HISTORIAS
Historias

Las Navidades más solitarias de los jóvenes españoles: "En la era de mayor conexión de la historia nos sentimos más solos que nunca"

Casi un 44% de los españoles admiten sentirse solos y, por primera vez, son las nuevas generaciones quienes más lo padecen. Cada vez más estudios analizan el impacto en nuestra salud y el coste económico de una epidemia que se agrava en estas fechas

Las Navidades más solitarias de los jóvenes españoles: "En la era de mayor conexión de la historia nos sentimos más solos que nunca"
PREMIUM
Actualizado

En el verano de 2019, una cadena neerlandesa de supermercados -Jumbo, se llama- abrió en la localidad de Vlijmen su primera kletskassas. Algo así como una 'caja parlanchina'. En estos tiempos atropellados, la idea de la compañía era habilitar un puesto para cobrar a las personas que no tienen la más mínima prisa, incluso a las que no les importa charlar un rato con los empleados mientras le empaquetan los arenques. La iniciativa tuvo tal éxito que dos años después Jumbo decidió poner en marcha otras 200 kletskassas por todo el país. El anuncio coincidió con el inicio de la Semana contra la Soledad en Países Bajos.

«Muchas personas, especialmente las personas mayores, se sienten solas. Como empresa familiar y cadena de supermercados, estamos en el corazón de la sociedad, nuestras tiendas son un importante lugar de encuentro y queremos contribuir a identificar y reducir este problema», aseguró entonces Colette Cloosterman-van Eerd, dueña de la empresa y líder de la Coalición Nacional contra la Soledad. «Nuestras cajas lentas son un gesto pequeño, pero muy valioso, especialmente en un mundo que se digitaliza y es cada vez más rápido».

Pulsen un momento el botón de pause y repasemos un día cualquiera de una persona cualquiera en un lugar cualquiera. Nos vale Vlijmen, pero también el último rincón de España. Uno puede salir de casa con los auriculares puestos -qué necesidad hay de saludar al vecino de enfrente-, puede subir al metro con los ojos fijos en la pantalla del teléfono inteligente para no tener que mirar a nadie inteligente de verdad, puede comprar los regalos de Navidad por internet, discutir vía X como cuando discutíamos vía Twitter, compartir su vida en Instagram, silenciar el grupo de WhatsApp de padres del cole, gestionar la cita con el médico a través de una ventanilla electrónica, incluso tener cibersexo. Puede charlar un rato con una inteligencia artificial, ver una peli online para ahorrarse la cola del cine o pedir un taxi y exigir a través de la aplicación de turno que el plasta del conductor no le dirija la palabra en todo el trayecto. Hoy puede hasta encargar una pizza con la condición de que el repartidor le deje la cuatro quesos en el felpudo.

«Estamos en la era de mayor conexión de la historia, pero nunca nos hemos sentido más solos», alerta la investigadora social Elisa Sala.

Sí, cada vez nos sentimos más solos. Y estas fechas, salvo que sea usted Macaulay Culkin, no ayudan.... «La Navidad es una época especialmente peligrosa para la gente que se siente sola porque es un momento muy estereotipado socialmente», advierte Sala. «Pasar la Navidad solo es como ir a una boda soltero, acentúa el sentimiento».

Los estudios dicen que un 37,5% de las personas que sufren soledad la sienten con mayor intensidad justo ahora. Es el peor momento del año por delante de los cumpleaños, las bodas, bautizos y comuniones o las vacaciones de verano.

Para saber más

Si usted se siente solo, sólo podemos decirle que no está solo.

Cerca de un 44% de la población española experimenta soledad no deseada. Lo dice un estudio que presentó esta misma semana el equipo de Elisa Sala de la Fundación Iseak. Su investigación revela que el problema no ha dejado de crecer en los últimos tiempos y que, al contrario de lo que ocurría hasta ahora, los más afectados ya no son ancianos como los que hacían cola en las cajas de los supermercados Jumbo, sino los más jóvenes. La mitad de las personas de entre 18 y 29 años en España se sienten solas por muchos followers que acumulen.

