"Al mar nunca le des la espalda. Nunca". Carmen Pérez, Carmiña, lo advierte mirándonos a la cara, de perfil al agua que impacta fuerte contra las piedras de A Batedora, uno de los farallones donde apañar buen percebe en Costa da Morte. Estas rocas mansas, de contorno galápago, pertenecen a la demarcación del la cofadía de pescadores de Camelle. Es una línea de costa exultante, un damero de formaciones rocosas, como respiraderos del mar.
Este crustáceo (Pollicipes polymerus, la versión más sabrosa) prolifera en los acantilados y se agarra a las paredes segregando una poderosa sustancia adherente. Ha evolucionado hasta perder su movilidad. Es el rey de los mariscos, el más caro, el que más riesgos de cosecha acumula y el que suma muertes sucesivas de recolectores.
Unos 50 percebeiros de la demarcación de Camelle (en la ruta de los faros), mujeres y hombres, se echan al océano en barcas con motores fueraborda de 60 caballos durante la campaña de verano para arrancar unos cuatro kilos por persona, el cupo estipulado. Cuatro kilos ni uno más.
Los percebeiros ganan en lonja entre 35 y 80 euros si consiguen cubrir el máximo de captura. En las mesas de los restaurantes que los ofertan pueden alcanzar los 250 euros por kilo. Los mejores son de aquí: de membrana gruesa con la base sanguínea y la uña de nácar dura como el sílex. Viven en la costas rocosas batidas por el mar abierto. Son un récord de extravagancia.
Los percebeiros hacen hucha en los meses pacíficos del verano para soportar mejor los días feroces del invierno, cuando el Atlántico levanta olas de tres o cuatro metros, con crestas violentas y embates criminales. Lenguas capaces de reventar un cuerpo. Olas que matan. Olas contra en las que muchos se han dejado el alma por apañar estos bichos rarísimos concentrados en huracos, y llagas, y salientes, y estribos imposibles.
El horario de faena lo impone el mar. "Trabajamos con las mareas. Tenemos tres horas para poder capturar percebe. Cuando el agua vuelve a subir es imposible coger nada", explica Carmen. Cada mes permite 12 días de captura.
De los oficios legales este es de los más duros. De los más invisibles. De los peor recompensados. Los profesionales viven en una humedad permanente que cala hasta lo hondo de la sangre. Un trabajo de hombres donde destacan algunas mujeres: las audaces percebeiras. Las mujeres rotas del mar. Bravas. Corajudas. Extremadas. Sacan adelante a las familias mientras sortean la herida, quiebran la cintura a la muerte. Aunque a la muerte no es fácil pillarla en un renuncio: todo en ella es exacto.
Mujeres con hombres en un mismo devenir. "¿Machismo? Aquí todos somos iguales", ataja Carmen. "En el mar no puede haber enemigo. Y si lo hay, a la hora del peligro le lanzas un cabo como harías con tu padre. Aunque tengas delante al peor ser del mundo, si está en el mar contigo y necesita auxilio sólo puedes pensar en rescatarlo".
Quien más, quien menos, soporta por dentro huesos remendados, los tobillos recompuestos, los codos apañados, la columna vapuleada. Demasiadas horas de frío. Carmen Pérez, Carmiña, tiene 51 años. Lleva en la faena del percebe 18. Y muchas roturas, y golpes de mar casi letales a cuestas. En dos o tres ocasiones el 'regreso' de una ola gorda la arrastró al mar y ese es el momento peor. "El golpe de mar es malo, pero el arrastre de después es mucho peor. Ese puede llevarte al agua y con la mar batida es difícil sacarte".
Tiene en la mirada el velo de agua que se les pone a las gentes del mar. Su sonrisa es amplia. Viene de un linaje de abuelos, padres y hermanos marineros. Viene de quienes han resistido al Atlántico que todo lo machaca. Viene también de enterrar a compañeros a los que el océano impuso un día la intemperie total.
Estamos en el dulce y mínimo puerto de Camelle, en la trasera de la cofradía de pescadores. A las 9.15 apareció Carmen detrás de una sonrisa grande y a bordo del traje de neopreno, con unas botas de goma fuerte y colgando de un hombro la mochila de salir a jugarse la vida. Dentro lleva un cabo atado a una boya, los guantes duros, dos bistronzas o cavadoiras (dos de los muchos nombres de las espátulas de hierro para separar el percebe de la roca) y la saqueira de red donde guardar la captura de la jornada.
