Existe una escuela de atletismo donde el corredor a veces se enreda con sus propias piernas y se cae. Un estadio donde el que hace lanzamiento de peso tiene los brazos flácidos. Una hierba donde la chica que apunta al cielo con la jabalina observa sonriente cómo se clava después a unos pocos metros delante de su pies: nada más que ocho o diez metros delante de sus pies, y qué.
Existe una sociedad nada secreta donde las marcas que de verdad importan las lleva cada uno por dentro.
Pasemos revista en este batallón de valientes.
Por ejemplo, Javier, que tiene 18 años y también tres quistes en la cabeza, que fue operado varias veces de las extremidades inferiores porque se caía y que no se apaña muy bien para atarse lo cordones. Pero que desde hace unos meses corre y corre y corre. Cuando su madre lo vio acabar aquella carrera de 200 metros desde la grada, no pudo hacer otra cosa que ponerse a llorar de alegría.
Qué me dicen de Pedro, que tiene una encefalopatía crónica no progresiva con afectación de la mielina y un 82% de discapacidad, que se comunica señalando letras y palabras en un tablero y que una vez le mandó una carta a una chica en San Valentín por la que nunca obtuvo respuesta. Un chico que hoy está enamorado de su deporte y que le ordena una y otra vez a su cerebro que abra la mano para lanzar la maza de madera. Pero el cerebro ya saben.
Qué me dicen de Sandra, que ahí viene portando su lanza como una amazona griega y pisando firme la hierba a pesar del daño que le provocó el infarto cerebral que tuvo en su nacimiento. No sabe manejar el dinero y se lía con las horas del reloj. Pero madre mía qué forma de sonreír con su jabalina: hay tanta luz ahí como en los focos del estadio.
Javier, Pedro, Sandra... Y Alba. Y Patricia. Y Armando... Con mucha menos resiliencia espartana aguantó el paso de las Termópilas.
Y así hasta 13, que es un número igual de primo que el dos o que el tres (no se vayan a creer). Los 13 por impares. Los 13 de lo imposible. Los 13 atletas nunca vistos. Los 13 de la Escuela de Atletismo Corriendo Tras un Sueño para personas con alta discapacidad. Los 13 con las marcas más fieras.
"Al principio llegaban y les daba vergüenza que el resto de los deportistas [los que no tienen discapacidad] los viera allí en la pista de atletismo. Se hacían muy pequeños. Pero hoy se comen el césped. A todos los que se les acercan les digo que no tengan miedo a romper nada, porque rotos ya estamos".
El que habla es Lorenzo Albaladejo, creador y responsable de la escuela, quien tiene parálisis cerebral y quien ha sido 18 veces campeón de España paralímpico como velocista o saltador. Quien sufrió acosó escolar debido a su discapacidad. Quien se cayó tres veces al suelo la primera vez que entrenó saltando vallas de 20 centímetros.
La escuela está en Murcia (estadio Monte Romero) y pronto arrancará en Madrid. Empezaron en abril y ya tienen 45 personas con gran afectación intelectual o motora en lista espera. El suyo es un espacio único en España porque es el único lugar donde estas personas -sobrecargadas de gastos: fisioterapeuta, logopeda, etc- pueden hacer atletismo de forma gratuita. Solo una silla de competición como las que usan para el lanzamiento de peso cuesta más de 4.000 euros. No deja de tener gracia que sea Salones Admiral (una empresa de juegos recreativos) quien sufrague en su totalidad el proyecto.
Así que vamos allá.
Lorenzo nos dice una frase para que nos pongamos sin más demora en las zapatillas de este reportaje.
Preparados, listos, ya.
"Nadie está lejos de sufrir un ictus mañana, verse en la misma situación y ser uno de ellos".
Ser como Sandra.
Su madre -María Rosa Jara, administrativa- cuenta que el infarto cerebral que sufrió su hija en el hemisferio izquierdo le afectó al brazo derecho. Hoy es una joven de 19 años inmadura a la que le cuesta orientarse. "De pequeña iba a baile", recuerda aquella. "Fue creciendo y se quedó un poco atrás. La apuntamos a piscina con el churro, pero no terminaba de encajar en ningún sitio. Tampoco en pilates... Hasta que ha conocido la jabalina".
Ser como Pedro.
Su madre -María Peñafiel, ama de casa- explica que, a los tres meses de nacer, el más pequeño de sus tres hijos hacía "movimientos raros con las manos". Que "con cinco meses, veía que aquello no era normal: le sentabas y era un chicle". Y que, a los siete meses, ya tuvieron el diagnóstico: la maldita encefalopatía. A pesar de todo, el chico nunca perdió la inteligencia. Lo más duro fue que no le dejaron seguir estudiando: terminó la ESO con buenas notas, pero, al no ser obligatorio el Bachillerato, le retiraron los apoyos y no pudo estudiarlo como él hubiese querido. "Cuando me llamaron por si quería hacer atletismo, les dije riendo: '¿Vosotros conocéis a mi hijo? Porque, en cuanto lo veáis, os vais a dar cuenta de que no puede o de que no le vais a dejar'. Y lo vieron. Y desde entonces trata de tirar las mazas. Y a mi hijo le han dado una segunda vida".
Ser como Javier.
Su madre -Mari Carmen Negres, taxista separada- comenta que a Javier se lo sacaron con fórceps y que aquello debió de ser la causa de sus tres lesiones en la cabeza, el motivo de que a veces se ponga las camisetas del revés, la causa de su discapacidad evidente. De que tenga 18 años que parecen 12. De que le hayan tenido que operar de las dos piernas y de los incontables ingresos hospitalarios. Es verdad que no puede cocinar o coger una cuchara en condiciones, pero también lo es que va solo desde Cabanillas a Murcia en autobús para acercarse a entrenar en un viaje de 45 minutos, porque mamá está con el taxi y hace 12 horas al día trabajando. "Siempre se quiso muy poco. Yo le animo y le digo todo lo que hace bien. Pero se le cae algo y dice: 'Javier es tonto, Javier es tonto'. Y se empieza a dar golpes a la cabeza".