«La pirámide, no cabe duda, se ha invertido», explica José Pedro Espada, catedrático de Psicología y director del Centro de Investigación de la Infancia de la Universidad Miguel Hernández de Elche. «Hasta ahora eran sobre todo las personas mayores las que se sentían solas, pero porque estaban realmente solas. Ahora son los más jóvenes los que más manifiestan este sentimiento de soledad pese a que sus circunstancias son completamente diferentes».

Si en la adultez o en la tercera edad la soledad está relacionada fundamentalmente con la gestión de las pérdidas, la emancipación de los hijos, la falta de apoyos, los problemas físicos y sensoriales o las crisis de identidad, entre la juventud la ecuación es diferente. «Hay chavales que se sienten solos aunque estén rodeados de gente, incluso de amigos», asegura Espada.

«Entre los jóvenes hablamos de transiciones vitales no acometidas», añade Elisa Sala. «Todos mis amigos tienen novia y yo no. Todos han pasado de curso y yo no. Todos tienen trabajo y yo no... Tengo veintipico años y no puedo pagar un piso. Me hago mayor y no puedo formar una familia... La soledad de los jóvenes está asociada a la falta de propósitos vitales en una sociedad en la que las presiones han crecido y cada vez hay menos oportunidades».

El último Estudio sobre Juventud y Soledad no deseada en España, presentado en febrero de este año por la Fundación ONCE en colaboración con la ONG Ayuda en Acción, dice que el 25,5% de los jóvenes de entre 16 y 29 años se sienten solos en la actualidad, pero que casi el 70% de las personas de este mismo rango de edad se han sentido solas en algún momento de su vida. Tres de cada cuatro jóvenes que dicen sufrir soledad aseguran sentirla desde hace más de un año, y casi la mitad desde hace más de tres.

Según su radiografía, la soledad juvenil afecta más a las mujeres que a los hombres -seguramente por las expectativas sociales con las que cargan las chicas en mayor medida-. También la sufren especialmente los jóvenes en desempleo o en situación de pobreza, quienes han sufrido acoso escolar o laboral, tienen mala salud física o mental, padecen alguna discapacidad, son de origen extranjero o pertenecen al colectivo LGTBIQ+.

Su informe confirma también -oh, sorpresa- que las redes sociales no son redes reales y que tampoco sirven demasiado para socializar.

Hace sólo unas semanas la Comisión Europea hizo público otro informe del Joint Research Centre sobre la relación entre la soledad y el uso de las redes sociales en la UE que revelaba que pasar más de dos horas al día conectado a Facebook, TikTok o Instagram (algo que hacen más del 34% de los jóvenes) se asocia con un aumento sustancial en la prevalencia de la soledad. Especialmente si hablamos de un uso pasivo de las redes. Es decir, no es lo mismo estar conectado a WhatsApp charlando con tus amigos que pasarte dos horas deslizando vídeos de gente desconocida en TikTok o devorando reels de Instagram.

Y aun así nada es comparable a chatear en carne y hueso. «Las personas que se comunican online sienten tres veces más soledad que quienes se relacionan presencialmente con sus amistades», subraya Adrián Tuñón, representante del Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada de la Fundación Once y miembro de la consultora social Fresno.

La soledad nos cuesta cada año más de 14.000 millones de euros, derivados de los costes sanitarios y las pérdidas de productividad

Su Observatorio lleva años monitorizando la soledad en nuestro país y así sabemos que los españoles que se sienten más solos son los andaluces y los que menos, los vascos y los catalanes. Que una cosa es querer ser independiente y otra querer estar solo. «Son quienes tienen un mayor tejido social», aporta Tuñón. «Participan en la asociación de la montaña, las asociaciones vecinales, la coral, las sociedades gastronómicas...». Las redes sociales de verdad, vamos.

Y sabemos también que la soledad nos cuesta cada año más de 14.000 millones de euros. Según sus cuentas, los costes por los servicios sanitarios derivados de sentirse solo se elevan a más de 5.600 millones de euros anuales, y los costes por consumo de medicamentos son 500 millones más. «Por otro lado, se miden los costes asociados a las pérdidas de productividad», explica Tuñón. «La reducción del tiempo de trabajo que la soledad no deseada produce se traduce en más de 8.000 millones de euros. Y están los costes intangibles por la reducción de calidad de vida provocada por el sufrimiento físico y emocional. La soledad hace que cada año se pierdan en nuestro país más de un millón de años de vida disfrutando de plena salud». Esto representa el 2,79% de los años de vida de la población española mayor de 15 años.

