Luisa Palicio
Espectáculo: Estreno absoluto de 'El penúltimo cuplé', de Luisa Palicio / Reparto: Luisa Palicio (La Chelito), Coral Moreno (La Fornarina), Ana Oropesa (Raquel Meller), Inma la Carbonera (Amalia Molina) y Ángeles Rusó (La Cachavera) / Guitarrista: Jesús Rodríguez / Percusión: David Jiménez alias Chupete / Dirección artística: Claudio Columé / Guion: Daniel Blanco Parra / Coreografía: Luisa Palicio / Producción: Luisa Palicio & Pepa Caballero / Lugar y fecha: Sala Compañía. 3 de marzo de 2025
CALIFICACIÓN: **
El montaje de Luisa Palicio se presenta como "work in progress", esto es, escuela de interpretación desde la que reconstruye y explica un hecho histórico musical. En este caso el cuplé, que, en su larga tradición interpretativa como tonadilla, revista, varietés o canción española, con sus respectivas subidas de tono y letras y gestos picantes, conformó una de las páginas vivas de la historia musical española.
Palicio hace coincidir en 'El penúltimo cuplé' a cinco cupletistas famosas como fueron La Chelito (Cuba, 1885-Madrid, 1959); La Fornarina (Madrid, 1884-Madrid, 1915), Raquel Meller (Tarazona, 1888-Barcelona, 1962); Amalia Molina (Sevilla, 1881-Barcelona, 1956) y Antonia la Cachavera, de la que se desconocen muchos datos de ella, pero coetánea de las anteriores y célebre en su tiempo, pues aparte de escenificar las rumbas y los tangos, popularizó el garrotín.
Las protagonistas confieren una identidad definida de cada personaje, tanto en aspecto como en vestuario, y sus actuaciones corresponden a los valores y rasgos de personalidad que cada una de ellas mantuvieron en su día, con sus excentricidades y reivindicaciones, y entre las que hacemos de menos a La Goya (Bilbao, 1891-Madrid, 1950), que fue la creadora y precursora de la nueva etapa del cuplé, la de su momento de mayor esplendor y a la que, sin temor a errar, estimamos como la dignificadora del género.
En cualquier caso, en la reunión de despedida de los escenarios de La Chelito se utiliza un lenguaje nada lineal, con personajes complejos en su época, pero con mensajes de gran intensidad, y en un entorno que hacen de lo anecdótico algo bastante más profundo como la denuncia social.
La actuación de La Chelito es personificada por una Luisa Palicio perfecta en intensidad y calidad, en sentimiento y en ejecución, al par de la solidez escénica merced al baile, entre otros, por alegrías, con una coreografía donde el ordenamiento tanto de ritmo como de graduación escénica con la bata de cola es de un rigor indiscutible.
El papel de La Fornarina lo asume la bailaora Coral Moreno, que aporta un trabajo inmenso, con buen dominio del movimiento escénico y con el convencimiento de estar a la altura en sus valores artísticos, sobre todo cuando asume creaciones que parten de otras raíces.
Ana Oropesa encarna a Raquel Meller, y la aborda con libertad, pero sin obviar la técnica y sensibilidad de su formación dancística, a la que le añade el carácter de arte trascendente de la cupletista y sin abandonar un ápice de su arraigo, que se eleva sobre lo folclórico para llegar a lo puramente espectacular.
A la sevillana Amalia Molina la representa la cantaora Inma la Carbonera, con logros nada triviales en cuanto a la adecuación compositiva, así como en la germinación de todos los elementos en un lenguaje coherente y comunicativo.
Y completa el quinteto Antonia la Cachavera, personaje que interpreta Ángeles Rusó, la artista multidisciplinar que mantiene la tensión de la folclorista, pero a la que le da un toque de teatralidad sin cotejo, en consonancia con el estilo interpretativo.
Se conforma así una atractiva obra, bien reconducida por La Chelito desde la presentación de los jaleos a la reivindicación femenina con una agradecida lección del manejo del mantón, pasando por el garrotín, la 'pataíta' de Jesús Rodríguez, el zapateado de las chicas o 'La violetera', el cuplé que popularizaron Raquel Meller o Sara Montiel, y de la que colegimos estar ante un espectáculo nada convencional y que demanda más rodaje y mejor sonido, por más que agradezcamos el ritmo de ejecución y la interpretación del rol a desempeñar.
Hay que señalar, mismamente, que la caja escénica le viene pequeña a las protagonistas, que, para no perder el desenlace de los bloques, la utilizan de guardarropía. Empero, el vestuario es fundamental, en la misma línea estética de la época que define, con una iluminación al servicio de la escena, y con una adaptación musical que se instala en una evolución palpable, que ayuda a que el baile sea aún más expresivo y con un grupo de bailaoras / cantaoras / actrices que, con su capacidad de trabajo tanto individual como colectivo, nos hacen viajar a través de una época que convenía disfrutar un siglo después. El cuplé no murió, vive en el siglo XXI.