A sus 73 años, el empresario madrileño Fernando Nieto, creía tenerlo todo, al menos, para pasar sus vacaciones mucho mejor que la mayoría de los mortales: un piso de cuatro habitaciones en el Paseo Juan Carlos I, la milla de oro de Ibiza, y probablemente el metro cuadrado más caro del Mediterráneo; y un yate de 17,5 metros atracado a menos de 500 metros de la puerta. Fernando llevaba casi medio siglo veraneando en la isla y, hace dos años, decidió marcharse. "Y no vuelvo", sentencia, "y mira que el mar de Formentera es único en el mundo".
Fernando fue el último de una pandilla de aproximadamente veinte amigos empresarios de la Península y de Italia que, en el último lustro, han ido abandonando la isla. "Ibiza es un suplicio, se ha convertido en un sitio irrespirable", explica desde Altea (Alicante), donde acaba de comprarse un chalet con piscina, y un nuevo amarre. A la saturación, que ya era un problema hace dos décadas, se ha unido una subida de precios disparatada, que ha convertido sentarse en la terraza de un bar o de un restaurante, en una operación de alto riesgo.
El martes, en una terraza de moda próxima a Vara de Rey, en pleno centro de Ibiza, una pareja de turistas de unos 40 años se pedía una caña, una Coca-Cola y unas aceitunas de mesa de toda la vida. Al traer la cuenta, resulta que las aceitunas son nueve euros. Contaron 12 huesos. A tres euros cada cuatro aceitunas. En el campo, se paga a cuatro euros el kilo. "No es ya que no puedas pagarlo, es que te toman por gilipollas, que no es lo mismo. Un tío con dinero no es un idiota, es un tío que se ha ganado la vida bien, y sabe de qué va la movida", resuelve Fernando.
En Ibiza, los restaurantes se han acostumbrado a disimular en sus webs las cartas entre vídeos de olas y caracolas, y a colgarlas sin precio porque, hablar de dinero, es una ordinariez. A las botellas de vino de cinco ceros, a los filetes a 410 euros, al lenguado a 145 euros el kilo que se pesa en secreto, a la ración de almejas a 135 euros, a las copas a 25 euros, a los botellines de agua a 14 euros, a las reservas con consumición mínima de 90 euros, a las sanciones de 30 euros por persona por no aparecer, el cliente de Ibiza había ido respondiendo con llenos absolutos, como si la fuente de multimillonarios despreocupados del planeta fuera inagotable. Sin embargo, este verano, la cosa ha cambiado.
"Ya no hay príncipes para tanto palacio", apunta Pedro Matutes, presidente de la Academia de Gastronomía de Ibiza y Formentera. Los locales de moda en los que podías pagar en crypto, armados de dj y chef de presunto renombre, y en los que era imposible conseguir una reserva, están llegando al servicio con mesas vacías. "El lujo no hay que asociarlo al precio extravagante, el lujo es calidad, y muchos se han dado un leñazo, pero es bueno que haya una corrección", observa Matutes.
El presidente de la Asociación de Bares, Restaurantes y Cafeterías de Ibiza y Formentera, Miguel Tur Costa, adelanta las consecuencias: "Las expectativas no están ni remotamente cerca de cumplirse". Aunque los efectos de esta crisis del llamado turismo de lujo no sólo se están sintiendo en la zona cero. Los cementerios de mesas vacías brotan en destinos satélite como Puerto Banús y Menorca. En esta última, la asociación de restauradores cifra la caída de la facturación en más de un 30%.
El profesor de Economía de la Universitat Oberta de Catalunya, Pablo Díaz, cree que mientras en Ibiza empieza a doblegarse la curva del lujo, otros destinos de la Península aún empiezan a sumarse a ello: "Es hacia lo que van, y la primera consecuencia es que el turismo nacional, mayoritariamente de clase media, está viajando menos, porque no puede".