El percebeiro bueno es el que arriesga. Y no hay más. ¿Miedo? Claro que hay, pero tampoco puedes permitirte el miedo
La mañana es luminosa. "Hoy podría ser un día tranquilo. Mira el mar, está plato", dice. "Salir al mar me gusta y más en días así. Esto es lo que sé hacer. Conozco los peligros y lo demás... Claro que pienso en lo que puede pasar, pero no me gusta hablar de la muerte. No la pienso. Si lo hiciese no saldría de puerto. No, no puedes enredar en esas cosas. El percebeiro bueno es el que arriesga. Y no hay más. ¿Miedo? Claro que hay, pero tampoco puedes permitirte el miedo. Al mar es mejor tenerle respeto. Mucho respeto. Y aun así...". En las rocas se trata de sortear esa novena ola que viene buscando presa con el luto asomando en el rizo.
En todas las campañas, Carmen, como las demás, suele sufrir algún motivo de baja médica. Andar al trote sobre las piedras o esquivar los golpes de mar son dos maneras de estar siempre en el lugar del riesgo. En el sitio peor. "Y qué le vamos a hacer. Hay que trabajar. En mi familia hemos comido del percebe desde hace tres generaciones. Mis hijos estudian carrera porque el percebe (y el pulpo, y las anémonas, y la pesca que sea) lo ha hecho posible". El 85% de las mariscadoras gallegas son mujeres, pero en el percebe los hombres son más. Como sea: todos van a una. Si algo tiene claro el mar es que no los quiere dentro. El océano de Costa da Morte es la última dentellada del agua.
Al rato llega Xosé Xuan Bermúdez, patrón mayor de la cofradía de Camelle. Casi 30 años saliendo al percebe en su barca, Los dos cuñados. Xosé es de anatomía rotunda. De simpatía elástica. De pasión desmedida por el océano. "Empecé cuando niño. Y ya de adolescente me puse en ley", informa. (Ponerse en ley es trabajar con licencia).
Los percebeiros legales necesitan licencia para faenar. Carmen y Xosé hacen pareja de oficio. Se protegen, se acompañan, comparten fortuna y días feos. Algunos fines de semana salen por turnos al mar para hacer ronda por las piedras y ahuyentar a los furtivos, que son su lacra. Él conoce cada una de estas rocas. Casi cada piña de percebe que alojan. Y también cuándo conviene salir al tajo, según el Atlántico le sople al oído.
Xosé se ciñe el neopreno en el muelle. Las Chirucas castigadas de subir y bajar por unas rocas hechas de punta de puñales. Salta a la barca de fibra por un costado y arranca el motor. Carmen accede por la proa desportillada. Detrás, los periodistas. El fotógrafo Aymá protege las cámaras con celo imbatible: su preferencia es asegurar la maleta dejándose caer al fondo si es preciso antes de que la Leica o la Hasselblad de 1958 sufran un roce de agua. "Vamos a explorar", exclama Xosé. "A ver dónde nos conviene hoy. Algunas rocas están descansando, para que el percebe crezca. Nosotros llevamos varias semanas apañando en las mismas y ya va quedando poco". El percebe es hermafrodita. Crustáceos emparentados con las gambas o las langostas. Pasan la etapa larvaria como una especie de camarón, como parte del zooplancton.
La salida del puerto de Camelle es casi recreativa. "No te fíes", avisan. "El mar suave también traiciona. Incluso traiciona más". La costa está dividida en cuatro partes para faenar. A los 15 minutos de travesía llegamos a las primeras piedras. Pasamos por A Negra, que tiene tres o cuatro clases distintas de percebe. ¿El percebe vale más según la roca de que la arrancas? "Sí. El precio varía según el lugar de captura", explica Carmen. Allí está O cocho do can (La casa del perro). "Es uno de los lugares de más peligro". Y después vienen Alas do paso: "El percebe que da es cojonudo de una esquina a otra". Dejamos atrás La grieta de Germán y Alas do rapaces. Y al fondo está A Redonda: "de ahí sale un percebe mortal... Decimos mortal Al mejor", explica Xosé.
Conozco lo que significa estar al borde de la muerte. La ola avisa, pero algunas directamente te rematan
En las paredes del farallón que llaman Capelo hay dos o tres personas manejando con habilidad ninja las bistronzas. Carmen levanta un brazo y saluda: "Mira, esa mujer que está en lo alto es Marisol. Una de las veteranas. Mujer brava, igual que Laura, otra compañera... Las mujeres sufren aquí igual que los hombres. Ellos llegan a lugares más difíciles, pero nosotras estamos igual de expuestas. El mar no sabe de sexos. El mar no tiene marido ni mujer. No tiene hijos ni amigos. Al mar le tienes que dar lo suyo y no desafiarlo. En este oficio, los incautos y los aguerridos son los primeros en caer".
- ¿Te sientes bien en el mar?
- Mucho.
- ¿Lo entiendes?
