El independentismo catalán acaba el año metido en un callejón sin salida político y existencial. Por primera vez ha reconocido el fracaso que supuso el proceso independentista en 2017 -la antaño combativa ANC lamenta hoy que nadie se crea su salmodia patriótica-, pero paradójicamente mantiene al frente de los partidos a los mismos dirigentes que engañaron a millones de catalanes. E insiste en conservar su apoyo a Pedro Sánchez, aun cuando les está condenando a la irrelevancia en Cataluña a través del neopujolismo del presidente de la Generalitat, Salvador Illa.
Ocho años después del fallido golpe, las fuerzas nacionalistas se muestran incapaces de encontrar nuevos liderazgos y un proyecto político que combine su objetivo vital de crear un «estado propio» con la nueva realidad de Cataluña, donde la profunda transformación social que ha experimentado por la inmigración, así como el creciente rechazo al nacionalismo entre los jóvenes que sufrieron las consecuencias procés, y cuyas referencias culturales están en la Red y son globales, hace que el apoyo social al independentismo baje al 30%.
Un síntoma del desnortamiento nacionalista es la restitución de la figura Jordi Pujol como símbolo de un pasado glorioso, de «Cataluña gloriosa» que todos, empezando por el socialista Illa, reivindican, aplauden y se comprometer a restaurar.
Los recientes congresos de Junts y ERC han exhibido impúdicamente la incapacidad nacionalista para la regeneración y la ausencia de liderazgos nuevos, revalidando los mandatos de Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, que siguen esquivando cualquier asunción de responsabilidades del desastre catalán. Un penoso revival procesista al que contribuye el retorno de otros condenados por sedición como Josep Rull, actual presidente del Parlament, o Jordi Turull, secretario general de Junts, o la misma permanencia del pijoaparteGabriel Rufián como portavoz de ERC en el Congreso. Los golpistas, pues, siguen donde siempre.
ERC SE ACERCA AL PSC
La victoria de Junqueras en el congreso de ERC, con un 52%, con unos pírricos 3.437 votos en un partido quebrado, muestra ese cul de sac del nacionalismo y su tóxica dependencia de Sánchez. Junqueras fue el ideólogo y artífice del pacto estratégico con el líder del PSOE a partir de 2019, con nefastos resultados para ERC: ha permitido a Sánchez mantenerse en Moncloa y ganar con el PSC la Generalitat, mientras su muleta republicana solo suma batacazos electorales.
Después de imponerse a la candidatura de Marta Rovira, Junqueras ha endurecido ligeramente su discurso respecto al PSOE. Declaraciones que no varían el plan de ERC: su nueva secretaria general, Elisenda Alamany, tiene muy avanzada la entrada del partido en el gobierno municipal del PSC en Barcelona que preside Jaume Collboni.
Un primer paso para la probable integración de los republicanos en el gobierno de la Generalitat por una convergencia de necesidades: el PSC reforzaría dos gobiernos que están en minoría y los republicanos recuperarían cargos institucionales, protagonismo y financiación en su lucha por el espacio nacionalista con Junts.
Junqueras cree que la reconstrucción del partido pasa por estar y ejercer en las instituciones, representar a todas las sensibilidades de la izquierda soberanista, y mantenerse de la mano de Sánchez para avanzar hacia una mutación confederal de la Constitución que permita la celebración de un referéndum a la escocesa: legal, efectivo, y pactado con el Estado.
NO A LA NUEVA CONVERGENCIA
Mientras, en Junts, la reelección de Puigdemont ha frenado los tímidos intentos de las posiciones más posibilistas, representados por la familia Pujol, Artur Mas y el presidente de la patronal Foment, Josep Sánchez Llibre, de construir la «nueva Convergència».
Un regreso al peix al cove que Puigdemont descarta, si bien admite que Junts debe pasar de ser un movimiento personalista a un partido convencional, con sus estructuras y unas bases ideológicas firmes, que represente a un nacionalismo desacomplejado pero nunca anti sistema. En este contexto , no deben tomarse a broma las advertencias lanzadas por Puigdemont a Sánchez. Expresan un enfado real por el engaño de la ley de amnistía -sigue atrapado en Waterloo- y por la vulneración del quid pro quo que regía su interesada relación.
Puigdemont no ve en Sánchez un aliado estratégico, sino coyuntural, y lo dejará caer en el momento que considere que le perjudica más que le favorece. En Junts ya hay voces que consideran incompatible seguir apoyando a Sánchez en Madrid mientras esté les mata en Cataluña con Illa.
Sin embargo, el factor Vox, el miedo a ser caricaturizados como el tonto útil que ayudó a la «ultraderecha» a entrar en Moncloa, lleva a Junts a descartar cualquier maniobra con el PP. Por el moment0.