Entonces Javier llega al estadio (lo estamos viendo entrar con una media sonrisa) y ya no es un tonto lento, sin un listo veloz.
Las instalaciones adaptadas son gentileza del ayuntamiento de la ciudad y el gimnasio es cosa de la Universidad de Murcia. A los niños mimados de Corriendo Tras un Sueño siempre se les reservan los mejores horarios de la pista. De octubre a mayo, las horas menos frías. El resto del año, las horas menos calientes. La explicación es que una persona con parálisis cerebral puede sufrir una crisis epiléptica debido a los cambios extremos de temperatura.
"Son chicos que vienen muy jodidos. No tanto a nivel cognitivo (que a veces también), sino por cómo los miran desde fuera. La mayoría no puede vivir sin alguien a su lado. Todos tienen problemas de coordinación y movilidad, de espasticidad y de control motor", señala Lorenzo Albaladejo. "Nuestro objetivo no solo es una mejora deportiva, sino que haya un mínimo avance en las condiciones de vida y en sus capacidades".
En enero tendrán que decidir si compiten o no.
Y mientras tanto, el entrenamiento más gozoso los lunes, los martes y los jueves. Y la broma que hace uno de los 13 y que todos celebran. Y los intentos de los entrenadores por ganar un milímetro de autonomía. Y el corrillo de madres (casi siempre madres) que charla y lo ve todo desde lo lejos, y que incluye a Mari Carmen. A María Rosa. A María.
Lorenzo también tuvo una madre parecida a cualquiera de ellas. Solo que su caso fue distinto.
"Mi padre me venía a ver jugar al fútbol y me decía que era imprevisible, que lo mismo soltaba una patada al rival que me iba del campo o me la metía en propia meta... Me sentía el raro. Era duro ver que tu equipo perdía siempre, y que además perdía por ti", ha dicho en alguna ocasión.
"Creo que durante mucho tiempo fui el peor deportista de España... Mi rutina de niño era que empezaba un deporte, me motivaba antes de probarlo, luego comprobaba que era muy malo, me frustraba y lo acababa dejando... Tuve la suerte de que, en los deportes de equipo, mis compañeros nunca me echaron en cara lo malo que era. Porque si hubiese sido así, me hubiese hundido en la mierda. Es más, cuando los rivales o el público se reía de mí, ellos saltaban como animales que protegen a sus crías. Se podían reír de otros del equipo, pero no de mí".
"Con todo lo que se invierte en Seguridad Social y en Sanidad, estos chavales están vendidos", alerta ahora. "Tienen agendas frenéticas con terapias y actividades de todo tipo. Muchos quieren hacer algo de deporte, pero no hay sitios donde hacerlo sin un coste añadido para ellos".
"Queremos enseñar a la sociedad que, por muy rara que te parezca una persona desde lejos, no es tan rara si te acercas a ella".
La plusmarca mundial de lanzamiento de peso es de 98,48 metros (Zelezny). El hombre que más rápido corrió los 200 metros (Bolt) lo hizo en 19,19 segundos. Pero qué sabrán esos atletas a los que todo sonríe de lo que es sentir que te estás superando. De lo que mide un milímetro. De lo eterno que se hacen dos segundos.
Pedro se lo cuenta a Zelezny y a Bolt muy despacio y ayudado por un escorzo mientras va desplazando su mano contraída por el tablero donde tiene un abecedario y decenas de palabras.
Habla el lanzador de mazas Pedro a su manera, marcando aquí y allá.
Traduce en voz alta el velocista Javier, que se ha colocado a su lado.
Esta es una pareja compenetrada y no la de Nadal y Alcaraz.
Primero un "yo", luego un "antes", luego un "de", luego una "L", luego una "o", luego una "r", luego una "e", luego una "n"...
"Yo antes de Lorenzo no sabía que podía estar haciendo este deporte. He ganado mucha autoestima. Me da mucha satisfacción ver que he mejorado desde cuando empecé".
Claro que no todo es luz en esta historia, como comprenderán.
Cuenta María Rosa, madre de Sandra, que hubo un tiempo en que su hija Sandra no hacía más que preguntarle que por qué a ella, que por qué le había pasado a ella y no a su hermana pequeña, que le contara de nuevo cómo sucedió.
"Un día trataba de presionarla para que usara más su brazo derecho. Al final hizo el esfuerzo y cogió lo que se le había caído con la mano derecha. Pero me dijo: 'Ojalá me hubiese muerto dentro de tu barriga'".
Lo dice y calla. Miramos al estadio. Los chicos entrenan. Sandra lanza la jabalina y ríe. Seguimos.
No todo es luz. Pero existe y -de alguna manera- ha venido para quedarse.
Solo hay que ver a Sandra esta tarde de lunes. Lo blanda que da la mano, pero lo firme que es su alegría.
María, madre de Pedro, también sabe reconocerla (la extraña mariposa de la alegría, decíamos). Porque tiene esa blancura cegadora de perla que no encuentras en ninguna otra parte.
Nada más que en ellos.
"Mi hijo es muy feliz. Tú le preguntas y te dice que es muy feliz", habla con una sinceridad conmovedora. "Una vez en primero de ESO les preguntó la profesora a todos los de su clase que quién era feliz... El único que levantó la mano fue mi hijo. El único que tenía discapacidad severa de toda la clase era él".