HISTORIAS
Johann Hari

Mi vida con pinchazos de Ozempic: "Cogí un cubo de pollo frito y dije: 'Mierda, no puedo comerlo'"

Johann Hari, obeso desde joven, descubrió la 'droga milagro' en una fiesta de famosos y fue de los primeros en apuntarse al 'boom'. Ahora publica un libro con su experiencia: "Es una salida para la gente obesa, pero una salida arriesgada"

El escritor Johann Hari con una dosis de Ozempic.
El escritor Johann Hari con una dosis de Ozempic.
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La tarde de la Nochebuena de 2009, un hambriento Johann Hari (Glasgow, 1979) entró en un Kentucky Fried Chicken de Londres y pidió un enorme cubo de comida rápida. Ya había ensalivado allí antes. Por eso, el empleado le dijo: "¡Johann! Tenemos una cosa para ti". A continuación, tras reunir al personal, le entregó una tarjeta dedicada por todos que le nombraba mejor cliente del establecimiento. "Se me cayó el alma a los pies al pensar que ese ni siquiera era el local de pollo frito que más frecuentaba", remata el británico para cerrar la grasienta anécdota.

El episodio, bien rebozado en harina autoinculpatoria y salpimentado de humor marca de la casa, lo sirve Hari como aperitivo en Adelgazar a cualquier precio. Cómo Ozempic y otros fármacos van a revolucionar nuestra alimentación y nuestra salud física y mental (Península). Tras su éxito con El valor de la atención, el aplaudido escritor y periodista coge ahora el cuchillo de trinchar para diseccionar los claroscuros de la nueva generación de medicamentos para el tratamiento del sobrepeso.

"La obesidad es el mayor asesino de occidente", zanja Hari nada más conectarse por Zoom para hablar con Papel. "Y ahora tenemos fármacos que pueden contribuir a revertir este problema. Con Ozempic, por ejemplo, pierdes de media un 15% de tu peso corporal en un año. Estamos ante una gran oportunidad para combatir a este asesino".

El famoso ensayista no solo se involucra en este tema como investigador. También nos entrega ese trocito de su alma que ansía darse atracones de pizzas; que se atormenta por fracasar en dietas a cual más loca; que siente rabia por el bombardeo de anuncios de comida basura; que teme enfermar por sus kilos de más; o que tiene remordimientos cuando por fin decide inyectarse Ozempic en su michelín. "Soy uno de vosotros", parece querer decir a un colectivo largamente estigmatizado.

"He sido obeso la mayor parte de mi vida adulta. Ahora, con 46 años, soy mayor que mi abuelo cuando murió de un ataque al corazón y sabía que a mí me podía pasar lo mismo", explica sobre su caso. "Sentía por ello un deseo personal que me impulsaba a investigar. Para mí, el riesgo era muy alto: sentía que era algo a vida o muerte".

Para saber más

Sufrimos como sociedad -nos recuerda Hari- una grave pandemia de obesidad con nefastas consecuencias para nuestra salud. Y puede que el alivio esté a la vuelta de la esquina. Los nuevos fármacos parecen haber dado con la tecla biológica que nos congraciará con la báscula. Un pinchacito y... ¡zas, ya no tienes hambre! ¿Estamos ante algo histórico que erradicará nuestro descontrolado apetito o ante una peligrosa moda pasajera?

"Yo creo que estamos en un momento decisivo, no solo en el tratamiento de la obesidad sino de la medicina", responde Hari. "Será un avance comparable al de la píldora anticonceptiva, va a cambiar drásticamente nuestra forma de vivir. Solo añadiría, como advertencia, que estos medicamentos son relativamente nuevos. Los diabéticos llevan unos 15 años tomándolos y las obesas aún menos".

Él descubrió esta alternativa a finales de 2022, en la fiesta de un actor oscarizado. Hari había engordado 10 kilos durante la pandemia, pero allí todos estaban flacuchos. "Se les marcaban los pómulos y tenían las barrigas más firmes", rememora. Comprendió cuál era el secreto de aquellas cinturas de avispa cuando una amiga le enseñó en su móvil "un tubito de plástico azul claro con una aguja diminuta". Pues genial, ¿no? Poco después, él también empezó a inyectarse Ozempic.

--¿Qué influyó más en su cabeza al tomar aquella decisión?

--Algo que, en realidad, sabía de toda la vida. Supongo que desde que tenía, no sé, siete años, si me hubieran preguntado: ¿Ser obeso es malo para la salud? Yo habría dicho: ¡Obviamente!

"Hasta un 70% de las calorías que ingiere un niño americano vienen de la comida procesada"

Aquella intuición infantil se confirmó después: "Entrevistando a los principales expertos y leyendo datos científicos sobre el tema, me quedé perplejo por los perjuicios que causa la obesidad. Te hace más propenso a sufrir un ataque al corazón, un derrame cerebral, terribles dolores...". En esos puntos suspensivos caben muchos males, pero Hari pone énfasis en los riesgos de contraer diabetes tipo 2: "La mayor causa evitable de ceguera y amputaciones. Y puedes morir, de media, unos 15 años antes".

