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La gran epidemia de las agresiones a sanitarios: "Por no darle una baja me llamó hija de la gran puta y me mandó a fregar"

Cada día 40 profesionales de la salud son agredidos en España. Un clima de violencia que en Italia ha provocado que incluso se reclame la intervención del ejército para proteger al personal hospitalario. Hablamos con víctimas de vejaciones para poner rostro a esta lacra social

Lourdes García es técnico de cuidados auxiliares de Enfermería en el Hospital de Linares.
Lourdes García es técnico de cuidados auxiliares de Enfermería en el Hospital de Linares.
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Cualquier médico guarda en su memoria una lista de acontecimientos y nombres no demasiado larga. En ella figuran aquel paciente agradecido que le hizo un regalo sorprendente cuando recibió el alta, un error de diagnóstico que todavía le abruma y el rostro del primer enfermo que perdió. Es una lista de logros y equivocaciones con las que convive. El doctor René Leriche, pionero francés de la cirugía vascular, la definió de forma más poética como un pequeño cementerio interior al que se acude a rezar de vez en cuando; un lugar en el que a veces hay amargura y pesar, en el que se debe buscar explicación a los fracasos.

En el cementerio interior de todos los profesionales sanitarios, desde el neurocirujano estrella hasta el conductor de ambulancias, hay hueco para un insulto o un maltrato recibido en el ejercicio de su oficio. A veces, incluso para algo más. El más doloroso vivido por la médico María Justicia se produjo en las Urgencias de un hospital de Castilla-La Mancha, cuando una mujer «desquiciada» le arrancó parte del cuero cabelludo con un tirón lleno de rabia.

Ella no fue la única víctima de aquella agresión. Una médico residente acabó con las gafas rotas, un celador recibió un empujón y otro paciente fue golpeado mientras reducía a la violenta. La doctora Justicia recuerda a su atacante. «Era una mujer que había discutido con su hija y que decía que la chica tenía ansiedad, que había que atenderla de inmediato, que ella no iba a esperar». Cuando se le indicó que permaneciera en la sala a la espera de ser llamada, la madre se detonó como una bomba.

Hubo un juicio y una condena. La culpable no pagó la multa impuesta -se declaró insolvente- ni cumplió la pena de 18 meses de prisión porque no tenía antecedentes penales.

En España cada día alrededor de 40 profesionales sanitarios son agredidos. De las casi 15.000 notificaciones de agresiones recogidas en 2023 en el último informe del Ministerio de Sanidad, la mayoría corresponden a insultos, amenazas o coacciones (84%), mientras que unas 2.300 implican violencia física. En cinco años su número ha crecido un 50%.

Sin embargo, esta radiografía no representa debidamente la realidad. Así lo apuntan colegios profesionales, sindicatos e incluso fuerzas policiales. «Estos datos son sólo la punta del iceberg», reconoce el comisario Manuel Yanguas, interlocutor policial sanitario de la Policía Nacional, una figura creada en 2017 para mejorar la respuesta a este tipo de violencia contra profesionales asediados en centros de salud, hospitales o atención domiciliaria. «Muchas agresiones no se denuncian, sobre todo las verbales, y por eso hay que evangelizar para que cada vez más víctimas den el paso».

Para saber más

En el pueblo sevillano de Villamanrique de la Condesa una médico del centro de salud sufrió dos agresiones de diferentes pacientes en apenas 72 horas. En la primera, fue insultada y estuvo a punto de recibir un puñetazo, mientras que en la segunda sí que fue golpeada en la cara y el pecho. En un municipio de Alicante, un médico que se encontraba de guardia tuvo que hacer frente a un paciente que le amenazó con un objeto punzante porque no le prescribió el fármaco que él demandaba. A mil kilómetros de distancia, un exaltado no sólo propinó empujones, gritos y amenazas al personal de su centro de atención primaria en la provincia de Pontevedra, sino que destrozó la puerta de entrada del edificio.

Todos estos sucesos de la crónica negra sanitaria de España se produjeron la semana pasada.

¿Por qué esta ola de agresividad en una sociedad que hasta hace poco reconocía el esfuerzo de sus sanitarios en los días más duros de la pandemia? ¿Cuál es la razón de esa paulatina pérdida de respeto social de una labor antes tan prestigiada? ¿Somos muchos más maleducados que nuestros padres y abuelos?