A finales de 2017, cuando los expertos en soledad estaban prácticamente solos, ya se empezaron a escuchar las primeras voces de alarma sobre la epidemia que ahora sufrimos de forma descarada. Entonces, un informe firmado en Estados Unidos con el nada sutil título de Tan solo que podría morirme, fruto de una investigación con cerca de 300.000 individuos de todo el mundo, destacaba que la soledad había superado a la obesidad como amenaza para la salud. «La conexión social puede reducir en un 50% la muerte prematura», sentenciaban sus conclusiones.

«La soledad está asociada a la muerte prematura, pero también a un aumento del deterioro cognitivo, a la obesidad, la presión sistólica, el insomnio, la depresión...», apunta Elisa Sala. «La soledad tiene un impacto en nuestra salud física y mental, pero también en la salud comunitaria y social. Esta epidemia habla mucho de la sociedad que estamos construyendo».

-¿Cuál es el escenario de esta sociedad solitaria?

-Hemos erigido la independencia y la autonomía como grandes valores. Se califica como positivo el poder con todo sola, hacer frente a todo sin ayuda. Hemos demonizado la dependencia cuando somos seres interdependientes por naturaleza. Necesitamos a los otros, pero construimos sociedades individualizadas, donde desaparecen los espacios relacionales y tenemos un respeto excesivo a la privacidad. En la era global de las nuevas tecnologías podemos saborear los mejores restaurantes sin salir de casa, hacer la compra, ir al cine y hasta trabajar sin movernos. Salimos a la calle conectados a la pantalla y ni siquiera levantamos la mirada. No nos miramos a los ojos. Se nos ha olvidado quiénes éramos y hemos olvidado la dimensión relacional que nos hace humanos. Es una locura.

-¿Y cuál es la solución?

-La soledad es un sentimiento, una emoción. E igual que no podemos erradicar la tristeza o la alegría, no vamos a erradicar nunca la soledad. La soledad en sí no es un problema. Otra cosa es que podamos combatir las causas que están detrás de su alta prevalencia o debamos evitar problemas objetivos: el 21% de la población española está en riesgo de aislamiento social y eso ya no es un sentimiento.

"Hemos erigido la independencia y la autonomía como grandes valores. Demonizamos la dependencia cuando somos interdependientes por naturaleza"

Elisa Sala, investigadora social

Hace sólo unos días, el Servicio Vasco de Salud informó de que sólo en Vizcaya son atendidos cada año más de 13.000 menores por trastornos en su salud mental. Y en su balance se escondía un dato aun más inquietante. Osakidetza ha detectado un aumento de demandas de atención para adolescentes aislados en su casa, con absentismo escolar persistente y que rechazan cualquier tipo de vinculación con dispositivos sociales o sanitarios que puedan prestarles ayudas.

Es lo que en Japón se conoce desde hace años como hikikomori, jóvenes que sólo salen de su habitación para ir al baño. Y gracias. Ni trabajan ni estudian ni se relacionan físicamente con nadie. Para combatir su crecimiento, el país nipón creó en 2021 un Ministerio de la Soledad y el Aislamiento. El fenómeno, sin embargo, se ha ido extendiendo por todo el mundo en los últimos tiempos. Corea del Sur contabilizó en 2022 hasta 244.000 de estos jóvenes reclusos y el mes pasado las autoridades de Seúl anunciaron una inversión de 451.300 millones de wones (más de 300 millones de euros) durante los próximos cinco años para crear «una ciudad donde nadie se sienta solo».

Su plan incluye «consejeros de soledad» disponibles las 24 horas del día, una plataforma en línea para asesoramiento, así como medidas de seguimiento que incluyen visitas y consultas presenciales. «La soledad y el aislamiento no son solo problemas individuales, sino tareas que la sociedad debe resolver en conjunto», dijo el alcalde de Seúl, Oh Se-hoon. «La ciudad movilizará toda su capacidad municipal para ayudar a las personas solitarias a sanar y regresar a la sociedad». El año pasado, 3.661 coreanos murieron sin compañía.