No es extraño que, viéndole las orejas al lobo, Hari decidiera inyectarse el prometedor fármaco. Tras el primer pinchazo, confiesa que vio pasar su vida culinaria ante sus ojos. Por su mente desfilaron montañas de pollo frito y chucherías con formas de plátano. Una visión que conecta con el motivo por el que nos hemos convertido en la civilización más gorda de todos los tiempos y, por tanto, en la más necesitada de un tratamiento de choque. El periodista tiene claro quién es el malo de esta película de terror.

"Lo que comemos sería irreconocible para tus abuelos y los míos", apunta sobre este reciente fenómeno. "Hasta un 70% de las calorías que ingiere un niño americano vienen de la comida procesada y ultraprocesada. Se trata de alimentos ensamblados en fábricas a partir de productos químicos, un proceso al que no llamaría cocinar. Resulta que esta nueva comida afecta a nuestros cuerpos de una manera completamente diferente al modo en que afectaba a nuestros antepasados".

¿Qué nos hace por dentro? Nos vuelve adictos a ella, eso para empezar. Como les pasó a las ratas de un experimento a las que se acostumbró a comer bacón, chocolatinas y tarta de queso. Después se negaban a comer otra cosa. "Prácticamente preferían morirse de hambre que comer comida sana de nuevo", cuenta Hari en la entrevista sobre los chafados roedores. Aquella "dieta americana" era para ellas como un chute de droga dura.

Pero el efecto más perverso de la comida basura quizá sea otro, y es ahí donde sitúa Hari el meollo todo este asunto: "Mina nuestra capacidad de sentirnos llenos. Interfiere en las señales corporales que nos dicen: 'Eh, tú, ya has comido suficiente. Deja de comer'". La ciencia ha demostrado que nos atiborramos y enseguida volvemos a abrir la puerta del microondas. Una y otra vez.

"Si el método de avergonzar a la gente obesa funcionara, no habría gordos"

Sin sensación de saciedad comemos sin parar, entonces engordamos y necesitamos fármacos que nos devuelvan la sensación de saciedad perdida. Es el diabólico círculo que dibuja Hari. Como les pasa a las cobayas de los laboratorios, la situación nos enfrenta a un complicado dilema: "Todos nos hemos criado en una trampa y los nuevos fármacos son como la salida. Pero una salida arriesgada: algunos deberíamos pasar por ella y otros no".

¿A qué riesgos se refiere Hari? Primero habría que sopesar el pequeño peaje -comparado con los beneficios de eludir la obesidad- de los efectos secundarios: "La mayoría de la gente siente náuseas al principio, pero suelen irse en unos meses. Otros eructan mucho o sufren estreñimiento".

--Usted tuvo bastantes náuseas, ¿no?

--Sí, pero no especialmente malas. Las primeras semanas me sentía mareado, nada terrible. Si me hubiera pasado eso un día al azar, no me hubiera impedido ir a trabajar. Aunque fue desagradable.

De la lista de riesgos físicos, rescata dos. "Uno de los que más me preocupa es el riesgo de sufrir cáncer de tiroides. Se ha visto en ratas", dice tras advertir que muchos de estos temas siguen discutiéndose entre los investigadores y justo antes de matizar que es un tipo de cáncer de muy baja incidencia.

¿Y el otro riesgo? "Me preocupa la gente con desórdenes alimenticios. Cuando tomas estos medicamentos pierdes el apetito. Eso es enormemente beneficioso para gente como yo, pero puede resultar catastrófico para quienes sufren algún desorden con la comida, gente que quiere morirse de hambre y que ahora compra estos fármacos por Internet. Necesitamos una regulación muy estricta".

Ante estos pros y contras, alguien pensará... "bueno, pues lo pruebo y luego ya veremos". Pero, al parecer, hay que mentalizarse de que estos fármacos son para siempre si se quiere evitar el temido efecto rebote. "No es un romance de verano; es un matrimonio para toda la vida", avisa Hari en el libro. Implica tratar la obesidad como una enfermedad crónica e interiorizar que uno pasará mucho tiempo tomando estos fármacos.

"Esa es una de mis mayores preocupaciones", confirma. "Tres de mis abuelos vivieron más de 90 años, así que asumo que podrían quedarme otros 45 años de medicación. Y no conocemos los efectos a largo plazo, algo inquietante si tenemos en cuenta que estos fármacos actúan sobre todo en el cerebro. De todas formas, como me dijo uno de los expertos que entrevisté, lo que sí sabemos seguro es que los efectos de la obesidad son terribles".

Claro que también existe una solución sin riesgo aparente: "La tercera opción es no comer la comida procesada y evitarte dilema. Si puedes hacerlo, hazlo. Eso es mucho mejor, no hay peligro alguno en ello. Pero a muchos no nos vale esa tercera vía. He probado con dietas y ejercicio y, a largo plazo, nunca me funcionaron".