Tras la reforma del Código penal de 2015, agredir o intimidar de forma grave a un profesional sanitario se considera delito de atentado. Los agresores pueden llegar a cumplir penas de prisión de entre 3 meses y 6 años, incluso cuando el ataque se produzca fuera del lugar de trabajo, motivado por su condición profesional. «El 80% de las agresiones no se denuncian», asegura la doctora Justicia, que detecta en los españoles mucha más agresividad y menos tolerancia, desde la pandemia. «Hemos pasado de los aplausos del covid a los insultos y el maltrato», dice resignada.

María Justicia, 59 años, médico de familia.
María Justicia, 59 años, médico de familia.

Y a veces mucho más que insultos. Especialmente en un contexto cada vez más difícil para el ciudadano que requiere de atención sanitaria, con una lista de espera para citarse con un especialista que supera los 100 días y una cola de casi 850.000 personas -dato al cierre de 2023- para una intervención quirúrgica.

El retrato robot de la víctima de la violencia sanitaria es una mujer de entre 35 y 55 años que trabaja en un centro de salud, la primera línea del sistema y también la más desprotegida. Lo sabe bien la doctora Carolina Pérez de la Campa, de 53 años, que fue agredida, tanto física como verbalmente, por la hija de un paciente que exigía que se le diera un aparato de control de diabetes, a pesar de que el enfermo no sufría esta enfermedad metabólica y no lo necesitaba. «Lo pasé muy mal porque fui a la comisaría sola y allí estaba la arrestada con toda su familia», dice esta médico que hoy es delegada de Prevención de riesgo de la organización sindical Amyts.

A su agresora le cayeron seis meses de cárcel, pero tampoco cumplió condena por falta de antecedentes. «Al agresor le sale barato su comportamiento», afirma Pérez de la Campa. «A mí me costó años volver a sentirme segura en mi consulta».

El moretón o la cicatriz no suele ser lo que duele. Es la destrucción de la autoestima, el sentir que tu vocación está en cuestión o la ansiedad preventiva que aparece el domingo por la noche para recordarte que al día siguiente vas a sentarte en la misma silla.

Una presión que obliga a muchos centros de salud españoles a convertirse en una especie de fort apache que busca defenderse de la violencia de unos pocos, cuya actitud altera la convivencia de un pueblo o un barrio que ve cómo se pone en riesgo un servicio esencial para la comunidad. El 13% de los médicos agredidos, según el Observatorio Nacional de Agresiones, necesitan de una baja para recuperarse, así que muchos enfermos se quedan sin atención si no se contrata a un sustituto o pasan a ser atendidos por otro profesional que ya está de por sí desbordado por la falta de personal.

Las agresiones se sienten todavía más en localidades pequeñas, porque la cercanía entre agresores y víctimas es muy reducida. Lo sabe bien María J., enfermera de la Sanidad andaluza que vivió un episodio muy desagradable en el centro de salud de un pueblo. Ella era la encargada de administrar la metadona como tratamiento de la adicción a narcóticos, una labor que exige un protocolo muy estricto. En una ocasión, un consumidor que se la exigía se abalanzó sobre ella. «Me amenazó y me dijo cosas terribles», dice la sanitaria, que prefiere no dar su apellido ni localización. Por suerte, un médico escuchó lo que estaba sucediendo en su consulta y pudo acudir al rescate. Finalmente, intervino la Guardia Civil.

«El agresor se lo tomó muy mal y me acusaba por el pueblo, poniéndome a parir, de que yo le iba a quitar el pan a sus hijos», dice María J. «Durante los meses siguientes, cuando salía de trabajar, daba un par de vueltas a la manzana para comprobar que no me seguía».

Esta enfermera pertenece a un colectivo en el que, según una encuesta realizada por el sindicato Satse, ocho de cada 10 profesionales sufre una agresión verbal o física a lo largo de su carrera y la mitad ha vivido al menos hasta cinco. El pavor que sintió María J. aquel día no se plasma en un atestado policial o en un email a su supervisora. Tampoco lo describe una estadística ni un artículo periodístico. Para comprenderse tiene que entrar por los ojos.

Eso fue lo que sucedió hace un par de semanas en un hospital de Italia, cuando se hizo viral un vídeo en el que se reproducía la angustia de unos sanitarios que se atrincheraban en una sala para evitar ser agredidos por los familiares de una fallecida. Las redes se llenaron de comentarios de indignación y de solidaridad con las víctimas, hubo manifestaciones en varias ciudades del país y los políticos prometieron más medios. Pero, por primera vez, durante las protestas, los profesionales exigieron una medida inimaginable hace poco en un país europeo, próspero y democrático: la intervención del Ejército para garantizar la protección de sus sanitarios.

Carolina Pérez de Camba, médico, 53 años.
Carolina Pérez de Camba, médico, 53 años.