- Llegar a entenderlo, no. Pero sé descifrar lo que dice en cada momento y lo que advierte. He visto a gente caer con malos golpes. Reventarse el cuerpo en la captura del mejor percebe. Y conozco lo que significa estar al borde de la muerte. La ola avisa, pero algunas directamente te rematan.
Xosé confirma que la parada será en A Batedora. Cinco minutos después, con el ancla echada y la barca inestable, Carmen salta a una de las piedras. "Fíjate: está todo pelado. La piedra está blanca. Antes del vertido del 'Prestige' había una manta de mejillones y de percebes. Ahora cuesta mucho encontrarlos. Eso no es por nosotros, que respetamos los dos meses de crecimiento del marisco. Eso es porque el Prestige destrozó la costa. Las piedras están enfermas. Las consecuencias del Prestige todavía duran, pero en la administración nadie quiere reconocerlo".
De la mochila extrae las bistronzas, los guantes y la saqueira. La ajusta a la cintura. Se ciñe los guantes. Se asegura las botas y trepa y desciende por las rocas sin perder de vista el océano. Es un espectáculo. El Atlántico hace sentir a esta hora su sonoro carraspeo. En los meses crudos, los percebeiros se avisan unos a otros gritando una palabra mojada: "¡Mar!". Apenas esto: "¡Mar!". Es la señal de peligro. Al escucharla todos se ponen a cubierto hasta que el trallazo pasa y se hace recuento de personal. Si te descuidas, las consecuencias siempre son malas. Así durante tres horas danzando sobre las rocas, atentos a no perder pie, a no dar la espalda a lo que importa. Con los cuerpos entre dos soledades: la propia y la del mar.
Carmen escoge el lugar. Xosé se lanza a nado hacia otra roca. Arranca las primeras piñas, las observa en décimas de segundo y las echa al saco. Dejan algunas formaciones sin tocar. Los percebes indultados (nunca los mejores) repoblarán las rocas en el tiempo de descanso. Se mueve con precaución, pero no falla cuando encuentra el tesoro. Un golpe de mar imprevisto le zarandea el cuerpo. "¿Ves? Esto es siempre así. Y a lo peor te lleva con él". Están en el océano por vocación. No cabe la mística. Carmen explora los rincones de la roca. Las mejores piezas siempre habitan los más difíciles de hurgar. Las olas estalladas dejan unos violentos destellos blancos y brilladores. Tres horas después, Carmen y Xosé vuelcan en una parte lisa de A Batedora sus 'saqueiras'. "Es una buena mañana", exclaman. Llevan poco más de cuatro kilos. Cuando limpien de rocas de impurezas los percebes quedarán, más o menos, en los cuatro kilos exigidos por cada cupo. "Y así cada día. Haga frío o calor. Llueva o tengamos el sol encima", explican.
- ¿Hasta cuándo aguantarás?
- Nos obligan a jubilarnos a los 65. Eso es inaceptable. Después de 18 años tengo tantos accidentes en el cuerpo --como todas mis compañeras y compañeros-- que no entiendo cómo no revisan nuestro régimen de jubilación. Hay percebeiras de 60 y 62 años encaramadas aún a las rocas. Eso es una locura. Un peligro enorme. Creerán que trabajamos en una oficina. Y ya ves lo que es esto: nuestra oficina te mata. A los cincuenta y tantos ya no tienes la agilidad ni los reflejos necesarios para resistir al mar. Estamos luchando para que se nos reconozca una jubilación acorde a la peligrosidad del oficio. Los cuerpos sufren mucho. Y casi nadie llega a jubilarse aquí porque antes les dan la 'permanente' [incapacidad laboral permanente] de tantos golpes, de tanta batalla. Siempre acabamos igual: rotas por dentro".
En la barca, de regreso a Camelle, los percebeiros hacen parada obligatoria en el puerto de Santa Mariña. El guardapesca pesa las dos sacas y revisa la barca para evitar 'excesos'. Una vez confirmado que todo está en orden dispensa dos papeles de conformidad, uno por percebeiro, y seguimos ruta hasta Camelle. Carmen se quita el neopreno en el baño de la cofradía de pescadores. Su marido recoge el botín y lo lleva a casa a limpiar.
Esta tarde estarán en lonja y mañana en cualquier mercado o restaurante. Al triple de lo que a ella le han pagado. "Pero esto es así. Todos tenemos que ganar". Mañana, a la misma hora, regresará a las piedras si el tiempo no lo impide, cuando la marea diurna baje. En la terraza del bar Roterdam, frente a la cofradía de pescadores, se sienta, como siempre, frente al mar. Porque en esto no hay excepción: nunca le des la espalda.
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