extraordinario, con un glamour extraño y oscuro. Los aristócratas eran especialmente sensibles. Habían perdido su poder político después de la I Guerra Mundial. El primer ministro ya no les escuchaba y elegía a políticos de clase media para su Gobierno. Los alemanes no se dieron cuenta de que los aristócratas ya no tenían influencia política y les halagaron abrumadoramente. Los invitaban con todos los honores y Hitler los recibía, mientras que su primer ministro no. Los llevaban a cacerías, a visitar a las autopistas y las obras de los Juegos Olímpicos de Berlín... Y a ellos les encantaba, claro, y volvían al Reino Unido diciendo que Alemania no era tan mala como se contaba. Algunos de esos aristócratas no eran especialmente inteligentes. Otros no tenían muchos deseos de evitar la guerra. Cuando los gobiernos de Alemania y el Reino Unido rompieron, muchos de ello se plantaron en Alemania y se ofrecieron como intermediarios».
Los lectores de las novelas de las hermanas Mitford y los aficionados a la serie The Crown reconocerán a aquellos aristócratas ociosos que pasaron a la Historia con el apodo de los «diplomáticos aficionados» y que ahora son el contrapunto cómico y frívolo de Apaciguar a Hitler (Ed. Debate), el libro de Bouverie que escribe la intrigante historia de Neville Chamberlain, Anthony Eden y los demás líderes del Reino Unido que entre 1933 y 1939 intentaron convivir pacíficamente con el III Reich.
E intrigante, esta vez, tiene un sentido moral. A diferencia de los «diplomáticos aficionados», los líderes de aquella política del apaciguamiento no eran unos insensatos. Al contrario: su postura partía de posiciones morales: el pacifismo, el deseo de reconciliación, la disposición a negociar, el afán por deshacer los errores históricos propios... Sus buenas intenciones pavimentaron el camino de la II Guerra Mundial, pero eso sólo se supo a la vuelta de la Historia.
Después de los Acuerdos de Múnich de septiembre de 1939, que consolidaron la ocupación alemana de los Sudetes a cambio de la paz en Europa, pocos británicos dudaban de que los apaciguadores estaban en el lado correcto de la Historia. Winston Churchill, Alfred Duff Cooper y aquellos que suplicaban desde 1933 que el Reino Unido se rearmara ante la inminencia de una guerra en Europa eran considerados aquel otoño como unos aguafiestas anacrónicos. A finales de año, la ilusión del apaciguamiento ya se había quedado en nada.
Alemania mimó a los aristócratas británicos para que transmitieran una imagen dulcificada de su realidad
Hay un dato curioso: la popularidad del apaciguamiento en septiembre de 1939 era transversal, se daba entre ideologías, clases sociales y generaciones opuestas. «La imagen que tenemos es que la clase trabajadora empezó a cambiar de actitud antes, en otoño de 1939, empezaron a ser más beligerantes contra Alemania que la burguesía», explica Bouverie. «Creo que ocurrió así porque los trabajadores tenían menos que perder mientras la burguesía sospechaba que la guerra llevaría a la revolución social. Además, la clase trabajadora tenía mucho sentido del Imperio y mucho orgullo nacional. Por primera vez, sentían que su Imperio no tenía una actitud noble».
«Para los conservadores, había un dilema. Ellos eran los más patriotas, los más antialemanes desde la I Guerra Mundial. Pero también temían al comunismo. El anticomunismo era una de las grandes razones para relativizar al régimen nazi en los años 30. El comunismo era el fantasma de las clases altas; a los trabajadores no les importaba el comunismo, apenas lo consideraban. El Partido Comunista Británico sólo tenía 20.000 miembros». ¿Y los laboristas? «Para la la izquierda, la amenaza fascista que más alarmaba era la guerra en España. El no alineamiento en España enfureció a los laboristas mucho más que la pacificación. En realidad, Mussolini preocupaba más que Hitler. Los laboristas británicos tenían una política pacifista pero estaban en contra de los nazis. Eran antifascistas pero siempre votaban contra cualquier medida de rearme».