En España no se ha llegado hasta ese punto, pero distintos colectivos acusan a las Administraciones de no proteger debidamente la salud laboral de sus profesionales y demandan una ley específica que por fin salga adelante para proteger a los sanitarios.

Piden también más vigilantes de seguridad, cámaras y botones antipánico en sus lugares de trabajo. Además de formación para gestionar encuentros con un paciente conflictivo. Los consejos de la guía de la campaña Cuida de quien te cuida de Policía y Guardia Civil son una muestra más de que la situación es difícil. Una rápida lectura basta para que uno se sienta más cercano a la película El guardaespaldas que a Doctor Zhivago. Estos son algunos de sus consejos: «Mantener la distancia de seguridad con el paciente de al menos un metro», «evitar que tenga a mano objetos contundentes que pueda usar como arma arrojadiza», «disponer de vías de salida abiertas...» La tecnología también tiene un papel importante en la prevención. Para ello se está difundiendo el uso de AlertCops, una especie de SOS digital que también utilizan las víctimas de violencia de género. Este sistema manda una alerta al centro policial más cercano junto con la posición de la víctima, así como una grabación de 10 segundos de audio de lo que está pasando.

--Un día en una consulta un hombre vino a pedirme la baja laboral -cuenta María Justicia-. Se la negué y le expliqué el porqué, no había razones médicas que la justificaran.

--¿Cómo se lo tomó?

--No olvidaré nunca lo que me dijo: 'Eres una gran hija de puta que deberías dedicarte a fregar suelos'.

La resiliencia de los profesionales es, en cierta forma, una respuesta contraproducente, aunque gracias a ella se evita el caos. «Es tanta la presión que son muchos los que piensan que la violencia verbal es un riesgo inherente a su trabajo», dice Carmen Guerrero, portavoz del sindicato de Enfermería Satse.

Es la asunción del desprecio. Una situación impactante para cualquiera. Nadie en la oficina donde trabaja piensa que un día un cliente le va a llamar a voz en grito «cabrón» o «zorra». Ni espera que alguien que demanda sus servicios y al que va a ayudar a que se sienta mejor amenace con darle una paliza cuando vaya a recoger a sus niños al colegio. Pues bien, estos son algunos testimonios que se escuchan con frecuencia en el confesionario de los sanitarios. Son casos de agredidos que han aceptado contar su experiencia pero sin ser identificados en este artículo.

«La frase de 'esto va con el sueldo' ha hecho mucho daño», denuncia la jueza Natalia Velilla, autora del ensayo La crisis de la autoridad (Ed. Arpa). «A nadie le pagan para aguantar insultos. Por mucha tensión que se viva en una situación de enfermedad hay comportamientos que son inadmisibles». Y añade: «Vivimos una crisis total de respeto, una pérdida de la educación y las formas. Esto es una malinterpretación de la democracia».

Es lo que los sociólogos llaman la vulgarización del trato público. Muchos ciudadanos consideran que las personas que trabajan para el sector público están a su servicio, que son de cierta forma sus siervos. Es decir, los pacientes sobrevaloran sus derechos y olvidan que también tienen obligaciones. Es lo que la doctora Justicia resume con unas palabras que son un encabezamiento habitual de muchas frases que se dicen en una consulta: «Yo quiero, yo quiero...».

Todo el mundo quiere.

Esta sensación de superioridad sobre el sanitario queda patente en las agresiones: nueve de cada 10 se producen en la sanidad pública. Sobre todo, cuando crece la insatisfacción del ciudadano con el servicio, que en el último informe del Sistema Nacional de Salud, le otorga una nota de 6,27. La más baja en 11 años. La atención primaria, la más golpeada por la violencia, con un 6,37 queda muy lejos del notable que tenía antes de la pandemia. «Hay gente que no entiende que los profesionales no somos los culpables de las listas de espera y los problemas de gestión que hay», dice la enfermera Carmen Guerrero.

Esto no implica que los abusones del sistema salgan impunes. «Las estadísticas demuestran que muchos son reincidentes. Es decir, el violento mantiene su agresividad para conseguir sus fines, sea por una receta de un medicamento o una baja si no se les paran los pies», explica el comisario Yaguas. «De las 115 personas que detuvo el año pasado la Policía Nacional por agresiones a sanitarios ninguna era reincidente. La denuncia corta el problema de raíz».

Pero se necesitan medidas preventivas, Y cambiar muchas cosas.