En un hotel cinco estrellas al norte de la isla, donde se duerme a 2.760 euros la noche, durante la cena, el camarero sirve a cuatro huéspedes españoles una mariscada con vieiras y almejas que anuncia como "productos del mar de Ibiza", a lo que los clientes responden con una carcajada. "Eso hace mucho daño al que luego lo hace bien", se lamenta Matutes. En Ibiza, ya casi no quedan cartas en las que la hamburguesa no sea de wagyu, el Tomahawk australiano y el pescado, por supuesto, de peix nostrum. "Es que eso es imposible, es que no hay ni ha habido tanto rape ni tanto mero en la isla en la historia", confirma Matutes.
Vicente Marí Bosó, además de diputado nacional y secretario de Industria y Turismo del comité de dirección del PP, es ibicenco. "Ha habido un efecto descorche de botella de champagne tras la pandemia, había una demanda embalsada y luego creció mucho la oferta, han sido dos años de gran despliegue. Ahora el mercado corrige y es normal, porque hay precios excesivos, y algunos se han pasado de frenada. Eso es muy mala publicidad. No se puede aprovechar la marca Ibiza para actuar impunemente".
Al mismo tiempo, las grandes cadenas de supermercado que poco a poco han ido desembarcado en la isla, no paran de aumentar su facturación. Este verano, en la playa, es tendencia en moda la bolsa del Mercadona. Cala Bassa, Cala Compte y ses Salines, tres de las playas más instagrameadas del mundo, están llenas de bañistas cargados de barras de pan, blisters de jamón cocido y paquetes de mini fuets, que devoran a escasos metros de camareros de beach club con los brazos cruzados, junto a camas balinesas con mesitas y manteles blanquísimos, que no encuentran clientes hambrientos de combos de sushi, ostras con jugo de papaya y vinagre de calamansi; o sorbetes con daiquiri de mango. "Estamos perdiendo el turismo familiar, el de clase media, el que podía ir a un restaurante", se lamenta Matutes.
Según el 'Estudio del Gasto Turístico' (Egatur) del Instituto Balear de Estadística, en los cinco primeros meses del año, cada turista se dejó una media de 224,16 euros diarios. En una encuesta de Turístic Eivissa i Formentera (ATEIF), una asociación sin ánimo de lucro, el 47% de 6.190 turistas encuestados declaró que lo peor de la isla eran los precios.
Sin embargo, la isla sigue llena de gente. A ciertas horas, en la Marina ibicenca, hay que pasear en fila india. Las colas de taxis superan los 40 minutos de espera, y tratar de aparcar en la capital puede suponer pasar la noche en un atasco. El aeropuerto de Ibiza cerró julio con 1,4 millones de viajeros, lo que supone un descenso del 0,2% respecto al año anterior. "El cliente no ha desaparecido, simplemente hay menos alegría en el gasto", sentencia Matutes.
La encuesta del Movimiento Turístico en Fronteras (FRONTUR) publicada por el Instituto Balear de Estadística (IBESTAT) señala que de enero a junio los turistas se dejaron 1.392 millones de euros en Ibiza y Formentera, lo que supone una caída del 3,7%. El PIB balear, que se había disparado tras la pandemia un 12,5% en 2022, se estabilizó en el 3,7% en 2023. El panel de Funcas prevé que baje hasta el 3,5% este año, aunque el BBVA cifra hasta el 2,5% la bajada.
Para Marí Bosó, Ibiza, no está tan enfocado al lujo como podría creerse: "Puede tener una parte de verdad, pero creo que es más una percepción de los medios". A principios de siglo, en la isla, tan sólo había un hotel de cinco estrellas. En 2012, ya eran cinco y, esta temporada, ya han alcanzado la treintena. Desde el sector apuntan que representan apenas el 5% de las camas. "Había que renovar la planta hotelera, las clásicas colmenas de los 70 se reconvirtieron", apunta Bosó. Pero también los pequeños. En ocasiones una mano de pintura y un buda gigante en la puerta ha servido de excusa para subir cien euros la noche.