Ahora es cuando alguien entre el público, generalmente con bíceps esculpidos en duras sesiones de gimnasio, suele saltar para decir: "Alto, alto, alto... ¿No seréis en realidad un poco vagos?". Ya, ya, ya... Si eso Hari ya lo sabe: pero es que la cosa no es tan sencilla. Qué más quisieran quienes sufren su obesidad como una espada de Damocles que les estigmatiza con un lado del filo y por el otro les enferma.

La respuesta del escocés es conciliadora: "Yo me acercaría a esa gente sin juzgarla. Porque... seamos honestos. Cualquier persona gorda tiene una vocecita en la cabeza que le dice eso mismo: eres un vago, no eres lo suficientemente bueno. Culturalmente lo arrastramos desde muy atrás". Pero tiene un argumento incontestable para quienes vienen con reproches: "Si el método de avergonzar a la gente obesa funcionara, no habría gordos". Insiste en apuntar con el dedo en otra dirección: "Esta pandemia no empezó porque nos volviéramos vagos, sino por el tipo de comida que empezaron a darnos".

¿Son menos perezosos los delgados japoneses que los obesos británicos? Hari dice que no. Pero además de señalar hacia la comida basura, también culpa al ambiente que nos la mete por los ojos y el bolsillo: "Tenemos un entorno que socava sistemáticamente nuestro autocontrol, especialmente en el caso de los más pobres. Entra en una tienda de una zona pobre e intenta comprar alimentos frescos. Es muy cara, mientras que la comida procesada de mierda es muy barata".

Además, las dietas solo funcionan estadísticamente en el 15% de los casos: "Nos queda un 85% de personas para las que ese modelo no funciona. Podemos calumniarlas si queremos, pero eso no resuelve el problema de salud. Sólo hará que se sientan mal y a quienes las insultan también, porque nadie quiere ser visto como un acosador".

Además, el factor tiempo corre en contra de quienes se enfrentan a esta situación: "La mejor solución a largo plazo pasaría por resolver la causa subyacente, nuestro modelo de alimentación. Pero para gente como yo, sería demasiado tarde. Ya he estado expuesto a todo esto y sufrido las consecuencias en mi cabeza y en mi cuerpo. La gente como yo necesita un remedio diferente y estos fármacos, sin ser perfectos, nos lo ofrecen".

¿Se acuerdan de que unos párrafos más arriba Hari ha mencionado el cerebro y no la tripa en relación a los efectos del medicamento? No se sorprenda, no era un error. Ahí arriba, por encima de sus hombros, están los botoncitos que activan o desactivan el apetito. Y, sin que se sepa todavía cómo, es donde estos fármacos hacen su magia: "Entrevistando a neurocientíficos de Cambridge y otros lugares, lo primero que piensas es: 'Oh, joder, ¿qué es esto?... ¡Es como cambiar mi cerebro!".

Como en casi todo lo que analiza, a eso Hari le ventajas y pegas. Si la moneda sale cara, podría acercarnos a la cura de muchas otras adicciones: ya hay estudios en este sentido. Pero si la moneda sale cruz, podría afectar negativamente al estado de ánimo. Si algo nos quita las ganas de comer... ¿Nos quitará sin querer las ganas de vivir? ¿Nos vamos a deprimir?

"Algunos científicos piensan que tal vez estas drogas amortiguan los sistemas de recompensa del cerebro. Si ese es el caso y efectivamente amortiguan tu sistema de recompensa por la comida, ¿podrían estar amortiguando tu sistema de recompensa por otras cosas? Es algo muy discutido", responde Hari como quitándole algo de hierro al asunto.

Pero enseguida incorpora otro ángulo al complejo poliedro: "Ocurrirá algo mucho más básico, y es que muchos de nosotros utilizamos la comida para animarnos, para calmar nuestras emociones, para tranquilizarnos. Y cuando tomas estos fármacos, ya no puedes hacer eso". ¿Quién no ha ahogado alguna vez un mal día en el curro hundiendo una magdalena en leche? Reconozcámoslo: sienta bien. Y eso nos lleva de nuevo a un Kentucky Fried Chicken. Cojámonos de la mano de Hari para cerrar esta historia donde la empezamos.

"Llevaba unos seis meses tomando el fármaco", empieza a relatar. "Estaba en Las Vegas y tuve un día horrible investigando el asesinato de un ser querido. Así que fui a un KFC, como había hecho cientos de veces, y pedí lo de siempre: un cubo de pollo frito. Tomé un trozo, miré el recipiente y pensé: 'Mierda, no puedo comer esto. Vomitarás si te lo comes'. Y recuerdo haber pensado a continuación: no te queda más remedio que sentirte mal".

Privado del consuelo que solía darle la comida, Hari tuvo que superar a pelo su mal día. No es que se arrepienta de tomar Ozempic. Pero hubiera querido, dice, que alguien le hubiera advertido sobre lo duro que iba a ser a nivel psicológico. Que conste que por pantalla lo cuenta con una sonrisa. Se siente transformado para bien. Ya no echa de menos las fritangas y encima se ha echado un novio cocinero que le prepara cosas sanas. Y ricas: el día anterior a la entrevista se tomó una ensaladita y le supo a gloria.

Dejémoslo aquí, con ese buen sabor de boca.

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