«Cualquier persona que grita en las redes sociales parece tener más predicamento que un profesional competente que ha estudiado» dice Velilla, que considera que en la sociedad actual el conocimiento es puesto en cuestión. Y mucha culpa de eso la tiene el eso erróneo de internet. «La democratización de la información provoca que el paciente llegue con la idea de lo que le pasa, de la prueba concreta que hay que hacerle y el tratamiento a seguir, porque lo ha leído en una web», dice Guillermo Fouce, profesor de Psicología de la Universidad Complutense.

Por eso cuando el profesional contradice su opinión se produce una tensión entre sanitario y paciente. Creemos que un clic vale más que muchos años de estudio, que el examen del MIR equivale a pasar de pantalla en un videojuego. Por primera vez en la Historia, el enfermo no sólo discute la sabiduría del chamán de la tribu, que siempre ha sido el personaje más respetado de una comunidad, sino que éste es maldecido si su opinión no convence.

"La democratización de la información provoca que el paciente llegue con la idea de lo que le pasa y el tratamiento por haberlo consultado en internet"

Guillermo Fouce, psicólogo

Lo curioso es que la fe casi mística por el doctor Google provoca una extraña resaca. «Nos hace creer que sabemos más de lo que sabemos al mismo tiempo que creemos que ellos saben menos de lo que saben», dice Velilla.

El desprecio hacia el sanador, muchas veces público gracias a las redes sociales, es lo que ha hecho que Lourdes García -rubia, corajuda y de uniforme azul cielo- quiera dar la cara. «No por lo que me ha pasado a mí, sino por el dolor que me provoca leer cada vez que se publica una noticia de una agresión comentarios del tipo: 'Poco os hacen para lo que os merecéis'»

Lo que sí es seguro es que esta técnico de cuidados auxiliares del Hospital San Agustín de Linares no se merece lo que le sucedió la noche del pasado 20 de marzo.

Lourdes fue agredida por una mujer cuando la invitó a salir de la sala de curas de Emergencias, un lugar de acceso restringido en el que hay material que puede considerarse peligroso como agujas y bisturíes. Tras zafarse de ella y echarla no pasaron ni dos minutos para que la agresora volviera a la carga. Por fortuna, en esta ocasión no consiguió tirarla del pelo.

La situación fue tan desagradable para esta sanitaria que al amanecer, cuando concluyó su turno, pidió a un miembro de seguridad que la acompañara a su coche. Tenía miedo de un nuevo encuentro o que aquella mujer localizara su coche y matrícula.

Sin embargo, la historia de Lourdes no acaba aquí. El siguiente día que fue a trabajar , mientras trasladaba por un pasillo a un enfermo llegado en ambulancia, se encontró con su agresora.«Me quedé petrificada», dice. «De repente, rompí a llorar. Tuve que salir a la calle corriendo para tranquilizarme».

Aquel mismo día acudió a la comisaría para poner una denuncia. Cuando describió a la agresora le dijeron que sabían quién era, que era «problemática». No sólo eso, en esos momentos estaba en la sala de espera. «No me lo podía creer, yo estaba aterrorizada, era de película». Dos agentes escoltaron a Lourdes hasta su coche para evitar más incidentes. Luego esta auxiliar se enteró de que aquella mujer también había agredido a una celadora de su hospital.

Los problemas de la salud mental, que se han agravado con la pandemia, son para los expertos otra de las razones que se esconde detrás del aumento de las agresiones. «La falta de medios para atenderlos debidamente obliga a los profesionales a recurrir siempre a la medicación, que aunque tiene su utilidad no resuelve los problemas de fondo», explica el psicólogo Guillermo Fouce. «Esto lo que provoca es mayor irritabilidad y frustración en los pacientes».

La atención psicológica es la parte más débil del sistema sanitario español, reconocido incluso por el propio sistema en su informe de calidad del SNS del Ministerio de Sanidad. De las cerca de 14.000 consultas realizadas en 2010 sobre salud mental se ha pasado a 26.000. Es decir, casi el doble. «Un aumento de la asistencia que se ha tomado con la insuficiencia de los recursos destinados a la atención a la salud mental en el sistema que ha propiciado el auge del sector privado en este área asistencial», apunta el informe. En la actualidad, sólo dos de cada 10 consultas de este tipo son ya atendidas por la sanidad pública.

Listas de espera, el abuso del doctor Google los problemas psiquiátricos sin atender...

-Lourdes, ¿algo más?

-Sí, más respeto por parte de todos. Cuando uno va al notario, casi ni respira, se queda calladito... ¿Por qué no se puede tener el mismo respeto hacia alguien que lo que quiere es curarte?

Y lo demás Lourdes se lo guarda para su cementerio interior.