Churchill lo dejó escrito en sus diarios: la izquierda veía en las potencias fascistas la peor de las amenazas pero pretendía combatirlas por el método de disolver al Ejercito británico. En cambio, la derecha siempre estaba dispuesta a fortalecer a sus Fuerzas Armadas pero no acababan de creerse que lo de Hitler fuese para tanto. Cada lado tenía su razón equivocada para apuntarse a la causa de los apaciguadores.
El relato del rearme de Alemania es el gran drama de Apaciguar a Hitler, transmitido como en una novela de intriga. Capítulo a capítulo, Alemania suma armas y aviones mientras que el Reino Unido recorta presupuestos. «En los años 30, el Imperio estaba en problemas», explica Bouverie. «La India estaba empezando el camino hacia su independencia y la economía estaba muy debilitada. Los políticos tenían en cuenta la opinión pública por primera vez en la historia y el espíritu del pacifismo era muy fuerte. Cualquier acción preventiva contra Alemania hubiese sido un suicidio político. Al contrario, el pensamiento predominante consistía en que, si se rebajaban los castigos a Alemania por la I Guerra Mundial, desaparecería el revanchismo».
En cambio, Francia empezó a recibir la antipatía de muchos británicos: «Churchill era la excepción, adoraba a Francia. El resto de líderes no sentía ningún afecto por Francia, aunque tampoco tenían un vínculo especial por Alemania. Se creía que Francia había sido un obstáculo para la paz, que había llevado al fracaso de la República de Weimar porque no había permitido que Alemania recuperara su sentido de la dignidad nacional», explica Bouverie. «Además, en los años 30, la política francesa era inestable, un desastre, con cambios de gobiernos cada cuatro meses».
La prensa popular, protagonista de esa época, se cebó en esa debilidad. «Los dos principales periódicos populares de los años 30, el Daily Express y el Daily Mail, estaban llenos de artículos de simpatía hacia los poderes fascistas. Sus dueños eran conservadores que no querían la guerra y que estaban aterrados con el comunismo. Eran conservadores en el sentido estricto, querían conservar la riqueza. El Express tenía un titular permanentemente instalado en la portada que decía 'No habrá guerra'. Decían que había una parte justa en las reclamaciones de Hitler. El Mail hablaba del renacer patriótico de la nación alemana, del espíritu juvenil, de la ausencia de vagabundos, del vigor que corría por las venas de la nación».
Los dos principales periódicos de los años 30, el 'Daily Express' y el 'Daily Mail', estaban llenos de simpatía hacia los fascistas
¿Y Neville Chamberlain (entre el 28 de mayo de 1937 y el 10 de mayo de 1940)? ¿Qué datos biográficos del primer ministro británico son significativos en esta historia? «Chamberlain fue un autodidacta», explica Bouverie. «No fue a una gran universidad ni estuvo en el mundo de los clubes de Londres. Lo enviaron a las Bahamas para dedicarse a la agricultura y lo pasó fatal, pero salió adelante a base de trabajo. Entró en la política muy tarde, cuando su personalidad ya estaba marcada. Era un hombre con una determinación muy fuerte y con mucha confianza en su trabajo. El problema fue que esa determinación tendía al dogmatismo. Estaba convencido de que tenía la razón y desechaba cualquier información que no encajara en sus ideas. Y había otro elemento en su carácter... Era un hombre muy susceptible al halago, quizá por su inicio humilde. Cuando Stalin lo halagó, Chamberlain cambió su visión de Stalin. Y en Hitler no supo valorar a quién tenía ante él en Múnich. Hubo quien le previno pero él no les escuchó. Chamberlain confió en Hitler y ese fue su peor error».
El nombre de Chamberlain aparece con cierta frecuencia en los debates políticos actuales. En España, por ejemplo, la causa de los apaciguadores fue una metáfora habitual en 2017, en los meses más atormentados del procés. «La palabra apaciguamiento quedó ennegrecida y creo que es un malentendido», sostiene el autor. «El apaciguamiento que está basado de una posición de fortaleza y de un deseo de hacer las cosas bien es un impulso positivo. El problema es el apaciguamiento que sale de la debilidad. Ha habido desastres militares amparados por la experiencia de los años 30, desde Irak a Vietnam. Creo que valió la pena reunirse con Hitler, descubrir si se le podía apaciguar. El problema fue que no se extrajo la lección correcta: que Hitler era inapaciguable».
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