Paolo Rossello es un italiano al uso, que responde al milímetro a la imagen que se tiene de ellos: estiloso -no se quiere quitar la bufanda para hacerse las fotos, aunque pase calor-, presumido, clásico y, como él mismo dice, innamorato de la moda. Hablamos con él a su paso por Madrid en la tienda de P.A.R.O.S.H., su marca y de la que es director creativo.
Lo hacemos rodeados de perchas de las que cuelga una colección glamurosa, distinguida, repleta de colores neutros sólo rotos por un vibrante rojo, y brillante, muy brillante. De hecho, las lentejuelas son su santo y seña. Hasta hay vaqueros totalmente recubiertos de estas pequeñas piezas de plástico glitter.
Sus comienzos en la moda
Rossello y la moda viven una historia de amor desde hace más de 40 años. Empezó, como todas las buenas, por un flechazo. Corrían los primeros años de los 80 y él, entonces estudiante de Arquitectura, viajó a Bolonia para ver a un amigo. «Había un enorme mercadillo de ropa vintage y me enamoré locamente de esas prendas», recuerda, y enfatiza: «¿Tú sabes cuando te enamoras de una cosa o de una persona? Eso fue lo que me pasó». Tanto fue así que al poco volvió a Bolonia, dejó la carrera y le pidió dinero a su madre para abrir un paréntesis en su vida, un break en el que aún continúa.
Pero el círculo al final se va cerrando, y si bien para Rossello moda y arquitectura poco tienen en común -«no tiene nada que ver la estructura del cuerpo humano con la de una casa», dice-, ambas son «estéticas y creativas», y ahora, más de cuatro décadas después, se dedica a rehabilitar viviendas «como hobby».
De París a Bali
Pero volvamos a sus comienzos, a ese flechazo por lo vintage, «las cosas viejas que ya han vivido, y que siempre me han gustado pues tienen un alma y una historia». Compraba ropa usada, la customizaba y la revendía. Este negocio lo llevó a París y allí se encontró con las creaciones de los diseñadores que más lo han marcado -los japoneses, como Rei Kawakubo o Yohji Yamamoto- por su «creatividad sin formas».
Esa historia de amor maduró en un viaje a Indonesia, donde comenzó a trabajar con el elemento que ya nunca ha abandonado: las lentejuelas. En Bali conoció a una señora que tenía una gran fábrica y recibió, confiesa, «muchos inputs». Es el momento que Rosello recuerda como el comienzo de su historia de moda «de noche, para la fiesta». «Pero 40 años después, sigo teniendo la intención de hacer prendas con lentejuelas para el día. Parece que lo estoy consiguiendo y que la gente empieza a usarlas, nunca es tarde», ríe.
Moda y cultura
El diseñador concibe la moda como «una cuestión cultural», un medio a través del cual «innovar, pero teniendo siempre un ojo en el pasado». Y pone un ejemplo: «Las cosas que tienen mucho valor, como el diseño de un dragón chino o algunos tipos de bordado, no son sólo moda, sino elementos de la cultura de un pueblo. Yo nunca podría diseñar un dragón así, porque ya lo han hecho allí durante miles de años, pero sí inspirarme en él. Lo he hecho de lentejuelas».
A pesar del brillo de estos pequeños círculos de plástico, Rossello defiende que la principal característica de su moda es «la simplicidad». Pero hay algo más, ese je ne sais quoi, ese touch de glamour difícil de definir. Para explicarlo, muestra una falda plisada de lentejuelas, que hizo «Christian Dior y que nos ha costado muchos días de estudio: no es posible plisar la tela allá donde están las lentejuelas. Pero lo resolvimos dejando una hilera fina entre fila y fila. Una invención fantástica».
Larga vida al lujo silencioso
Esta explicación nos lleva a pensar en el tan manido lujo silencioso que triunfó hace un par de temporadas de la mano de Siobhan Roy, la hija de Logan Roy en la serie Succession, vestida con tonos neutros, prendas de tejidos de gran calidad pero sin logos ni detalles que indiquen de qué marca son. Aunque parece que esta tendencia está ya menos presente que en temporadas anteriores, para Rossello «va a sobrevivir siempre».
«Lo más importante son los materiales. Aunque sea un poliéster, que sea el mejor poliéster. Hacemos uno magnífico en Corea que parece seda pero que puede lavarse en la lavadora, y que después de salir de la maleta lo cuelgas y se le quitan las arrugas». Perfecto para la mujer que viaja por trabajo, que necesita, dice el diseñador, «ropa muy moderna y funcional, que le sirva de la mañana a la noche y que no represente un problema, sino un placer y una comodidad».
El concepto de elegancia
En ese tipo de mujer piensa Rossello a la hora de diseñar, y también en una mujer elegante, que para él es aquella «que lleva dos cosas; si lleva tres ya me gusta menos, y cuatro es demasiado». De nuevo el concepto de simplicidad, en el que insiste el creador: «En los últimos 10 años se ha perdido la noción de elegancia, porque la gente se pone lo que le gusta sin pensar. Y eso no es elegancia, sino vulgaridad. Hay mucho ego, sólo quieren mostrarse, llevar logos en la camisa, el pantalón, el bolso..., parecen un puesto de mercadillo».
Se muestra contrario a la moda rápida, aunque la considera «necesaria»: «Construir un vestido es algo muy caro si queremos buena calidad, un buen corte, un buen patronaje. Antes de hacer una prenda se la pruebo a la modelo 10 veces, hasta que quede perfecta. Y eso es caro. Hay mucha gente que no dispone de ese dinero, por lo tanto es justo que compre en cadenas de moda rápida, son muy democráticas».
Pero más allá del fast fashion, Rossello confiesa no saber hacia dónde va la moda: «Antes la gente vivía por ella, ahora ya tiene otros intereses». De momento, brillemos día y noche esta Navidad.