En 2018, Reino Unido designó también una secretaria de Estado para luchar contra una pandemia social que afecta allí a más de nueve millones de personas. En 2023, el director general de Sanidad de EEUU advirtió sobre una «epidemia de soledad y aislamiento» que afecta a la mitad de los adultos en el país y a casi el 80% de los menores de 24 años e instó a adoptar medidas para «reparar el tejido social de la nación». Y el año pasado también, la OMS creó una comisión para luchar contra la soledad, calificándola como una «amenaza acuciante para la salud».

La soledad, decíamos, es un peligro para nuestra salud física y mental, un riesgo para la sociedad en su conjunto, pero también una amenaza para la democracia. Otra más.

«La disminución de la cohesión social acaba provocando un aumento de la polarización», apunta Adrián Tuñón. «Las sociedades con ciudadanos más aislados, cada uno en su burbuja, tienden a optar por opciones más extremistas».

«Es un círculo vicioso», dice Sala. «A más soledad, más polarización. Y a más polarización, más soledad. Vivimos en una sociedad tan atomizada que ya no nos reconocemos. El diferente hoy es el enemigo».

"Las sociedades con ciudadanos más aislados, cada uno en su burbuja, tienden a optar por opciones más extremistas"

Adrián Tuñón, Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada

En España, el ministro de Derechos Sociales planteó el verano pasado una alianza para combatir la soledad no deseada en nuestro país. «En una sociedad donde prima el individualismo y el aislamiento social, estas situaciones son cada vez más frecuentes y se dan en cualquier punto de la vida», lamentó Pablo Bustinduy, que reclamó la implicación de todas las administraciones públicas para «crear y afianzar redes de apoyo mutuo, de amistad, de vecindad y de asociacionismo que tengan el mayor impacto posible».

Los expertos hablan de aplicar políticas transversales. «No sólo enfocadas en la salud personal, también a través de medidas sociales, urbanísticas o de transporte», apunta Tuñón. «Hay que cambiar el escenario. Las ciudades eran mucho más humanas en el pasado y ahora nuestra vida en los espacios públicos se ha trasladado a los espacios privados. Necesitamos más parques, gimnasio al aire libre, mesas de picnic para comer en la calle... ¿Por qué no reorientamos los bancos para que no se coloquen siempre en horizontal y podamos sentarnos uno enfrente del otro?».

En 2016, las autoridades de West Palm Beach, en Florida, quisieron averiguar por qué la zona costera de la ciudad tenía tan pocos visitantes, a pesar de sus palmeras gigantes y sus formidables vistas a la laguna de Lake Worth. Para eso contrataron un equipo de investigadores que recorrió la zona hasta detectar altos niveles de estrés de sus vecinos en un espacio aparentemente paradisíaco. «No hay mucho que hacer. Hay vegetación, pero no hay sombra. Hay novedades, pero no tiene ninguna función», dijo entonces Houssam Elokda, director ejecutivo de la consultora Happy Cities.

La solución pasó por embellecer las zonas de vegetación con obras de arte y exposiciones de fotografía, agregar sillas y mesas móviles para crear microespacios, ofrecer motivos para quedarse y temas de los que hablar. Incluso con desconocidos. Hoy la zona se llena cada fin de semana.

En Massachusetts, en la otra punta del país, instalaron hace un par de años en varios espacios públicos bancos Happy to Chat. Bancos de madera como los de toda la vida, pero con un cartel que invita a los vecinos a sentarse y charlar. Algo parecido se ha ido probando en Suecia, Alemania o Reino Unido. También en España. «Bancos para compartir», se llaman en Tres Cantos, Leganés, San Sebastián...

«Los vínculos sociales se construyen a través de las conversaciones, pero cada vez tenemos menos», lamenta Elisa Sala. «Por no molestar ya casi ni saludamos y es necesario desandar ese camino. Hemos visto durante la dana o antes en la pandemia que cuando hay un desastre, la gente se organiza, coopera y hace cosas en comunidad. Pues creo que hay que fabricar una nueva caja de valores para que esto ocurra siempre».

Una caja lenta, a ser posible. Como las kletskassas de Vlijmen.