La ocupación cerró julio con casi un 15% de camas libres. Pedimos los datos de los cinco estrellas al gerente de la Federación Hotelera de Ibiza y Formentera, Manuel Sendino, pero dice que no los facilitan. Una simple búsqueda en el portal de reservas Trivago permite encontrar ofertas en cinco estrellas de hasta el 40% en pleno agosto, lo que supone dormir por 531 euros. Y algo más. La misma web ofrece varios hoteles de cuatro estrellas más caros que varios de cinco.
Otro de los sectores donde se ha notado más la explosión de la burbuja luxury es en la náutica. "Despegó con la pandemia, la gente quería la privacidad del barco, esquivar la playa, y además no había discotecas", apunta Sergio Ruiz, de A30nudos, que cuenta con una flota de seis embarcaciones.
No es ya que no puedas pagarlo, es que te toman por gilipollas, que no es lo mismo
"Muchos pensaban que era la panacea, se compraban un barco en la Península y venían a Ibiza a alquilarlo", explica Sergio. La mayoría, sin cumplir la normativa, que incluye patrones titulados, seguros en regla y licencias de chárter, entre otros muchos trámites burocráticos. También un amarre, algo casi imposible de conseguir en Ibiza, y que fue lo que provocó que tras el último temporal muchos acabaran estrellados contra las rocas, hundidos o volcados sobre la arena de las playas de Formentera.
El precio de las lanchas de Sergio: 1.500 euros el día con la gasolina. "Pero tengo que competir con una oferta ilegal que pide 600 con combustible y patrón, en efectivo y sin factura, y así no se puede", se lamenta Sergio. Las ofertas pueden encontrarse en Wallapop. Para mañana mismo se ofrecen 52 embarcaciones. La más barata, una lancha por 150 euros y una botella de champagne.
El problema, le preguntamos a Sergio, es pillarlos. "Que va, es facilísimo, como pillar a Puigdemont, te vas a Talamanca y vas barco por barco, o esperas en las Salinas, o en Porroig a que embarquen los pasajeros, pero no confío en que nadie venga a arreglarlo".
Ramon van der Hooft, presidente de la Asociación de Náutica de Ibiza y Formentera, cree que hay entre 500 y 1.000 embarcaciones operando ilegalmente. "La primera semana de agosto muchas empresas tenían amarrados el 40% de sus barcos y eso no puede ser. Se han visto obligados a aceptar precios que no sirven ni para cubrir los gastos. El consumidor tiene todo el poder". Van der Hooft cree que más de una empresa no va a poder sobrevivir.
Nacho Guerra hace lo mismo pero con grandes chárter, es decir, de más de 30 metros, por los que se pagan entre 10.000 y 20.000 euros por pasar el día, y que no están a disposición de todos los bolsillos: "Pues ahora esos clientes se te ponen a regatear, y eso es algo que no he visto en mi vida".
Hace un par de semanas, en su discurso anual por las fiestas de Ibiza, el presidente del gobierno insular, Vicent Marí, advirtió a sus ciudadanos, de la que se viene encima: "No todo vale para conseguir beneficios. Una isla de oportunidades como Ibiza deja de serlo cuando rompe su equilibrio social. Cuando la codicia y el interés por seguir creciendo por encima de nuestras posibilidades, frena aspiraciones y proyectos de vida y de futuro".
Fernando Nieto todavía se acuerda de cuando se le escapó a la propietaria de un restaurante histórico de la isla, una confesión que sonaba a refrán local, y que parece que todavía le resuena: "A los que van de paso, cañonazo". En una de sus últimas incursiones a Formentera, el empresario madrileño cuenta que desembarcó con otros tres amigos en otro restaurante de toda la vida de la playa de Illetes. "Me quisieron cobrar como 500 euros por una paella, que ni era de bogavante, era mixta. Le dije que no le pensaba pagar, y el dueño dijo que iba a llamar a la Guardia Civil. Le respondí que la llamara, que aquí los espero. Todavía los estoy esperando".