- Política El "acto equivalente" del Parlament con el que Josep Rull complica la investidura de Salvador Illa
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El «acto equivalente a una investidura fallida» con el que el presidente del Parlament, Josep Rull, activa hoy la cuenta atrás electoral abre un margen de dos meses en los que, si no se supera el actual bloqueo para investir a un nuevo presidente de la Generalitat, Cataluña se verá abocada a sus séptimos comicios autonómicos en 14 años, es decir, una media por la que cada legislatura se ve interrumpida a mitad de mandato.
2010
Poco cabía esperar ese año que sería Artur Mas quien iniciaría el camino a la incertidumbre política derivada de los anticipos electorales, una tónica repetida hasta el último adelanto que decretó el pasado marzo el republicano Pere Aragonès. El entonces líder de CiU llegó en diciembre de 2010 a la presidencia de la Generalitat tras lo que él mismo definió como la «travesía del desierto», es decir, la interminable espera convergente de los siete años de Govern tripartito entre el PSC, ERC e ICV que convirtieron en infructuosas las dos victorias en las urnas, en 2003 y 2006, del sucesor de Jordi Pujol.
2012
Pese a gobernar de forma cómoda con 62 escaños [a solo seis de la mayoría absoluta] y con dos presupuestos autonómicos aprobados gracias a la abstención del PP [tercera fuerza del Parlament con 18 diputados], antes de llegar al ecuador de la legislatura, el máximo dirigente de Convergència se creyó impelido por la masiva manifestación independentista de la Diada de 2012 y, tras reclamar sin éxito un pacto fiscal similar al concierto vasco o al convenio navarro al entonces presidente del Gobierno, Mariano Rajoy [exigencia que ahora ERC hace al PSOE para la investidura del socialista Salvador Illa], llamó a los catalanes a las urnas con el propósito de aglutinar una mayoría absoluta soberanista en torno a CiU, que ya incluyó en su programa el objetivo de lograr un «Estado propio».
La probabilidad de error se materializó en una victoria amarga para un Mas que se dejó 12 escaños por el camino y que, de la imagen de guía mesiánico con la que protagonizó el cartel electoral convergente, pasó a depender de Esquerra Republicana y dejar a un lado el tradicional discurso ambivalente de CiU. Nacía el procés, el lema «queremos votar» empezó a hacer fortuna y los catalanes volvieron a las urnas [de cartón] el 9-N, fecha de la consulta soberanista de noviembre de 2014 organizada por el Govern pese al veto del Tribunal Constitucional.
2015
Las protestas sociales surgidas del 15-M, su articulación política en torno a la activista antidesahucios Ada Colau en Barcelona y el achique sin freno de la distancia entre CiU y ERC que dejaban entrever las encuestas apremiaron a Mas hacia la decisión de una nueva convocatoria electoral avanzada en 2015, esta vez con marca de «astucia» incorporada. Tras meses de presión al líder de Esquerra, Oriol Junqueras, el presidente de la Generalitat consiguió anular a los republicanos con su «lista única», la candidatura de coalición Junts pel Sí para lo que bautizó como «elecciones plebiscitarias». El escrutinio fue nuevamente agridulce y la victoria con 62 diputados no podía esconder la pérdida de nueve actas respecto a las que lograron por separado ambos partidos tres años atrás. Con ello, el avance ideado por Mas originó una nueva dependencia, esta vez de la CUP, la fuerza independentista antisistema que había triplicado sus registros en aquellos comicios. Además, con un porcentaje inferior al 48% de los votos, el secesionismo no se impuso en el pretendido plebiscito.
El nuevo juego de equilibrios se tradujo en la exigencia de los anticapitalistas de sacrificar a Mas, lo que sirvió para aupar a quien era alcalde de Girona, Carles Puigdemont, a la presidencia de la Generalitat. La presión de los diez diputados de la CUP forzó a la coalición de Convergència [ya sin Unió Democràtica] y Esquerra a subir una marcha más en el procés. Nacía así el 1-O, el referéndum de autodeterminación ilegal de octubre de 2017 al que prosiguió la declaración de independencia en el Parlament y la intervención de la Generalitat por parte del Gobierno de Rajoy en aplicación del articulo 155 de la Constitución.
2017
El líder del PP convocó inmediatamente unas elecciones que dieron en diciembre un triunfo histórico a Ciudadanos, lo que sin embargo no evitó una nueva mayoría independentista con Junts per Catalunya como nueva marca heredera de Convergència en torno a la figura de Puigdemont, huido de la Justicia a Bélgica y reivindicado como «presidente en el exilio».
Tras los intentos en vano para que el ex jefe del Govern fuera el candidato a la investidura y después el encarcelado Jordi Sànchez [ex líder de la ANC], el hoy secretario general de JxCat, Jordi Turull, se sometió a la votación parlamentaria sin éxito, por la abstención de la CUP, un día antes de acudir a su citación en el Tribunal Supremo, de donde saldría nuevamente como preso preventivo.
Finalmente, con el contador electoral llegando ya al límite, el editor Quim Torra, número 11 por Barcelona y a la sazón vicario de Puigdemont, fue elegido president. Junts y ERC formaron un Ejecutivo de coalición con Aragonès de vicepresidente que repitió la difícil cohabitación del Gobierno que entre 2016 y 2017 había encabezado Puigdemont con Junqueras de número dos.
La inhabilitación de Torra por un delito de desobediencia en septiembre de 2020 [al negarse a retirar una pancarta del Palau de la Generalitat] llevó a una nueva convocatoria automática de las elecciones al no proponerse ningún relevo, aunque ya a principios de ese año el presidente catalán había dado por muerta la legislatura y el adelanto anunciado se había visto postergado a causa de la pandemia.
2021
Tras empatar a escaños con el PSC de Illa en febrero de 2021, aunque por detrás en número de votos, Esquerra tomó la batuta presidencial en la última legislatura, en la que se reeditó in extremis una nueva coalición con Junts que terminó de forma abrupta en octubre de 2022 con la salida de los neoconvergentes del Gabinete presidido por Aragonès. El Govern monocolor de ERC sobrevivió un año y medio más, hasta que el fracaso a la hora de aprobar los presupuestos de este 2024, con los socialistas como único sostén, precipitó una nueva cita anticipada con las urnas.
2024
El empacho electoral acumulado desde el año 2010 ha provocado que el «queremos votar» de hace una década haya devenido en una abstención creciente. Los comicios autonómicos del 12-M dejaron una participación de menos del 58%, 20 puntos por debajo de los registros de 2017 o 2015. El dato no es anecdótico, ya que en las europeas del pasado 9 de junio la participación en Cataluña se quedó en el 43,5%, casi seis puntos menos que la media española y muy por debajo del 6o,9% de hace cinco años, aunque entonces coincidieron con las municipales. En la retina del frenesí electoral sobresalen las nueve ocasiones en las que los catalanes votaron entre los comicios locales de mayo de 2015 y las elecciones generales de noviembre de 2019.